La realidad política argentina es vertiginosa. La centroderecha se consolida como partido y, a la vez, cristaliza sus facciones: las moderadas y las extremistas disputan sus posiciones en el ágora. El peronismo sigue sin candidato firme y el “mileismo” crece y se presenta como electoralmente competitivo. Todo esto, en un año electoral donde la polarización política alcanza su punto álgido. En este escenario, los investigadores Mariana Gené y Gabriel Vommaro dialogan con Página/12 sobre “el sueño intacto de la centro-derecha” (Siglo XXI), un libro donde recorren el derrotero de Juntos por el Cambio, así como las coaliciones sociales y políticas que apoyaron y bloquearon su proyecto, amenazado por sus propias internas y, más aún, por la “derecha de la derecha”, en franco crecimiento.

--En su libro El sueño intacto de la centroderecha, presentan a la coalición Juntos por el Cambio (JxC) como un partido arraigado que, sin embargo, en los últimos años se encuentra con algunos desafíos de cara a las elecciones. ¿En qué consisten esos desafíos en este año electoral?

Gabriel Vommaro: Escribir este libro hoy obliga a analizar la complejización de la vida interna de Juntos por el Cambio y, al mismo tiempo, la aparición de una derecha de la derecha robusta, electoralmente en crecimiento y con mucha capacidad de incidencia pública. Desde la derrota de Mauricio Macri en 2019, es innegable que JxC se consolidó como opción electoral --pese a haber tenido una gestión mediocre-- y se ordenó como coalición en torno al PRO y a la figura de Macri. Al mismo tiempo, comenzó a haber una disputa por el poder en el interior del PRO en los últimos años, lo cual desajusta la coordinación y la disciplina interna que tenían. Por si fuera poco, los radicales hoy también quieren discutir el poder interno.

--¿Y en el frente externo?

GV: El segundo desafío es cómo responde el PRO, ya no a la épica antipopulista sino al hecho de ser colocado, por parte de la extrema derecha, en el lugar del establishment con rasgos propios de una centralización tibia.

--Dentro de las facciones que hay en el PRO, ¿quiénes aparecen como más competitivos electoralmente?

GV: El PRO pasó de una estructura interna organizada en facciones por origen político partidario y no partidario --tales como empresarios y miembros de ONGs-- a una estructura interna de competencia basada en grupos y facciones, organizadas por liderazgos. El liderazgo dentro del partido lo ejercían Macri, Larreta, Bullrich y, en menor medida, Vidal, que claramente se va desdibujando. Luego hay grupos internos vinculados con liderazgos provinciales o municipales. Eso hace que el partido tenga una estructura muy dependiente de la competencia entre líderes más que entre ideas. Sí conviven esas dos miradas que expresan Bullrich, quien apuesta a polarizar y tomar posiciones más nítidamente conservadoras, y Larreta, que cree que hay que correrse para el centro.

--¿Cuál de estas posiciones es más competitiva de las dos?

GV: Es muy difícil decirlo. La lección que saca Larreta del gobierno de Macri es que faltó más conciliación, más integración e incorporación de aliados; eso se contrapone con la interpretación de Macri y Bullrich, que tienen la idea de que faltó ir más rápido y ser más agresivos. Hace cuatro años, Larreta tenía una posición más consistente con los hechos. Pasado el tiempo, en un contexto en el que se agudizó la polarización y creció el espectro de derecha y, en particular, la oferta de Milei, parece que la apuesta de extremar y radicalizar tiene más asidero.

--En el libro aluden a la “disyuntiva” que enfrenta la derecha en la Argentina. ¿En qué consiste esa disyuntiva? ¿Puede ser extensible a la región?

Mariana Gené: En distintos países de América Latina hay un espacio político en el que están las derechas mainstream y lo que Gabriel llamó la “derecha de la derecha”. Los votantes más enojados, más polarizados y descontentos, que en algún momento se acercaron a las derechas tradicionales que buscaban la moderación o cierto realismo político para gobernar, ahora son cooptados por estas derechas radicales. En otros países, como Brasil, esto es más fuerte. Allí, Jair Bolsonaro encarnó ese sentimiento antipartidos políticos tradicionales. En Argentina todavía no pareciera ser el caso, pero no es imposible que ocurra.

--¿Por qué?

MG: Todavía la polarización mantiene muy diferenciadas a las coaliciones de JxC y el FdT. Quizá entonces, para Javier Milei sea más difícil arraigar ese sentimiento “anticasta”. Hay una complejidad adicional. Para Milei, Larreta es parte de la casta, pero Patricia Bullrich y Macri son líderes con los cuales estaría dispuesto a ir a una interna. Esa distinción permite que Juntos por el Cambio apueste a retener esos votantes. El problema está en la necesidad de un equilibrio para retener a los votantes más radicalizados y más indignados, que piden discursos más nítidos y agresivos y, al mismo tiempo, a los que están en el centro ideológico. La centroderecha no puede perder de vista ese espacio del centro. Conocemos poco de la construcción partidaria de la Libertad Avanza o vemos que es muy débil, pero el escenario ya no es tan claramente bicoalicional. Y esa tercera fuerza de derecha tironea a JxC.

