En los tiempos del disfrute de emociones fugaces y donde la publicidad ya no se empecina en vender como valor primordial el producto/objeto, sino la imagen o mejor aún, lo que significa (léase estilo, sensaciones o estatus) el gobierno plantea estrategias comunicacionales sino iguales, muy parecidas. Se busca anular al objeto, lo real, por su reflejo. O mejor aún, apostar siguiendo la lógica de la apariencia y con ello seducir a ciudadanos o posibles votantes.
Para el filosofo francés Jean Baudrillard gobernar significa dar signos aceptables de credibilidad, como en la publicidad que busca el mismo efecto, el compromiso con un escenario. Desde esta misma lógica, sostiene que los medios de comunicación (sumemos las redes sociales) están logrando una desmaterialización de la realidad sustentada en una multiplicación demencial de signos que satura todo entendimiento posible de lo real. Desaparece lo real bajo el aluvión de representaciones, donde solo queda la posibilidad de la simulación, esto es, representar, fingir o imitar algo que no es. Basado en relatos, imágenes y emociones, ya se inventaron colectivos con pasajeros viajando con el Presidente, visitas improvisadas con micrófonos para ser oídos y subidos a las redes sociales, saludos a una multitud ausente, sonrisas armadas en visitas construidas; ploteo de patrulleros y helicópteros de policías inexistentes o inauguraciones ya inauguradas, se convierten en esa necesidad no de construir una realidad, sino, inventarla.
Lo auténtico, lo real, finalmente es reemplazado por una copia mendaz, por un mundo político simulado e hiperreal dominado y apoyado por las pantallas mediáticas.
La estrategia comunicacional del gobierno se vale también del oligopolio de medios que acapara con sus tentáculos la construcción del sentido común. Horas de programas políticos que tienen la capacidad de definir el sentido de los acontecimientos, que dan visibilidad e imponen legitimidad o desligitimidad a los hechos que ellos mismos construyen.
Tal vez con algo de torpeza pero sí con firmeza y virulencia, estos medios instalados desde una posición clara de oficialismo político (nadie puede cuestionar sus intereses) empezaron a utilizar con algo de vehemencia, construcciones lingüísticas en la información que desvían su objetivo fundamental, su razón de ser. Casi sin solapamiento alguno, se empezó a utilizar hasta el hartazgo el condicional o potencial, el exceso de las fuentes omniscientes sin señalarlas, anteponer sensaciones humanas por sobre el hecho existente, ucronías del divague, entre otras estrategias. Patrick Charaudeau, en su libro “El discurso de la información”, propone algo interesante en este sentido. Señala que no se puede informar si uno no está en condiciones de dar simultáneamente garantías sobre la veracidad de las informaciones que transmite y, por lo tanto, hacer saber va acompañada necesariamente de hacer creer.
Busquemos otros caminos para poder entender cómo se construye la comunicación política en el gobierno de Cambiemos. Sin una buena historia, no hay ni poder ni gloria, señalaba Evan Cornog en The power and the Story. Las historias y el storytelling pueden compartir la mirada panóptica y la hegemonía del poder. Sincronizar discursos y crear ficciones movilizadoras comprometiendo a los ciudadanos poseyendo como base guiones premeditados. Vivimos los tiempos de la llamada posverdad, caracterizada por falsedades donde ya no importa la verdad justificable ni la noticia irrefutable, sino que se busca extasiar reacciones inmediatas.
Otra particularidad: ante la ausencia de hechos concretos realizados en la gestión, en varios spots se destaca el uso del gerundio. Los gerundios son formas adverbiales que acompañan al verbo y tienen la función de una acción, además de efecto durativo (“construyendo”, “realizando”, “haciendo lo que hay que hacer”, “estamos llevando a cabo”). Es decir, aún no pueden comunicar obras trascendentales concluidas.
Como en “la alegoría de la caverna” de Platón, nos lleva a la necesidad de ver otra realidad detrás, el afuera de la caverna mediática, en el mundo de lo real y no en ese mundo de las apariencias. Miramos sombras y simulacros. Pensamos ideas que otros necesitan que la pensemos. Baudrillard señalaría que se está tejiendo una estructura tan compleja de símbolos, falsedades y simulacros de la realidad política que ya no es posible ponerse de acuerdo o afirmar nada universalmente compartible sobre lo real.
* Licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación. Docente universitario (UBA). [email protected]