Estaba ahí, con la mirada perdida en el árbol de quinotos y con el sol que le daba de lleno en la cara. Me escuchó llegar, me miró de reojo y le dije que me parecía raro que estuviera en el patio. Juanito sonrió, y mientras la sonrisa todavía le temblaba entre los labios, me pidió que le acomodara las piernas. Me dijo que el frío lo tenía loco, y la humedad. Siempre repetía lo mismo, todos los días, todas las tardes. Y yo le mentía, todos los días y todas las tardes. Le decía que el frio le endurecía los músculos. Y él repetía que tenía que pasar el invierno, que cuando llegara el verano iba a caminar. Ya vas a ver. De la punta de la mesa hasta el televisor, decía, y señalaba con el dedo, la mano temblando en el aire, los dientes apretados.

Mi papá sacaba la fuerza con los dientes, dura la mandíbula cuando levantaba un portón, cuando usaba la soldadora y cuando le pegaba mazazos a algún fierro que tenía que enderezar. De chica, pensaba que mi viejo era un superhéroe, y que la fuerza se le activaba cuando cerraba la boca y hacía cara de enojado.

Este verano camino. Hago cuatro o cinco pasos solo. La Eli y el Ema me sostienen, ¿viste? Pero la fuerza la hago yo, dijo mientras Eliana nos traía el mate al patio, y escuchaba y movía la cabeza para los costados, y no decía nada. Yo tampoco dije nada. Lo que pensamos quedó ahí, en ese patio abandonado, en ese lugar que le conseguimos de apuro a Juanito cuando mamá nos dijo que no podía tenerlo más internado en su casa. Tengo que hacer el invernadero, dijo, así que salimos de raje a buscar, y nos pareció bien que no pidieran garantías propietarias, y al abandono del patio ni lo vimos.

A Juanito tampoco le importaba. Decía que prefería tomar el sol que entraba por la ventana. Se quedaba ahí, en la pieza, haciendo sopas de letras y pintando mandalas para ejercitar la mano, y también mirando porno. Eliana apoyaba el celular en una taza y dejaba que los videos corrieran.

Esa tarde fue la primera que nos juntamos en el patio. Ahí recién le presté atención. El suelo era de tierra, y en el medio había un cantero tapado de gramilla, un rosal peleando con los yuyos y nada más. Lo mejor era el sol y el color naranja de los quinotos de la casa de al lado.

Juanito me pidió que le estirara las piernas y le apoyé los talones en el cantero, y me preguntó cuándo se iba a terminar y me habló de los quinotos y de que le iba a pedir a Eliana que se trepara al tapial para agarrar algunos. Nos acordamos del taller, de sus plantas y de los dulces que le preparaba mamá. En almíbar, dijo. Y cada vez que Eliana iba a la cocina a buscar otro mate, aprovechaba para sacarle el cuero. La Eli es buena piba, pero no sabe hacer ni un huevo frito. Pobre. Es bruta. Bruta. ¿Viste cómo escribió alcohol? Alchol puso la bruta. Nos reímos. Lo importante es que te atienda bien, puse el manto de piedad. Es buena. Sí, sí. Me atiende bien. Me atiende bien.

En una de las vueltas al patio, Eliana me dijo que Juanito quería hablar conmigo. ¿Qué pasó? ¿Me querés manguear plata para salir de joda? Me reí y miré el cantero. Los talones de Juanito estaban apoyados ahí, en el borde, y dos hormigas le caminaban por las medias. Pensé en la sonda y tuve miedo de que un bicho se le metiera, y le empujé la silla con la pierna, sin pararme. Los pies de Juanito cayeron y las hormigas volaron. Volví a chupar el mate.

A ver… Cómo te explico, dijo Juanito. Viste que de día está la Eli, pero… a la noche estoy solo. Bajó la cabeza. En ese momento creí que había entendido. Nunca se me había ocurrido. Pensé en una noche cualquiera, mi viejo tirado en la cama y una o dos hormigas caminándole por la cara. Una araña bajando del techo. Un incendio. Eliana, antes de irse, lo bañaba, le daba la comida, lo acomodaba en la cama y le ataba las piernas a la baranda. ¿Cómo hace un cuadripléjico para sacarse hormigas de la cara?, pensé.

