En ocasión de una conferencia sobre la traducción en poesía, Jorge Luis Borges mencionaba al “conocidísimo juego de palabras italiano traduttore, traditore”, donde el refrán popular pretendía ratificar la presunción de inferioridad del trabajo del traductor. Como todo conocedor de la hazaña de Pierre Menard podrá deducir, para Borges aquella expresión denotaba una injusta falsedad para con grandes proezas del arte de la traducción, tales como “el Homero de Chapman, el Rabelais de Urquhart, o la Odisea de Pope”. Sin embargo, en la imagen de una traición constitutiva al trabajo hermenéutico se cifraba un momento de verdad para entender mejor no sólo el tipo de interpretación que requería la escritura poética, sino también qué insumisiones se juegan en toda práctica de lectura.

El acto público de la conmemoración involucra muchos de estos temas. No se trata de una cuestión baladí en el contexto del cuarenta aniversario de la democracia en Argentina. La pregunta la formulamos aquí por otro motivo, indirectamente relacionado con ella. Se trata de cómo recibimos en nuestro país la celebración del centenario de la institución a la que se asocia la así llamada Teoría Crítica de la sociedad: el Instituto de Investigación Social de la ciudad de Frankfurt del Meno.

En ambos casos, en Argentina y en Alemania, estas cuestiones aparecen con el dramatismo de la urgencia en tiempos aciagos: ¿cuáles son las tensiones político-culturales que se presentan en los procesos de apropiación de los saberes asociados a una institución?, ¿pueden involucrar estas prácticas disputas por la visibilización de problemas desatendidos en los modos canonizados de fidelizar una tradición (de pensamiento, de organización colectiva, de lucha política)?, ¿qué procesos de rememoración requiere el trabajo de la herencia, aquí y ahora? Todos estos interrogantes forman parte de un debate acalorado en el que hoy se embarcan las ciencias sociales y las humanidades de vocación crítica.

El Instituto de Investigación Social fue ideado y concebido por el mecenas e intelectual germano-argentino de origen judío Félix J. Weil. Proveniente de una familia de productores agropecuarios, el enigmático personaje contó con una fortuna que había sido amasada gracias a la explotación de la tierra en tiempos de auge del modelo dependentista de inserción en el mercado capitalista internacional. El afamado bolchevique de salón o argentinische Krösus hizo posible la fundación de un Instituto en la ciudad de Frankfurt bajo el explícito propósito de promover el estudio de las contradicciones del capitalismo y contribuir así a la organización de las luchas de la clase obrera contra la explotación.

Pese a estos peculiares orígenes, la tradición de la Teoría Crítica nunca se ha permitido reflexionar profundamente acerca de los complejos lastres político-económicos en los que estaban entretejidas tanto las condiciones materiales de sus investigaciones como los posibles efectos de externalización que su proyecto podría acarrear para los países (semi)coloniales. Hoy en día, distintas contribuciones mayor o menormente influenciadas por la abigarrada matriz que conforman los estudios subalternos, la teoría poscolonial y el decolonialismo subrayan esta ceguera en quien asumió la dirección del Instituto en 1932, Max Horkheimer, como así también en Theodor W. Adorno y el resto de intelectuales críticos que acompañaron a ambos. Más recientemente, Jürgen Habermas y Axel Honneth han sido también flanco de una exigencia de decolonización normativa.

Así y todo, en la Argentina se ha hecho gala hasta el día de hoy de una apropiación creativa que ha facilitado un modo reflexivo de habitar este legado político-intelectual: desde Luis Juan Guerrero y Gino Germani, pasando por Héctor A. Murena, hasta Juan J. Sebreli, Carlos Astrada, José Sazbón, Beatriz Sarlo, Nicolás Casullo, Federico Monjeau y Horacio González. La posición desplazada de la visión periférica ha permitido, en palabras del también frankfurtiano argentino Eduardo Grüner, asumir un punto de vista privilegiado para abarcar con la mirada la relación entre los centros y sus márgenes.

Muchas veces esas apropiaciones no estuvieron exentas de la dificultad en el acceso a los originales, pero en ese malentendido pudieron darse investigaciones inventivas que dieron emergencia a un pensamiento nuevo, único y drásticamente crítico de nuestra sociedad. Eso incluyó la fundación de proyectos político-culturales como revistas, instituciones universitarias y, claro, cientos de textos. No sería descabellado situar esta relación con la Teoría Crítica como un capítulo central en la discusión general de las izquierdas latinoamericanas acerca del modo de leer a Marx (y Weber) desde las realidades periféricas del capitalismo. Hoy reconocemos esos diálogos en los modos en que figuras tales como José Carlos Mariátegui, Manuel B. Ugarte, o René Zabaleta Mercado han “traducido” a Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotski o Georg Lukács.

Pero cabe preguntarse todavía, ¿cuál es la contemporaneidad de la Teoría Crítica para la sociedad argentina? ¿Qué nos dicen sus investigaciones sobre nuestros problemas? ¿Se trata, acaso, de problemas puramente “argentinos”? ¿O involucran ellos contradicciones que arrastran más o menos por igual a todas las sociedades que padecen el régimen neoliberal de acumulación capitalista? ¿No se observa en Brasil, Chile o Ecuador el despliegue de una radicalización neofascista de la derecha regional que pretende resolver la crisis a expensas de quienes más sufren y ven vulnerados sus derechos elementales? ¿No se encuentran los sectores populares de los Estados Unidos, Francia o Alemania atados al problema de la inflación, la consecuente pauperización social y la precarización de las vidas en el trabajo?

Los “fenómenos más mórbidos” a los que hacía alusión Antonio Gramsci para caracterizar los tiempos de crisis se manifiestan tanto en la periferia como en el centro del capitalismo mundial. Justificaciones de la crueldad en los medios de comunicación, judicialización de la política como mecanismo de disciplinamiento del poder político, control algorítmico de la agenda de deliberación en la esfera pública digitalizada, incremento de las desigualdades sociales, gobernanza global y condicionamiento financiero de las soberanías nacionales de los pueblos, nuevas ideologías racistas, misóginas y LGTBQ-odiantes, son tan sólo algunos de los problemas que, al afectar en igual medida a unas periferias cada vez más centralizadas y a unos centros cada vez más periferalizados, solicitan de una perspectiva común de análisis crítico.

Una gran oportunidad para ello será el I Congreso Nacional de Teoría Crítica “La Argentina y el centenario del Instituto de Investigación Social”, que tendrá lugar el 1, 2 y 3 de noviembre de 2023 en la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de un encuentro abierto al público en general que reunirá a investigadorxs, profesorxs y estudiantxs de grado y posgrado, en donde la paridad de género y el federalismo orientan la conformación de su estructura científica y el diseño de sus paneles de discusión y mesas de trabajo.

La Teoría Crítica se encuentra bajo presión desde distintos frentes. Activismos sociales y políticos han demostrado en las calles una inigualable conciencia acerca de las causas estructurales de la crisis capitalista actual. La pregunta abierta con la que querríamos invitar a la discusión es si una tradición del saber, y la institución que la cobija, puede alojar esos desafíos para revisarse a sí misma, transformar sus lastres y devenir crítica en sentido enfático.

* Agustín Lucas Prestifilippo y Santiago M. Roggerone son doctores en Ciencias Sociales por la UBA e investigadores del Conicet.