Este tiempo de despegue de las inteligencias artificiales (I.As.) nos tiene absorbidos y absortos por interesantes debates. Por ejemplo, los acontecidos en la feria del libro infantil de Bolonia realizada entre el 6 y el 9 de marzo de 2023. Ya existen más de 200 libros infantiles escritos total o parcialmente con la “ayuda” de las I.As. y no sólo el texto sino también las ilustraciones, por las cuales se suele reconocer un libro destinado al público infantil. Así como aconteció con la red social TikTok, los niños y niñas se utilizan como campo de investigación de las nuevas cybertecnologías. ¿Por qué? Por un lado, engloban en un mismo movimiento de pinzas, a los padres y a los que, más temprano que tarde, serán los que decidan la suerte del planeta; por otro lado, son los que más “lejos” se encuentran de la reflexión acerca de la condición humana. Somos nosotros y nosotras quienes les tenemos que dejar un mundo vivible. Las madres y padres están preocupados, atacados por un hondo sentido de la responsabilidad por el mundo que les estamos dejando, están interesados en este tema de las inteligencias artificiales.
Por eso el debate en la feria infantil se puso más que acalorado. Los que escriben para la infancia tienen claro que se trata de un target muy especial y que están siendo rápidamente dejados de lado para darle un campo enorme de investigación y productividad a las I.As. en el campo de los autores.
Un punto a favor de las I.As: hace unos años fueron furor los libros donde niños y niñas podían leer diferentes finales para una misma historia, ahora las I.As. permiten la escritura del “libro a la carta”: el infante podrá pedir las alternativas de las historias que quiera estimulando la creatividad. Seguramente les pondrán filtros para que no se ponga medio endiablada, obscena o negra la cosa, darán seguridad de que lo mojado y lo negro estarán prohibidos como pedidos pero todo lo demás, lo que quieran. Serán libros a demanda, a libre demanda, como se les da la teta a los recién nacidos.
Un punto que causó revuelo: que la IAescriba un libro infantil, con textos e ilustraciones, ¿no conllevaría la muerte del autor? ¿No sería un delito flagrante al derecho de autor? La utilización de estas formas algorítmicas que “cortan y pegan” sin interesarles quién lo ha escrito ni las condiciones de producción, ni los mecanismos de la producción artística, las cuales “toman” todo lo disponible y escriben sin angustias el relato que se le pida, no sólo abarata costos sino que acepta tareas monstruosos como “escribime un texto a lo García Márquez con dibujos a lo Dalí” o simplemente que de todo lo escrito hilvane un texto, con el o la protagonista indicados, una historia de tantos caracteres para tal o cual público.
Ahí la cosa se puso brava, las sospechas se multiplicaban como dentro del género de suspenso: eso escrito por la “parte artificial” que nace de la “parte humana”, ¿realimentará este mecanismo hasta que los textos no tengan nombre de autor, ¿las I.As. no exigirán nombre de autor? ¿No llevarán finalmente el nombre de las corporaciones y, por supuesto, exigirán regalías, suscripciones, tiempo de lectura y visionado?
Esos libros formarán parte de la “Big Data” que retroalimentarán a las I.As., además de ser parte de su “continuo” aprendizaje. En muy poco tiempo no se podrá distinguir lo escrito por el esfuerzo humano de lo escrito por el pensamiento algorítmico. Y estos “relatos a la carta” que escribirán las I.As. (a cada uno la historia que le pidamos y que tomen en cuenta lo que a nosotros nos gusta como lectores, no sólo el tema y el género literario sino sobre todo las condiciones del gusto de quienes lo irían a leer), ¿no confieren un drástico cambio a la función del autor?
