Dolores Reyes y Cometierra irrumpieron juntas en la escena literaria argentina, hace apenas cuatro años. Tanto que, ahora que publicó su segunda novela, “Miseria” (Penguin, 2023), la secuela de “Cometierra”, a partir de los mismos personajes, distinguir autora de personaje es una tarea obligada pero no sencilla.
El nombre de la novela es el de la protagonista, apodada así por sus habilidades sobrenaturales. Cometierra es una joven, una pibita, que tiene el don de ver. Al comer la tierra donde desapareció una mujer, puede ver dónde está, si vive todavía o quién le hizo daño. Lo descubrió cuando su padre mató a su madre y los dejó solos, a ella y a su hermano. Ese don, cuando las estadísticas indican que durante 2022 se registraron 242 femicidios en todo el país, cuatro hechos por semana, según un informe del Observatorio de Femicidios de la Defensoría del Pueblo de la Nación, como dice su cuñada, Miseria, “es oro”.
Acá también se presentan distintos caminos. "Oro" admite dos lecturas. Una, más literal: su don le permitiría "hacer guita", comprar la cunita y algo de ropa para el bebé que está por nacer, vivir un poco mejor, "salvarse", como tantos adivinos o pitonisas que encuentra en la ciudad y han montado su pyme. Pero es "oro" tambipen en el sentido de lo que puede aportar a otros: alivio del sufrimiento, alguna certeza, hasta salvar vidas si llega a tiempo. Es lo que ocurre con Tina, la inmigrante que trabaja con Miseria en un bazar chino, que esconde sus pérdidas hasta descubrir que existe una posibilidad, una esperanza de saber: Cometierra.
A esta altura, uno sabe que la violencia machista atraviesa clases sociales y que nadie está a salvo, pero en el universo narrativo que construye Reyes, al dolor de la pérdida, al temor a la muerte o a las distintas formas de violencia, se agrega la precariedad. Sus personajes, como la inmensa mayoría de los sectores populares que habitan los conurbanos, del país y la región, viven existencias marcadas por la fragilidad. Todo puede torcerse en un segundo, el cielo ponerse negro y dejarlos en la más absoluta indefensión, frente a cosas que otros resolverían con una tarjeta de crédito o llamando a las personas adecuadas. Las novelas de Reyes tienen un fuerte componente de clase, de abajo, como ese cross a la mandíbula que militaba Roberto Arlt, en la jeta del lector bienpensante y de clase media.
“Cometierra” (Editorial Sigilo, 2019) es una novela feminista, una novela potente y bien escrita pero, sobre todas las cosas, es una novela conurbana. El entorno, la localidad de Pablo Podestá, allá al fondo del partido de Tres de Febrero, está vivo. No es un escenario ni un decorado: se mueve, interactúa con los otros, es un personaje más. Cerca de Loma Hermosa y del límite que señala el Camino del Buen Ayre, con los distritos de San Martín y Hurlingham.
En “Miseria”, los mismos personajes -Cometierra, su hermano “el Walter” y su pareja embarazada, Miseria- se enfrentan a nuevas circunstancias. Se mudaron a la ciudad, intentan dejar atrás el drama que los signa y se preparan para recibir una nueva vida. Manifiestan su extrañeza -en la ciudad no se ve el cielo, todo es ruido y gente- y, a la vez, una cierta fascinación.
Cometierra quiere ser una mina normal, hasta le gustaría enamorarse. Quiere olvidarse de su don, ese que no sabemos de dónde le viene, pero está íntimamente ligado a una forma de sabiduría popular, que incluye cruces de sal, curas caseras para el empacho o hablar con los muertos en sueños, todo un repertorio que la cultura oficial denomina brujería y la iglesia católica tilda de pecado o sacrilegio. Pero para ella no hay retorno. Ve, percibe, aún contra su propia voluntad. La ciudad está llena de peligros. Allí también desaparece gente.
Ella, lo sabe, es la guardiana de su sobrino, de esa pequeña vida que crece en las entrañas de Miseria. Ellos conforman una familia: se eligieron. Andan juntos. Se cuidan como pueden. Mostrar la nobleza de ese vínculo, forjado a través de dramas y dramones, es otro acierto de la autora. Dolores Reyes hace un retrato de los jóvenes de los sectores populares, que incluye el femicidio y el temor al femicidio como una suerte de omnipresencia, que se conjura con la solidaridad entre pares, genuina y elemental.
Dolores no tiene la edad de sus personajes. Nació en 1978. Es de la misma generación de escritores como Félix Bruzzone, Hernán Ronsino, Juan Diego Incardona, Walter Lezcano o Selva Almada. Llegó más tarde que ellos, como si se hubiera propuesto hacer una entrada triunfal. O como si, simplemente, su vida hubiese estado expuesta a vicisitudes y prioridades similares a las de sus personajes. Queda por ver si la saga será una trilogía o de qué forma sigue la obra de Reyes. Lo que está claro es que vino para quedarse y es bienvenida.