El fin de semana dejó el rastro ya habitual de sangre y muertes violentas en barrios populares de una Rosario a la que parecen sobrarle armas de fuego e impunidad para usarlas. Cuatro asesinatos que elevaron la cuenta a 130 homicidios en lo que va del año, y que con el correr de las horas hacen aflorar la historia de vida detrás de cada víctima, algo que trasciende la estadística.
Fue el caso de Ariel Lisadro Leguizamón, la última de esas cuatro muertes que se sucedieron entre la noche del viernes y la del domingo. Este muchacho de 25 años, a quien todos conocían como Nico en Centeno y Rodríguez, cayó herido de muerte a las nueve de la noche, sin poder escapar de la ráfaga criminal que prodigaron seis personas encapuchadas que avanzaron a bordo de tres motos de sorpresa. El hecho se investiga ahora como un crimen por encargo y con destinatario equívoco.
Cualquiera a quien se le pregunte en ese rincón del barrio Itatí dirá que Nico era ajeno a cualquier sospecha de asuntos reñidos con la ley. Había comenzado de pibe vendiendo el pan casero que luego aprendió a elaborar. Y ahora se ganaba la vida amasando y horneando en una de las unidades productivas que funciona en el centro comunitario Luz, Esperanza y Vida, de Dr. Riva al 2300, a la vuelta de su casa y de la muerte temprana que acabó por llevárselo en el Hospital Clemente Álvarez antes de la medianoche del domingo.
Los testimonios de familiares y vecinos fueron coincidentes. Nico estaba en la vereda de la casa de uno de sus cuñados, juntando leña para el pollo al disco que cenarían en familia para cerrar el fin de semana largo. Y en la esquina aparecieron tres motos con dos hombres cada una. Los vieron detenerse a lo ancho del pavimento de calle Centeno al 2500, levantarse las capuchas para cubrirse la cara y esgrimir armas de fuego. Alguien reparó en que uno de los sicarios tenía una pistola en cada mano.
Los pistoleros empezaron a abrir fuego a mitad de cuadra. Pareció una balacera al voleo, de las que a menudo atemorizan los barrios desde hace un par de años. Algunos arriesgaron que fueron más de 20 disparos, aunque la versión oficial dijo que los peritos de la Agencia de Investigaciones Criminal recogieron 8 vainas calibre 9 milímetros y 5 de calibre 40 mm.
Semejante estrépito causó un desbande de vecinos que a esa hora todavía cerraban el domingo con mates en la puerta de la casa. Todos corrieron a guarecerse, menos Ariel Leguizamón, Nico, que demoró obligado por sus muletas, las que usaba en los últimos días por haber sufrido un accidente con su moto nueva.´
Un balazo en el pecho y otro en la zona lumbar lo derribaron en la vereda, herido de gravedad. Paredes, rejas, ventanas y autos quedaron con la huella de los disparos. Los cuñados, en tanto, cargaron a Nico en un auto y lo llevaron urgente al Heca. Lo siguieron varios familiares y amigos detrás. Y en la guardia del hospital estallaron de dolor al enterarse de que el joven había muerto, y de bronca ante la cantidad de policías que había arribado y no había evitado el asedio permanente de quienes lucran con el crimen y se mezclan en las rutinas del barrio.
“Era una persona maravillosa, mi sobrino no se drogaba ni andaba en nada malo, solo su familia, su casa, no se metía con nadie. Acá en el barrio todos nos ayudamos, pero pasan tirando todos los días y tenemos que meter los chicos adentro, no les importa nada, matan a cualquiera. Nunca imaginé que me lo matarían a Nico. Él no alcanzó a escapar, se quedó a que lo maten”, sollozó una tía del joven.
“Un chico excepcional, luchador, algo tímido, excelente, pongo las manos en el fuego por él. El otro día lo cargaba porque no iba a poder jugar al fútbol ahora que se había lastimado una pierna con la moto. Una gran pérdida”, contó Mariano Romero, referente del Movimiento Evita en zona sur, y primer candidato a concejal por la lista “Un futuro sin miedo”.
Es que Ariel Leguizamón militaba en esa agrupación peronista, y desde allí trabajaba para su familia y para la comunidad en el centro barrial que dirige Gladys, su suegra a la sazón, porque fue en ese contexto que conoció y se enamoró de Nadia, su compañera de vida y madre de su hijo.
Por la tarde trascendió una pista que investiga el fiscal Patricio Saldutti: la balacera podría ser la forma del crimen que encargó un delincuente desde la prisión contra un primo de Leguizamón. Este muchacho había sido baleado días atrás en un pie, y por lo tanto camina con dificultad, igual que Nico desde que cayó con su moto. La conjetura supone acaso que los sicarios confundieron la persona a la que debían asesinar.
De cualquier modo, el barrio quedó estremecido. Es que solo 48 horas antes había ocurrido un espanto similar y cercano. Cuatro cuadras al sur, al otro lado de la vía, por Rodríguez al 4400, el viernes a la noche, Nicolás Agüero --24 años y obrero de la fábrica de electrodomésticos Liliana-- asomó a la calle y descubrió que dos hombres acababan de romper la ventanilla de su Volkswagen Gacel. Sin pensar, los encaró fuera de sí pero los ladrones respondieron a puñaladas y balazos. Los homicidas escaparon y dejaron al muchacho sin vida junto a su auto.
Casi a la misma hora, pero en un pasillo de Ayacucho y Estado de Israel, a metros del Museo del Deporte y del Polo Tecnológico, los vecinos escucharon un rosario de balazos y al asomarse hallaron sobre el barro el cuerpo acribillado de Brian Orellano, un chico de 23 años que residía en Pérez y de quien nadie explica cómo fue que lo mataron tan lejos de casa.
La cuenta roja del fin de semana culminó el sábado a la noche, con el homicidio de José "Coki" Torrén, 42 años y hermano mayor de Miguel Ángel Torrén, futbolista actualmente en Argentinos Juniors con origen en Newell's. El Ministerio Público Fiscal informó que llegaron cuatro hombres en moto hasta la casa de Torrén, en un pasillo de 27 de Febrero al 7700, lo hicieron salir y entonces lo ejecutaron a balazos delante de su mujer. El fiscal Saldutti investiga sobre la hipótesis de un crimen vinculado al narcomenudeo. Fue el tercer hermano del futbolista que muere asesinado en los últimos 13 años.