En esta feria infantil, los autores parecían juristas y filósofos, se debatió acaloradamente por un lado el derecho de autor y por otro la noción de autor. El derecho de autor, ya bastante maltrecho por el capitalismo y las casas editoriales, quedaría pulverizada al no haber copyright y sí copydata. Por otro lado está la cuestión del autor. La noción filosófica, epistemológica, psicológica del autor excede cualquier análisis en pocas líneas, su relevancia estriba justamente en que se produce una inversión, no se trata de un autor que inventa una historia sino que en algún momento del proceso creativo existe un autor sin sujeto, se trata de un mano escribiendo, un pincel llevándose por las vibraciones del color y la línea, un sonido armándose en melodías y poéticas.
Complejo dilema que las I.As. han sabido explotar conduciendo el debate hacia una perspectiva que parecía imposible de pensar hasta hace muy poco tiempo, pues al no tener género, no sudando, haciéndolo a pedido, realizando un monumental “copie y pegue” de todo lo conocido que bulle en las autopistas de la información o se aburre la vida eterna en la nube, realizan esa función de autor sin sujeto.
Algunos podrán disentir: un autor ha caminado formándose, en escuelas, en su vida, en sus duelos, en su destino, ha escrito con el sudor de su frente y las indecisiones de su mano, ha logrado definirse como un sujeto que quiere terminar una obra y en ese afán inaudito, se produce esa inversión, que lo lleva hacia lugares no conocidos y en ese instante, se deja ir. Las errancias de un autor que se pierde (algo está siendo escrito más allá de su mano) no son comparables al azar y la programación algorítmica.
Estamos frente a nuevas épocas, nuevos debates, nuevos tormentos. Los autores deben estar advertidos de que luego de hacer pública su obra, deberán seguir viviendo sabiendo que sus palabras, bajadas a las múltiples pantallas, de alguna manera serán insumos de nuevas historias que podrán ser utilizadas por los algoritmos que generan su propio aprendizaje y que tienen la posibilidad de responder “pedidos a la carta” (lo que conviene a cada caso, para cada público) y encontrarán un estilo particular a partir del “corte y pegue”.
Aquí entra la segunda víctima: los y las docentes. El debate cobra otra perspectiva y relevancia. ¿Podemos hablar de un estilo singular en el “corte y pegue”? Este debate atraviesa casi todas las escuelas del planeta y todas las instancias educativas. Los y las docentes se encuentran sin saber qué hacer frente a ese “corte y pegue” de los estudiantes. Ahora frente a estas nuevas I.As., la cosa parece por un lado empeorar pero por otro se aclara, se zanja una disputa: en “ese corte y pegue” puede haber una inteligencia que puede ser cuantificada. Hay mejores y peores “cortes y pegues”, diferencias entre unos y otros y, por tanto, es posible calificarlo. Pero aparece nuevamente el debate, que nos lleva no sólo hacia el derecho de autor sino también a la función del autor, al esfuerzo del aprendizaje.
Reflexionar acerca de un asunto de alguna materia del conocimiento y/o del arte no sería lo mismo que “ser ayudado” por un pensamiento algorítmico que se base en “todo lo dado” que se encuentra a disponibilidad. Reflexionar y pensar (programar) no son lo mismo. Reflexionar implica aquellas preguntas que apuntan a la condición humana en relación a qué hacer con la falta, a qué hacer con esos duelos que parecen interminables, a nuestra condición mortal, y lo que hacemos para inmortalizar nuestras obras, nuestros recuerdos y genealogías.
Esa capacidad reflexiva no se lleva adelante sin pedazos del propio cuerpo que van desquebrajándose en el camino, una diferencia abisal que ninguna I.A. podría sortear con sus pensamientos generativos y de retroalimentación. No se trata únicamente de si debemos integrarnos a este gran cambio de paradigma que se propone o debemos oponernos con la fuerza de nuestra vida a este arrasamiento de la subjetividad que constituyen estas inteligencias que no reflexionan pero sí piensan. La escritura de esos libros sin sujeto nos trae algo que va más allá de un debate entre integrados o apocalípticos: la reflexión acerca de la condición humana.