Le dije que iba a hablar con Ismael, pero que una nochera iba a ser un gasto más. Teníamos que resolver el tema del colchón, la diarrea, los pañales que le quedaban chicos, la escara. ¿Sabés si tu hermano terminó la camioneta?, dijo. Hace mucho que no hablo con él. Eliana venía con otro mate. Viejo, no mienta. Ayer le hizo una videollamada, dijo. Mirá, dije, pensé que el celu lo usabas para ver porno nada más. Le guiñé un ojo a Eliana. Juanito se puso colorado y me dijo una vez más que no miraba porno, que cuando miraba las noticias, las porno se le metían entre en las propagandas, y que la llamaba a la Eli para que le acomodara el coso, como le decía al celular, y que como Eliana no lo escuchaba y él no podía moverse, miraba las porno a la fuerza, de aburrido.

Ahí nomás se animó. Yo no quiero una nochera, dijo. Lo que necesito es otra cosa. Seguimos hablando de todo un poco, y siempre terminábamos en lo mismo, así que lo apuré. Dale, pa. ¿Qué me tenés que decir? ¿Te da miedo quedarte solo a la noche? ¿Ahora te da miedo? Movió la cabeza para los costados y no dijo nada. Nos quedamos en silencio, y al rato me dijo que yo no entendía y que a Ismael no se lo podía pedir. Vos sos la única que puede, dijo. Quiero que una noche de estas me traigas a alguien, cuando la Eli se va.

Levanté la cabeza y la miré a Eliana, y ella se encogió de hombros. El viejo quiere una mina, dijo. Juanito había bajado los ojos. Creo que se miraba la sonda. Nos quedamos sin hablar. Me acuerdo de que chupé otro mate y el ruido retumbó en el aire. Bueno, eso, dijo Juanito. Todavía soy un ser humano. Me costó entender. Pero ¿pagarle a alguien para que vea cómo dormís? Ni al baño necesitás ir, dije, y pensé en la palabra “postración”.

Otro silencio, que Eliana rompió con la voz grave que tiene. El viejo quiere una puta. Decile, viejo, decile. Contale a tu hija todo lo que me decís a mí. Los ojos se me tienen que haber abierto a más no poder. ¿Es verdad lo que dice Eliana? ¿Vos querés eso, pa? ¿Para qué? Bajó la cabeza. Sí, quiero eso.

Ahí me vino una imagen del verano anterior. Estábamos comiendo en la casa de Ismael. Papá sentado en la punta de la mesa. En un momento sentimos un olor asqueroso y algo empezó a chorrear. Eliana tenía el día libre. Mamá empezó a hacer arcadas. Ismael no quería que lo acostemos en su cama y se le ocurrió la idea. Arrastró la silla al patio y conectó la manguera. El calor ayudó. Nosotros lo paramos. Vos manguereale el culo, me dijo mi hermano. Esa es la imagen. Papá lloraba, Ismael y Cristian, mi otro hermano, lo sostenían de los brazos, Los pies de Juanito, tullidos, apoyados en el suelo, el culo y las piernas chorreando, y yo apretando fuerte la manguera.

Ahora, esa persona lastimada, burlada, porque nos reímos mucho, me estaba pidiendo una mujer. Sacudí la cabeza como un perro mojado para despabilarme, pero me volví a perder cuando lo miré a Juanito. La semana que viene te llevo a tomar un helado. Vos lo que necesitás es salir, le dije. Otro día me llevás, dijo. Ismael me mata si gasto la plata en eso. Tenemos que comprar el colchón, dije. No le cuentes, dijo. Un psicólogo, dije. ¿Querés un psicólogo? Pero Juanito no quería nada. Te llevo a la iglesia esa que me pediste, la del cura sanador, ¿querés?, probé por ese lado. No. ¿Para qué? Yo lo que quiero es caminar y que me traigas lo que te pido. Llevame adentro. Decile a la Eli que me acueste. No aguanto más, dio la orden, un ruego. Quedate un rato más sentado. Acordate lo que te dijo el kinesiólogo. Esta vez el ruego fue mío. Llevame a la cama. Estoy cansado.

Me paré, le agarré de a una las piernas, se las doblé y las acomodé en los apoyapié de la silla. Levanté la bolsa de orina y se la puse en la panza. Sostenela ahí que se me traba en las ruedas, le dije, y le calcé el gancho en el elástico del pantalón. Mi papá, una vez más, apretó los dientes y movió la mano hasta tocar el gancho. Empujé la silla y entramos.

 

No pude sacar la cabeza de ese patio. La idea, la necesidad de Juanito no me soltaba. Traté de pensar en las sopas de letras y en llevarlo a pasear por el barrio, y también en comprarle un helado; pero no me pude sacar de encima la voz de Eliana. El viejo quiere una puta