El Museo Jacquemart-André en el distrito 8 de París no es de los más visitados en esta ciudad poblada de turistas que van a ver lo que sea, en especial un día como este, cuando se presenta la muestra de Johann Heinrich Füssli y afuera llueven esas dagas parisinas que atacan desde cada costado, como si el viento las repartiera en remolinos y el paraguas no sirve para nada. Los parisinos guardan muy bien este secreto de la garúa de hielo.
Quién sabe por qué se lo visita poco: quizá por cierto carácter anfibio. Se trata de la colección privada de un banquero y su mujer, también es casa-museo con habitaciones de época y tiene arte renacentista, flamenco y piezas egipcias. Parece quizá una embajada, uno de las tantas instituciones pomposas francesas, en fin. Más famosa es su casa de té, llena de señoras montadas como en Las Violetas.
Sin embargo, hoy el no tan conocido Jacquemart-André está a tope al punto de que es difícil caminar y ¿por quién viene toda esta gente, más allá de la hostilidad exterior? No vienen por Füssli, un desconocido célebre, nacido en Suiza, muerto en 1825. Füssli es, para quien gusta de la pintura extraña, un visionario, un genio que estudió teología y luego aprendió a pintar de forma casi autodidacta. En 1764 llegó a Londres y se volvió loco con las obras de Shakespeare. Hay muchas de sus pinturas inspiradas en Shakespeare en esta muestra: Hamlet ve al espectro de su padre con una expresión aterrorizada, Lady Macbeth nunca estuvo tan impresionante, una mujer gris y desencarnada. Otras pinturas, como “La locura de Katie” expresan la enfermedad mental en todo su horror y con mucha compasión. “La silenciosa” puede ser otra mujer abrumada pero en vez de mirarnos con desesperación, como Katie, su cara está oculta bajo el pelo largo, las manos entrelazadas, los hombros vencidos. Una melancólica o un fantasma tímido.
Pero queda claro que, para la mayoría, todas estas grandiosas pinturas son descubrimientos. El fetiche, la que sabemos todos, la imagen buscada, el mito, es “La pesadilla” de 1802, un óleo enorme que representa eso, un pésimo sueño. Füssli hizo varias versiones de la obra, todas están aquí. Son parecidas, son diferentes. Lo que el suizo intentó representar es algo tan difícil de aprehender: el terror en el sueño, esos pasadizos espantosos que atravesamos cuando queremos descansar. De la oscuridad emerge una mujer de blanco, en la cama, pero no en un sueño plácido. Está caída de la almohada, tiene la rodilla levantada. Un pequeño monstruo, un íncubo o demonio masculino está sobre su pecho: rojo, orejudo, hirsuto, la mira y sonríe. Detrás, pero muy grande, la cabeza de un caballo fantasmagórico, de blancos ojos ciegos. Para el pintor, que tenía 42 años cuando la mostró, fue un salto en su carrera. Representa una pesadilla, pero también la parálisis del sueño, un trastorno más frecuente de lo que se dice y que quienes no lo padecemos deberíamos agradecer esa suerte. Las otras versiones de la obra cambian los elementos de posición, pero se trata de la misma escena.
Se sabe que Füssli jugó con el significado de pesadilla en inglés, “nightmare”, que significa “yegua de la noche”, lo que explica el caballo. Jorge Luis Borges estaba fascinado por la pintura y habló sobre ella en sus célebres conferencias de Siete noches. Esto es lo que dijo al respecto en la que dedicó a “La pesadilla”: “El nombre español no es demasiado venturoso: el diminutivo parece quitarle fuerza. En otras lenguas los nombres son más fuertes. En griego la palabra es efialtes: Enaltes es el demonio que inspira la pesadilla. En latín tenemos el incubus. El íncubo es el demonio que oprime al durmiente y le inspira la pesadilla. En alemán tenemos una palabra muy curiosa: Alp, que vendría a significar el elfo y la opresión del elfo, la misma idea de un demonio que inspira la pesadilla. Un cuadro Füssli que se llama ‘The Nightmare’... Cuando Füssli pintó ese cuadro estaba pensando en la palabra Alp, en la opresión del elfo”. Y sigue… “Recuerdo cierta pesadilla que tuve. Ocurrió, lo sé, en la calle Serrano, creo que en Serrano y Soler, salvo que no parecía Serrano y Soler, el paisaje era muy distinto: pero yo sabía que era en la vieja calle Serrano, de Palermo. Me encontraba con un amigo, un amigo que ignoro: lo veía y estaba muy cambiado. Yo nunca había visto su cara pero sabía que su cara no podía ser ésa. Estaba muy cambiado, muy triste. Su rostro estaba cruzado por la pesadumbre, por la enfermedad, quizá por la culpa. Tenía la mano derecha dentro del saco (esto es importante para el sueño). No podía verle la mano, que ocultaba del lado del corazón. Entonces lo abracé, sentí que necesitaba que lo ayudara: “Pero, mi pobre Fulano, ¿qué te ha pasado? ¡Qué cambiado estás!” Me respondió: “Sí, estoy muy cambiado”. Lentamente fue sacando la mano. Pude ver que era la garra de un pájaro. Lo extraño es que desde el principio el hombre tenía la mano escondida. Sin saberlo, yo había preparado esa invención: que el hombre tuviera una garra de pájaro y que viera lo terrible del cambio, lo terrible de su desdicha, ya que estaba convirtiéndose en un pájaro”.
Estar frente a la pintura de Füssli es estremecedor e inexplicable. Hay pocas imágenes tan potentes y por eso, creo, debemos preservar estas visiones, de ahora y de antes, no rendirse a los sabores de la Inteligencia Artificial que todo lo mezcla. En esa mujer inconsciente hay alma, hay miedo, hay eso que solo nosotros podemos repetir, que no se debe regalar. Y también hay varias representaciones de pesadillas contemporáneas que podemos mencionar. Tengo tres: la que se relata en Mulholland Drive (2001) la película de David Lynch: un amigo le cuenta a otro que, en el mismo café donde está tomando algo, suele ir al estacionamiento y ver algo, en sueños (no diremos qué). Lo cuenta con estupor y temblores. El amigo lo insta a enfrentarse al miedo. Y no hay liberación: hay confirmación. Con ciertas cosas no se juega. Netflix tiene un documental que no es extraordinario pero es notable. Se llama solo “La pesadilla”. Varias personas que sufren parálisis del sueño cuentan lo que padecen: están despiertos y ven la pesadilla ante sus ojos quietos, no pueden moverse, el cuerpo sigue dormido, el cerebro está en horrible vigilia. El visitante más habitual es un hombre de negro con sombrero pero hay de todo, sobre todo seres que se sientan sobre la cama o sobre el pecho del durmiente despierto. Y en tercer lugar, el testimonio de una amiga que, me contó, en su propia parálisis ve siempre lo mismo: dos hombres al lado de su cama, uno de ellos calvo. Les conoce cada rasgo. Su terror, claro, es la aparición. Pero mucho más teme encontrarlos en la calle, en un ascensor, en el subte. Que existan fuera de ese espacio liminal. ¿Quiénes son estos seres, este dúo desconocido para ella?
Dice Borges en Siete noches. “¿Y si las pesadillas fueran estrictamente sobrenaturales?¿Si las pesadillas fueran grietas del infierno? ¿Si en las pesadillas estuviéramos literalmente en el infierno?¿Por qué no? Todo es tan raro que aun eso es posible”.