Desde Bahía Blanca
En la tarde del viernes 19 de mayo de 2023, dos organizaciones bahienses, la mapuche Kumelén Newen Mapu y la de artistas-artesanos Bahía Blanca Che, convocaron a conformar un chenque en un sector de la plaza central de Bahía Blanca, como acción reparatoria de un hecho sucedido 164 años atrás. Chenque es una palabra tehuelche que designa un túmulo funerario hecho de piedras que se orientaba mirando al este y cubría el cuerpo del fallecido. El hecho a ser reparado es la quema de cadáveres de indígenas en esa misma plaza. Aquella pira fue el final horrendo del malón de 1859. Los mismos habitantes del pequeño poblado que era la Bahía de aquel entonces se opusieron a la decisión del Coronel Orquera, Comandante de la Fortaleza Protectora Argentina.
La invitación, tomada a partir de una obra de 2022 del ceramista y maestro de ceramistas Tato Corte, Piedras para un Chenque, decía: “Convocamos a todas y todos a traer una piedra ó símil piedra en cerámica, lana, fieltro, o cualquier otro material (...). Conformaremos el chenque con cada piedra, se abrirá un espacio de reflexión y las abuelas harán ceremonia… luego de la caída del sol nos llevaremos nuestra piedra para volver a traerlas el año que viene y así hasta que la ciudad en su conjunto formalice un monumento que aporte a la reparación y entendimiento de las distintas culturas que conviven en nuestra tierra”. Piedras para un chenque fue parte de las jornadas de reflexión, debate y muestras de arte, Bahía Originaria, en su octava edición.
19 de mayo de 1859
En la madrugada del 19 de mayo de 1859 un malón de entre 1500 y 3000 jinetes de Calfucurá ingresó en el pequeño poblado que por ese entonces era Bahía Blanca, haciendo temblar en la más cerrada oscuridad el caserío en torno a la Fortaleza Protectora Argentina. No era el primer ataque indio ni sería el último, aunque haya pasado a la historia como “el último malón”. Un habitante del poblado, Mora, había dado la alarma unas horas antes, sin que las autoridades militares tuvieran en cuenta el aviso. De modo que cuando las columnas salineras ingresaron, algunos vecinos comenzaron a abrir fuego desde sus casas, y otros corrieron a buscar refugio en la fortaleza, donde el Coronel Orquera había decidido resguardar la tropa.
El malón se fue llevando el ganado de los corrales, incendió algunos ranchos, la casa del comandante de la Guardia Nacional y construcciones oficiales. Un grupo se concentró particularmente en lo que hoy es la esquina de las calles Zelarrayán y 19 de Mayo, donde estaba la pulpería de Francisco Iturra, a la que saquearon y prendieron fuego. Allí se producen los principales enfrentamientos entre los indios que, desensillados, habían estado tomando el alcohol de la pulpería y legionarios de la Legión Italiana, que tenía su cuartel frente a la plaza, donde hoy se encuentra el municipio, llevados hasta ahí por un vecino. Todavía no clareaba cuando el malón se alejó del pueblo. Las fuerzas de Calfucurá se mantuvieron en las afueras gran parte del día, a la vista de los pobladores, desafiando a los militares de la fortaleza a enfrentarse a campo abierto, desafío que de ninguna manera fue aceptado.
Con las primeras luces, el Comandante Orquera mandó juntar los cadáveres de los indios para quemarlos frente a las puertas de la Fortaleza Protectora Argentina. El futuro general Daniel Cerri, presente ese día como joven cabo de la Legión Italiana, escribe en 1890 en su columna Recuerdos Militares del diario La Tribuna, de Roberto J. Payró: “El espectáculo salvaje de aquella invasión no estaba completo. Faltaba la última escena de barbarie. Los cadáveres de los indios, que ascendían poco más o menos al número de cien, fueron amontonados en la plaza pública y… ¡quemados! El olor nauseabundo de la carne humana achicharrada, se esparcía sobre la población y la columna de humo fétido que la pira producía, se confundía con los primeros rayos de un sol rojo que asomaba, avergonzado de tanto salvajismo. Yo, que soñaba con un combate con los indios, lo había conseguido”
19 de mayo de 1959
Esto fue un sucinto el relato de los hechos en base a las fuentes que se conservan. En esas fuentes y en el libro que las recoge, tenemos una probable explicación de por qué se habla de “el último malón”, cuando en realidad no lo fue.
En 1959 Antonio Crespi Valls, primer director del Museo Histórico de Bahía Blanca, publica La invasión del 19 de Mayo de 1859, Primer Centenario. El libro reúne mucho y variado material, aunque el relato del malón depende básicamente de dos fuentes, similares, y tardías: el relato de Cerri en su columna del diario La Tribuna, escrito treinta años después de los hechos narrados, y un capítulo de Legiones Italianas: breve noticia de sus servicios en el Ejército argentino, publicado en 1907 y escrito por Luis Caronti, hijo de Felipe Caronti, legionario italiano, presente en los hechos de 1859. Luis Caronti, que además de militar fue periodista, fundador de la Biblioteca Rivadavia e intendente de Bahía Blanca, había nacido en septiembre de 1958 y para mayo del 59 tenía apenas 9 meses, de modo que relata los hechos del malón a partir de los recuerdos de su padre y sus compañeros de armas. En ambos textos se privilegia el combate por sobre las razones del conflicto, y se presenta a la Legión Italiana como la gran vencedora de la jornada. Esa imagen que pintan Cerri y Caronti de una Legión triunfante y protectora, desplaza el fracaso de la empresa agrícola (en un principio fue Legión agrícola y militar) y el motín de 1856 por el que los propios legionarios asesinaron a su primer comandante, Silvino Olivieri, a su asistente, y al capellán de Bahía Blanca, que se encontraba en ese momento en la fallida Nueva Roma, cuarenta kilómetros al oeste de la Fortaleza, donde la Legión se había asentado con su proyecto agrícola.
