De un lado, Eduardo Aliverti haciendo preguntas. Del otro, Jorge Alemán, contestando. De ambos lados, una dinámica de vaivén reflexivo que confluye en una síntesis puntual: la presentación de Del desencanto al populismo (Encrucijada de una época), libro que el segundo acaba de publicar junto al filósofo español Germán Cano. Síntesis puntual que, lógico, no queda allí. Se inserta en otras síntesis, cuyas sustancias parten del feeling dialéctico desarrollado por periodista y psicoanalista, ante una colmadísima sala Caras y Caretas. Preguntas y respuestas, entonces. Preguntas nodales, al hueso, relacionadas con uno de los ejes del trabajo: la inusitada fuerza simbólica con que el neoliberalismo está intentando dominar las conciencias humanas, en el siglo XXI. “Ya cuando vi ocho meses de tapas sobre el populismo de Chávez en España, me resultó que la connotación de la palabra les estaba dando resultado”, fue una de las primeras advertencias de Alemán, ante el disparador inicial de Aliverti, relacionado con la estigmatización que las usinas de poder semiótico-neoliberal fabricaron sobre la palabra populismo.
“Me parece que es una batalla cultural casi perdida, porque la construcción negativa de la palabra permite a los neoliberales y sus medios poner en la misma bolsa a Le Pen, a Chávez, a Trump, a Corbyn… fabricar una `amenaza` populista que ha reemplazado con muchísima fuerza a lo que antes era el libro negro comunista”, explicó el también autor de Lacan, la política en cuestión. “Hubo casos como el de Eva Perón, que había logrado transformar palabras de connotación negativa como cabecitas negras, grasas y descamisados, en afirmaciones positivas. Pero esto ya no se puede hacer con el populismo. Nadie puede decir hoy, ni en televisión ni en radio, que es populista. Y parece estar perdida, porque no hubo ninguna fuerza política capaz de apropiarse con fuerza del criterio de razón populista de Laclau y volver a poner al nombre en su dignidad. Sin embargo, y por eso hay un capítulo en el libro que se llama El intruso populista, lo que no está perdido son los problemas que el populismo introdujo ¿Cuáles?, bien: primero, que no hay una clase unificada que vaya a realizar un proyecto revolucionario, sino que está todo fragmentado; segundo, que, aunque haya un enorme malestar y una multiplicación de protestas sociales, si no aparece algo que las unifique, que las transforme operativas en términos políticos, tampoco habrá un proyecto transformador; tercero, que ningún proyecto popular que llega al gobierno es eterno, porque juega en el campo de la democracia para radicalizarla”, analizó el psicoanalista, escritor y poeta, afincado en Madrid desde su exilio, en 1976.
Otra de las preguntas de Aliverti, columnista de este diario, ancló en uno de los problemas internos del populismo: no poder resumirse de qué se trata. Alemán, claro, recogió el guante. “Tengo muchos amigos, en España y aquí, que dicen “convendría deshacernos de esta palabra”, porque ya es de ellos. Los mismos que hablan de déficit fiscal, y de que son necesarias las reformas, son los que hablan de populismo. Por ejemplo, no hay fin de semana que el grupo Prisa (una especie de Clarín español) no tenga algún articulista advirtiendo que el populismo es una amenaza a la vida democrática, que genera una fascinación hipnótica por el líder, que no es republicano, que privilegia las pasiones, en fin, como diría Gramsci, en la guerra de posiciones ganaron ellos. Y Venezuela viene al caso. La verdad es que no sé cómo harían para vivir sin Venezuela… es el comodín perfecto que tienen para todos los debates. Venezuela ha funcionado como un garante del neoliberalismo, en el sentido que la utilizan para atacar a cualquier proyecto cuyas características se enfrenten a un neoliberalismo que, como se ve, brega por socavar el orden simbólico. Es más, si Venezuela dejara de existir, ellos la inventarían de nuevo”, profundizó Alemán, cuya tesis –felizmente– es que el neoliberalismo no puede apropiarse de todo porque el lenguaje llega a la subjetividad una millonésima de fracción de segundo antes que el poder. “Es lo que hace que la gente distinga el amor de un acto mercantil”, afirmó.
Otra intervención fuerte de la noche apareció cuando Aliverti citó la tristemente célebre frase de Margaret Thatcher. “La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma” ¿Cómo está la batalla con respecto a esto, y qué cuenta el libro?, preguntó el locutor. Tras un breve trago de agua, y un minuto de aire, el porteño radicado en Madrid acusó recibo. “Claro, sí, la frase de Thatcher habla de construir subjetividad, de fabricar un hombre nuevo, de que la vida humana también sea capturada por la lógica del mercado ¿no?... ahora queremos, dicen ellos, que la existencia misma se viva como una empresa; y que se sienta culpable aquel que no gestione su vida como una empresa. Es la emergencia del `consumidor consumido`, que se encuentra en todos los sectores sociales”, señaló Alemán, mientras el ex Aliverti le dio un empujoncito con el famoso emprendedurismo, fogoneado por Esteban Bullrich. “Es curioso que en la Argentina, cada vez que vengo, encuentro ejemplos extraordinarios de estas maniobras”, sonrió Alemán. “El día que escuché a Bullrich diciendo que tendría mucha salida hacer cerveza artesanal, bueno, ameritó otra reflexión ¿no?, porque detrás de eso, el mensaje es `sos un incapaz, sos un desastre, no has sabido inventar tu propio proyecto empresarial`… es decir, todo lo que ocurre, no ocurre por el sistema, sino por vos, por tu culpa. Es una recuperación interesada del concepto de mala fe sartreana”, ejemplificó el pensador que, hacia el final –luego de referirse a cuestiones relacionadas con el feminismo, la política española, Marx, la homosexualidad en los países ex comunistas, la militancia, y la cultura peronista – contó una historia surrealista, protagonizada por Macri, en España. “El presidente le dijo al nuevo rey `mi hija quiere vivir en el Pardo`. Bueno, el Pardo era la casa de Franco que nadie quiere pronunciar en España, porque era donde se decidían los fusilamientos. Entonces, que la hija de Macri quiera vivir en la casa de Franco dejó al rey con la cara a cuadros ¡ningún presidente del mundo puede decir semejante cosa!, porque el Pardo lo dinamitarían hasta los propios franquistas para no recordar esa historia”, señaló Alemán, para ir concluyendo su exposición. De antología.