--¿Qué efectos tiene la renuncia de Mauricio Macri a su candidatura en la reconfiguración de JxC?

GV: Ya cuando escribimos el libro, Macri no nos parecía un candidato serio y sólido para las presidenciales, sino que estaba a lo que ya era sabido para que valiera caro su lugar de líder del partido y para ceder terreno lo más lentamente posible a la interna desus dos principales desafiantes. El anuncio de Macri clarifica un escenario previo que ya estaba prefigurado, quita un poco de ruido, pero no creo que incline la balanza a favor de uno u otro de los principales contendientes de JxC. Sí facilita la relación con los socios de la Coalición, sobre todo los radicales, que estaban disconformes con la idea de que Macri siguiera manteniendo una posición central en la toma dedecisiones.

--Volviendo a 2015, ¿cuáles fueron los momentos que el PRO capitalizó para consolidarse y ganar las elecciones de 2015?

GV: Pasaron varias cosas. Por primera vez había en Argentina un partido de centroderecha que se sostenía en el tiempo. Con dificultad, pero se expandía. El PRO no buscó atajos, no fue como colectora del peronismo, por ejemplo. Hubo una apuesta de Macri y su grupo de formar una marca partidaria diferenciada del resto, que pudiera ser competitiva. Una apuesta a controlar la expansión territorial sin lotear el partido, como sí le ocurre a Milei. Una cuestión central fue la división del peronismo, que entró en crisis a partir del 2013. En ese momento, empezó a dividirse el voto peronista, perdió aliados y se debilitó la coalición peronista-oficialista. En segundo lugar, los posibles competidores por el voto no peronista fracasaron en sus intentos de construir una alternativa para la victoria. Es decir que el partido con programa, con candidato y con posibilidades de enfrentar con éxito al peronismo era el Pro y era Macri. Después hubo otros episodios: Carrió dejó a Pino Solanas hablando solo y comenzaron las conversaciones secretas del Pro con Ernesto Sanz. Finalmente, Gualeguaychú fue la consolidación del giro radical a la derecha.

--Ya que mencionan a Milei. ¿En qué se distingue y en qué coinciden, la construcción de Cambiemos/JXC y la de La libertad avanza?

GV: En la mayor parte de las provincias, Milei arma con los políticos disponibles de los partidos tradicionales, incluidos los conservadores y autoritarios como Bussi, que formaron parte de otras coaliciones: fueron parte de Acción por la República, de Recrear, que intentaron o fueron parte del PRO, aunque no todos.

--En algunos capítulos hablan de los “peronistas en el Pro” y en otros, del ingreso del partido radical a la Coalición Cambiemos. ¿En qué se distinguen la incorporación de unos y otros?

MG: En su historia, el PRO se formó con distintos linajes. Algunos recién entraban en la política y otros, en cambio, tenían experiencia: entre ellos, radicales y peronistas. Radicales y peronistas en el PRO hubo desde siempre. Allí observamos una división del trabajo, ya que se incorporaron al poder legislativo más que en el gabinete de Macri. Pero una vez conformado Cambiemos, llegaron de formas muy distintas. Los radicales llegaron como partido; de allí la importancia de la convención de Gualeguaychú. Y lo hicieron resignando parte de su programa político; fueron “furgón de cola” del PRO.

--¿Y los peronistas en el PRO?

MG: En este caso no hubo una alianza entre el peronismo y el PRO, sino camadas de peronistas que fueron llegando al PRO. Los primeros llegaron cuando el PRO se formó; más tarde hubo un conjunto de peronistas que llegaron para la opción “Macri presidente”, que cumplieron la función de armadores: le trajeron destrezas al PRO y un saber hacer de la política que fue muy importante.

--¿Qué aportó esta segunda camada de peronistas en el PRO?

MG: El objetivo era nacionalizar el partido, definir cuáles eran los mejores candidatos, buscarlos y convencerlos. Intentar el mejor armado electoral del que fueran capaces de cara a 2015. Y posteriormente, Emilio Monzó, Rogelio Frigerio y sus segundas líneas cumplieron el papel de negociadores políticos, tareas relacionadas con esa mediación política que, quizás, muchos de los “PRO puros” no hacían con tanta destreza.

--En su investigación, el año 2017 aparece como el punto más álgido del gobierno y, al mismo tiempo, como el “inicio del fin”. ¿Cómo se inscribe en este derrotero la reforma previsional del 14D?

GV: La sanción de la reforma previsional del ’17 fue una “victoria pírrica”.

--¿En qué sentido “pírrica”?

GV: En el año 2017, el gobierno ganó las elecciones de medio término. Esteban Bullrich, una figura con bajo conocimiento y un perfil poco bonaerense, le ganó a Cristina Fernández en la provincia de Buenos Aires. Esa victoria les dio el impulso y el respaldo para avanzar políticamente con una agenda de reformas más explícita. Macri propuso la reforma previsional, la reforma impositiva, la reforma laboral. La primera reforma fuerte fue la previsional. Cambiemos logró aprobarla, pero con un costo enorme en términos de desgaste interno. Esa reforma tensó mucho la coalición, generó rispideces entre Macri y sus armadores políticos, con su ministro del Interior, con los radicales, con Carrió y con los peronistas.

