Para un querido amigo, la humanidad se acerca –raudamente- al apocalipsis zombi. La hipótesis de un malestar que amenaza, no solo a la democracia sino a la vida, ya no parece un mero delirio.
Ni siquiera hace falta recurrir a datos estadísticos de la realidad mundial. Alcanza con repasar los contenidos de los discursos propuestos por la (dudosa) inteligencia de la inteligencia artificial y sus vasallos pro-medievales. Basta observar velocidad de contagio y potencias de los mensajes tóxicos que circulan por redes de bots y trolls; brotan por pantallas (de cualquier tamaño, red, origen, idioma, tecnología o frecuencia) y se reproducen en muros, marquesinas, kioskos, transportes callejeros y hasta subterráneos.
Tal vez, cuando Marx y Engels invocan al espectro que recorre Europa o Jacques Derrida insiste en cuestionar a los espectros que dominan al discurso social y atacan la propia vida; exhortaban a construir conciencias capaces de evitar pandemias semejantes.
Resulta sencillo identificar los canales de difusión. Cada vez son menos. Apenas un puñadito de grupos económicos. Por contrario, máximas y mentiras que infectan la comunicación son creaciones de prestigiosos académicos.
No es casual que mantras como “dolarizar-dolarizar”, “castas” o auto-agresiones al lugar natal (“país de mierda”, “país de perdedores”) sean de tan fácil digestión y que deconstruirlos exija laaaargas explicaciones.
Tampoco es fácil, descorrer el velo a los propósitos detrás de los algoritmos que diseñan los expertos en siembras de “dividir para reinar”.
Sin embargo, su eficacia puede verificarse en los síntomas comunes.
Los afectados mutan de seres amables a feroces, desarrollan mímicas venenosas y son proclives a agruparse en hordas agresivas. El mal no discrimina. Transfigura a personas de distinta edad, raza, religión o color en individualistas suicidas y es tan igualitario, que no respeta género, profesión, oficio, estado civil, nivel económico o cultural.
La infección se comercializa, pero, salvo una exclusiva minoría, los comunicadores apestados son cada vez más pobres.
Otra curiosidad común es que las víctimas de la sintomatología insisten en propuestas mágicas de sensibilidad cero y combaten a quienes hayan demostrado la capacidad de desarrollar vacunas. Suelen aludir a experiencias de pandemias similares en Europa y América.
Ninguno recuerda a los zombis originales que azolaron Haití de 1957 a 1986 y que, el gobierno de los Duvalier drogaba y usaba como esclavos para oprimir la República y asesinar a quienes se resistieran.
Según el mito, o si el lector prefiere la metáfora, los herederos ideológicos de “Papa y Baby Doc” (los años no pasan solos y hasta los psicópatas aprenden) buscan convertir a las ciudadanías en renovados muertos-vivos y al planeta en una lucrativa pesadilla.
Lo cierto, es que abundan los comunicadores que no tuvieron abuelos. Es decir, cuyos zombis corazones no abrevan en ninguna cultura del planeta y que, en narrativa de Lacan, despojan a las culturas del anclaje con sus herencias ideológicas.
A pesar de ellos, buena parte de la ciudadanía aprende y comprende que quienes pagan para organizar datos, montar algoritmos y distribuirlos por plataformas y aplicaciones, intentan manipularlos. Registran que la mano de obra disponible para la incomunicación es cada día más barata. Escuchan a quienes militan contenidos dañinos para que otros y otras aúllen, griten, aplaudan, maten o mueran, pero piensan “No-estoy-de-acuerdo-pero-es-mi-trabajo-y-si-no-lo hago-yo-lo-harán-otros-y-tengo-que-comer-y-ya-veré-mañana” e inducen que la profusión de frases atrapa-giles anestesian al más viejo y acostumbrado.
Saben que presenciamos guerras por el dominio de mundos tangibles e intangibles, digitales y analógicos y empiezan a desconfiar de quienes, enunciando libertades abstractas, planean destruir el Estado de derecho, la justicia institucional, social y política y las soberanías nacionales y humanas.
Quizás, falte acordarse que todos los imperios usaron siempre las mismas herramientas para sustituir la cultura de los pueblos conquistados: presión cultural hacia el éxito económico- social, falta de oportunidades para las mayorías y trabas legales para evitarlas.
Sin mirarse a los ojos, la anomia afecta a todos y todas.
La imagen en cada pequeño espejo muestra los peligros de abroquelarse en pequeñas cuevas. La sanación empieza por casa. Y en fogones fraternos. Fueguitos, en léxico Galeano. Espacios de parir proyectos que rescaten Memoria, Verdad y Justicia. La Memoria reconoce que las vacunas demandan laboratorios y fábricas. Disponemos de innovación tecnológica, trabajo y materias primas.
Falta el cuarto ingrediente.
* Antropóloga Universidad Nacional de Rosario.