Por su lado, la edición del libro, a cien años de un hecho no particularmente relevante en la historia bahiense (el propio Crespi Valls lo admite en el prólogo), resultó ser efectiva para recuperar una épica fundacional, recalcar los orígenes militares de la ciudad y, al acentuar la presencia de la Legión, darle a esos orígenes heroicos un tinte más europeo que criollo.
Y si bien Crespi Valls al seguir a Cerri y a Caronti, no se aleja demasiado de los argumentos que fundamentaron la “conquista del desierto”, resumidos en considerar que el indio es un problema que se soluciona con las armas, es él quien recupera del Archivo Municipal la carta del 20 de mayo del 59 en la que los consejeros municipales Casal, Galván, Méndez, Ituarte y Quintana le señalan al Coronel Orquera, en representación de los vecinos, “el desagrado con que se mira la pira en que arden aún hasta este día en la plaza pública algunos cadáveres humanos” y le piden “cese aquel espectáculo que la parte culta de la población no acostumbrada a él, no puede presenciar sin horror”. Probablemente se trate del primer documento en el que es posible ver a la sociedad civil de Bahía Blanca organizarse para intentar poner un límite a la autoridad militar.
Las razones del malón
Desde 1840 en adelante, Rosas había privilegiado, en su relación con Calfucurá, la negociación al combate, con la entrega de raciones al lonko que éste correspondía con la colaboración de sus fuerzas en los conflictos internos de la Confederación Argentina. La derrota de Rosas en Caseros cambia la situación. De ahí en más el diálogo se enrarece con las autoridades de Buenos Aires. En abril de 1852, consecuencia directa de estos cambios y de la hostilidad del nuevo gobierno, Calfucurá lanza un malón contra Bahía Blanca. La situación tuvo idas y vueltas, pero en general, empeoró.
Hay que decir también que en la cultura indígena el malón se concebía como una incursión tendiente a provocar el resarcimiento de un daño o afrenta. Y Calfucurá tenía más de una afrenta a reparar, a saber: en febrero de 1858 las fuerzas de Buenos Aires invadieron, por primera y única vez, las tolderías de los salineros y sus aliados. Dos columnas partieron desde Bahía Blanca y Azul, y remontaron los arroyos hacia las sierras, esperando sorprender a los nativos que, avisados, se habían retirado del lugar. También en el 58 se produce el asesinato de José María Bulnes Yanquetruz en una pulpería de Bahía Blanca, probablemente la saqueada e incendiada pulpería de Iturra.
Aunque las relaciones entre Yanquetruz y Calfucurá distaban de ser cordiales, los unían vínculos de sangre, por lo que el lonko debía responder ante su muerte. Y como si lo anterior no fuera suficiente, Iturra, que además de pulpero y comerciante de cueros (es decir, alguien que tenía trato frecuente con los indios) era oficial de la Fortaleza, falta a la palabra dada a Calfucurá en una serie de cartas cruzadas, y detiene y envía a Patagones a un grupo de familiares y a una de las mujeres del lonko, que éste había enviado a comerciar con Iturra a Bahía Blanca, como prenda de paz.
De vuelta al 23
Si los nombres en el espacio público tienen algo para decirnos, deberíamos preguntarnos qué nos dice el hecho de que ahí donde en 1859 se formó la pira hoy se encuentre la Fuente de los Ingleses, la plaza lleve el nombre de Rivadavia, y frente a ella se abra, partiendo en dos el espacio que ocupara la Fortaleza, nada menos que la Avenida Colón. En una ciudad en la que hace un par de años se votó cambiar el nombre Campaña del Desierto a un parque, y el nombre ganador de esa votación resultó ser Julio Argentino Roca, instalar la palabra chenque, hacer sonar kultrunes, y pedir por un entendimiento entre las distintas culturas en medio del recuerdo del capital inglés y la colonia española, es un hecho cultural y político relevante. No porque sea un hecho espectacular, ni porque atraiga la atención mediática como sí lo hace la promesa omnipresente de las inversiones infinitas que le darán de un momento a otro a Bahía la gloria mundial que profetiza el himno, sino porque se hace cargo de una tensión subterránea que, sin ser asumida por los relatos oficiales, recorre en sordina la historia de la ciudad.
Un último párrafo para recomendar por un lado la lectura del cuadernillo Malones, fortines y estancias en la identidad de General Daniel Cerri (link al pie), que aborda con más precisión, profundidad y amplitud los temas presentados en esta nota, y por otro, para el recuerdo de Daniel Villar, docente e investigador de la Universidad Nacional del Sur, cesanteado por Remus Tetu en 1975, reincorporado diez años después. Villar, junto a otros docentes, y junto a quienes se formaron con él en el Departamento de Humanidades, estudió el mundo indígena y sus relaciones con la Fortaleza Protectora Argentina y con el precario rancherío que a la larga sería Bahía Blanca, desde un enfoque que privilegió los intercambios interétnicos. Sin su trabajo, comprometido con la transformación de la realidad, y sin la inspiración de su figura, hubiera sido más difícil llegar a este momento del siglo XXI en el que nos encontramos discutiendo, en ámbitos que exceden largamente la academia, el relato oficial de la ciudad. Y en el que se pide, como en la acción de Piedras por un chenque por una convivencia basada en el respeto y el reconocimiento del otro, y por una reparación de la violencia que marca tres siglos de la vida de Bahía Blanca.