--Si las reformas tuvieron costos políticos. ¿Hay margen para implementar reformas radicales en un potencial nuevo gobierno de JxC?

MG: Más que pensar qué fuerza es más competitiva, hay que pensar quién tiene más chances de ser efectiva a la hora de gobernar. Uno puede pensar que la posición más radical en términos reformistas requiere un escenario de debilitamiento de la fuerza de la coalición sociopolítica peronista, un escenario en el que los sindicatos, los movimientos sociales y el peronismo estén debilitados. Eso les daría más espacio para un reformismo más agresivo. En tanto que la posición más moderada supone que es necesario negociar, al menos, con una parte de esa coalición sociopolítica para llevar a cabo las reformas. Está claro que, aun en los momentos de gran crisis económica y social, los sectores populares con capacidad de movilización no cederán terreno tan fácilmente ni bajarán su agenda y sus demandas como la opción conservadora querría. También es cierto que esta es la primera vez que un gobierno peronista tiene una performance tan pobre para su base, y eso no sabemos qué efecto puede tener. Es muy complicado pensar qué puede pasar, pero sí es claro que el escenario es más pesimista de lo que fue en 2015 aunque más optimista para las fuerzas populares de lo que querrían las miradas reformistas radicales.

--¿Por qué marcan el 2017 como el principio del fin?

GV: Es el principio del fin de la fortaleza política que había conseguido el gobierno de Macri para implementar reformas. A partir de allí, distintos bloques actuaron de manera bastante coordinada. Entre distintas facciones del peronismo, movimientos sociales y sindicatos empezó a circular la idea de que era necesario rearmar la coalición peronista.

--En el libro toman una investigación de Ana Natalucci. Ella sostiene que, aunque hubo resistencia y movilización social durante el macrismo, no fue en ese período cuando se dio el pico de movilizaciones sino en el segundo mandato de Cristina Fernández. ¿La cantidad de movilizacioneses un indicador suficiente para medir el nivel de conflictividad social que genera un gobierno?

MG: Hay varias fuentes que marcan una cantidad levemente menor de manifestaciones durante el macrismo. También es cierto que durante la última etapa del gobierno de Cristina hubo un desmejoramiento de las condiciones económicas, un agotamiento del giro a la izquierda y un cierto desencuentro de la coalición del peronismo. Al mismo tiempo, en el macrismo había mucha preocupación por el peligro de la conflictividad social: el fantasma de un gobierno no peronista que no pudiera controlar la calle. Pero frente a esa preocupación de Cambiemos, los líderes de los movimientos sociales --entrevistamos a varios-- asumían que no podían “pudrir todo” con un gobierno que acababa de asumir, legitimado en las urnas. Y porque, además, iban a tener a los medios de comunicación en contra.

--¿Creen que Cambiemos logró controlar la conflictividad social?

MG: Quizás los cálculos que hacían unos y otros no coincidían, pero la conflictividad social era una preocupación fundamental para muchos de los líderes de Cambiemos. En distintas etapas, el gobierno negoció a cambio de esa paz social; eso habilitó ciertos avances en la agenda de los movimientos sociales: beneficios segmentados particulares para los sindicatos y también leyes favorables para los movimientos.

--¿Cómo cuáles, por ejemplo?

MG: La ley de emergencia social o el registro nacional de barrios populares. Y también trazó relaciones importantes con algunos referentes de los movimientos sociales. Por supuesto que eso también generaba tensiones al interior de la coalición, con sectores que no veían como importante negociar con estos sectores.

--Aunque Cambiemos gobernó en Nación y en AMBA al mismo tiempo, ustedes señalan que hubo una “nacionalización débil” del PRO. ¿Por qué?

GV: Lo que ocurrió es que el control estuvo centralizado en el Pro, incluso el uso de la marca. El Pro diseñaba las campañas llave en mano en la ciudad de Buenos Aires. Esa dinámica centralizada durante años en el gobierno porteño se reprodujo con más fuerza durante la gestión 2015-2019. Respecto de la comunicación de gobierno, la expansión política siguió muy centralizada en la jefatura de gabinete. La figura de Marcos Peña, por caso, le dio mucha coherencia y mucha coordinación al PRO y a la coalición de gobierno. Pero, al mismo tiempo, generó dificultades para incorporar grupos locales que reclamaban algo de autonomía y libertad de acción. Por el contrario, esos sectores se encontraban con un Pro muy centralizado, muy férreo y verticalista, que les daba pocas posibilidades de crecimiento político.

--¿Cómo afectó ese verticalismo en la relación con el radicalismo?

GV: Allí donde el radicalismo siguió siendo fuerte y controlaba el gobierno, el PRO tuvo menos espacio para crecer y expandirse.