Un hombre y una mujer se enfrentan nuevamente a la audiencia. Bailan una coreografía y recitan textos basados en su propia experiencia de vida como pareja. Los recuerdos de los primeros encuentros forman parte esencial del acto creativo, pero fuera del escenario ese vínculo de muchos años ha comenzado a resquebrajarse. El viaje a bordo de una camioneta que hace las veces de hogar itinerante los reconcilia momentáneamente y vuelve a dividirlos. El paisaje es jujeño, la época es la de los carnavales y la visita a distintos pueblos permite el contacto cercano con sus habitantes, otro diálogo que se suma al de los bailarines y el de la protagonista, Mónica, consigo misma.
Dúo, la nueva película de la catalana Meritxell Colell Aparicio, una coproducción hispano-argentina, retoma el personaje central de su película anterior en solitario, Con el viento, para iniciar una nueva travesía doble: la exterior y la interior. Es un film de sensibilidades expuestas, como si se tratara de una herida abierta, en el cual la realizadora entrelaza imágenes documentales en Super-8 registradas en distintas visitas a los parajes del norte argentino.
“Yo las entiendo como un díptico. Un díptico un poco inverso, porque es ir de la soledad, de bailar con el viento y buscar la reconciliación, a comenzar en pareja para terminar nuevamente sola”. La reflexión de Colell Aparicio, en conversación con Página/12, viene a cuento de la ligazón entre Con el viento y Dúo. La segunda, estrenada la semana pasada en salas de cine, no es una secuela de la primera como suele entenderse el término, sino dos obras independientes pero unidas por un mismo personaje en distintas etapas de su vida.
La directora vive en Barcelona, pero intenta venir a la Argentina cada vez que puede. Es que su relación con el país es de larga data y profunda: cursó sus estudios cinematográficos en la Universidad del Cine, más conocida por sus siglas FUC, en el barrio de San Telmo. Ahora está de paso por Buenos Aires luego de formar parte del jurado oficial del Festival Internacional de Cine de Cosquín, que además le dedicó una sección retrospectiva a su filmografía. De aquí partirá a Perú, a trabajar en un proyecto de película que, por el momento, lleva el título Lejos de los árboles. “Es la historia de una artista sonora que teje un mapa de sonidos desde la selva de los Andes peruanos, cuyas noches se transforman en un paisaje onírico”.
Respecto del origen de Dúo, Colell Aparicio cree que surge “a partir de la idea de cómo una transformación genera una nueva crisis. Además quería seguir explorando la cuestión de la identidad, la pérdida de un lugar en el mundo y dónde hallarlo. Finalmente, tenía muchas ganas de seguir trabajando con Mónica García, como actriz y compañera de viaje, y seguir explorando un personaje que sentíamos que había quedado muy hermético en gran parte de Con el viento. Estaba la ilusión de verla en otro contexto, en otra relación sentimental”.
-¿Por qué filmar en Argentina, en Jujuy?
-Fue algo inmediato. Cuando imaginé Dúo pensé en Viaje en Italia, de Roberto Rossellini, que es una película muy importante para mí. Y por supuesto que está ahí, pero al mismo tiempo quería despegarme de ella, porque es una obra maestra y no hay manera de volver a filmarla, desde luego. Es una película… sagrada, ¿no? Creo que esa es la palabra. En fin, la idea del viaje era muy importante: desplazarse y salir de la vida cotidiana para enfrentarse a cuestiones que no ves en el día a día, ya que van demasiado rápido. Quería que fuera en Argentina porque el personaje de Mónica vuelve a visitar el país. También hay una cuestión personal. En 2006, cuando terminé de estudiar en la FUC, hice un intercambio y me fui al norte. Allí viví los carnavales y fue uno de esos viajes súper transformadores. De hecho, volví varias veces más al norte. Así que cuando pensé en un lugar, en un geografía, siempre fueron esos lugares. Lo cual implica necesariamente algo conflictivo, porque soy una mujer europea que llega a un lugar habitado por pueblos originarios, y eso siempre pone de relieve el concepto de colonizador y colonizado. Se hicieron cinco viajes previos de documentación con un primer guion, y fue entonces que me di cuenta de cómo superar esa barrera e incluir esa cuestión en la propia película.
-¿Qué riesgos existen a la hora de abordar a esas personas/personajes desde la ficción con una mirada “europea”?
-El mayor de los riesgos es querer contar las historias del lugar. Siempre tuve muy en claro no quería hacer eso. Dúo es una ficción abierta a la realidad. Hay dos personas “occidentales” –no importa que uno sea de Buenos Aires y la otra de España– y ambas están configuradas a partir de un pensamiento europeo. El punto de vista siempre fue el de ellos y no intentamos utilizar el de los habitantes del lugar. Está este conflicto, que al final terminó siendo lo que estructura la película: el punto de vista de la pareja es central, pero hay digresiones, retratos de personas que para mí son muy importantes y que, pienso firmemente, merecen un retrato.
-En ese sentido, ¿cómo fue el trabajo de dirección actoral con la pareja de profesionales y el resto del reparto, integrado por habitantes de esos pequeños pueblos jujeños?
-Suelo hablar más de “puesta en situación”, en lugar de puesta en escena. Me gusta trabajar desde ahí y más con compañeros de viaje como Gonzalo Cunill, un actor de teatro fascinante, y Mónica García, que es una coreógrafa y bailarina. Hay ahí un gran dominio de la actuación y del “estar”, también de la improvisación entendida como escucha. Hicimos un trabajo previo con ellos, una residencia de danza en la cual se conocieron. Crear el dúo fue la forma de encontrar a la pareja de la ficción. A partir de ahí se hicieron improvisaciones, se crearon memorias de pareja e individuales, y la forma de trabajar con ellos fue desde el espacio. Cómo se mueven, cómo se desplazan, cómo hablan, y recién entonces poner la cámara. En cuanto a la gente del lugar… depende, pero es increíble lo buenos actores que son. Creo que tienen otra consciencia de la imagen y eso ayuda muchísimo a que estén relajados frente a la cámara. Eran muy conscientes. Por ejemplo, María de la Ciénaga, que es la primera persona que aloja a la pareja de visitantes. Hicimos nueve tomas de la escena en la que aparece por primera vez. Es decir, estamos en el terreno absoluto de la ficción. Lo que había eran premisas, de qué se iba a hablar, qué iba a suceder. Es una película en la cual ficcionalizamos cosas que tenían mucho que ver con lo que ocurría fuera de cámara. Nuestra manera de filmar fue cronológica por esa razón, para que la realidad empapara la ficción.
-En el relato se produce un vínculo muy fuerte entre la protagonista y las mujeres de la región. ¿Eso también fue algo que surgió durante el rodaje?
-Diría que es una cuestión que está siempre presente en la película. Es algo que también responde a mi viaje como directora. Viajar por un terreno desconocido pero que, al mismo tiempo, tiene algo que te resulta muy familiar. Cuando superas la… culpa, creo que esa es la palabra, aunque parezca demasiado cristiana. También hay algo de vergüenza por el lugar de donde vienes. Culpa de muchas cosas, ¿no? Cuando comencé a compartir tiempo con esas mujeres, a escucharlas, me di cuenta de que eran como mi abuela. Había muchas historias que eran las mismas, a pesar de las diferencias geográficas y culturales. Fue algo muy bonito porque volví a ver a mi abuela y al contarle estas cosas también se produjo esa sensación. Creo que por ese lado se da el vínculo. Pienso que las mujeres, en su quehacer, por la forma de comunicarse, es más fácil que puedan establecer vínculos profundos con desconocidos. No estoy hablando de una amistad o una relación estrecha, pero sí hay una conexión. Me interesaba trasladar eso al personaje de Mónica, porque es una película que habla del desarraigo. Ella necesita agarrarse de esas figuras, que son heroínas, porque está esa cosa de la resistencia de estas mujeres, una manera de reconciliarse con la idea de estar lejos.
-¿Siempre formaron parte de Dúo las imágenes en Súper-8, que suelen ir acompañadas de la voz en off de Mónica?
-Eso estaba desde el principio, sí. Pero la idea del diario, en el guion original, estaba pensada desde el futuro. Como si fuera una carta que Mónica le enviaba a Colate, su pareja, tiempo después de haberse separado. Pero llegó la pandemia, el rodaje se paralizó y eso hizo que la mitad de la película que estaba pensada desde el punto de vista de él desapareciera por completo. En ese momento nos dimos cuenta de que ya no había manera de hacer esa película y que todo debía surgir de Mónica. Los planos en Super-8 ya los había filmado durante esos cinco viajes previos, a solas, y con la editora Ana Pfaff estuvimos viendo qué hacer con ese “diario” en fílmico, cómo lo incluíamos en la película. Enseguida encontró su forma final, pero el gran tema era cómo ponerlo en diálogo con la ficción. Siempre chocaba y chocaba, hasta que decidimos que el Súper-8 fuera un espacio de silencio interior. El espacio donde se genera calma para poder pensar, recordar, soñar.
-La danza ocupa un lugar central en el desarrollo de la historia, como otra capa narrativa. Tal vez una ficción dentro de la ficción.
-Sí, de hecho en el guion original tenía más importancia y desarrollo. Desde el principio estuvo pensando que ese dúo de baile fuera una escenificación de cuando se conocieron. También estaba pensada esa evolución desde la puesta en escena de la danza: comenzar en un teatro y terminar en un lugar donde no hay luces ni escenario real. Y ahí está la magia de la realidad, porque cuando nos encontramos en el lugar del rodaje comenzó a diluviar, fallaron las luces y se generó una atmósfera perfecta para que pasara lo que pasa en esa escena. Es algo increíble. La película está llena de esas cosas: la realidad se mete en la vida de los personajes. En cuanto a la danza, ocupa un lugar similar pero distinto al que tiene en Con el viento. Un espacio de expresión: los cuerpos no mienten.