Tres hermanas oriundas de un pueblo chico de la Argentina transitan épocas de crisis. Corren los primeros tiempos del milenio y entre la supervivencia local ante el vacío económico y político y el exilio de una de ellas en busca de oportunidades en tierras lejanas, se tejen estrategias de existencias posibles que van desde las complejidades del amor hasta la cruda decepción, desde la frustración reinante hasta el combate contra cualquier situación que se oponga a la realización de lo que más se desea.
Con una puesta minimalista, sencilla y profunda, Pablo D’Elía apuesta con su dirección a interpelar directo al corazón del público mediante un tema que considera nodal en su trabajo y en su vida: el deseo en todos sus posibles formatos, manifestaciones y luchas por su obtención. Con dramaturgia de Jorgelina Vera y protagonizada por un triángulo impecable conformado por Maiamar Abrodos, Jorgelina Vera y Enrique Porcellana, el El deseo de Emilse afina el foco en los deseos postergados en tiempos de crisis, tal como lo narra su director en diálogo con SOY: “Jorgelina imaginaba, en su escritura, que esta era una obra para actrices más jóvenes, pero yo me las imaginaba más grandes, algo relacionado con la postergación del deseo, que fue lo que más me interesó del material: ¿hasta cuándo jugársela por los deseos, sobre todo en países que tienen tanta inestabilidad y en donde justamente muchas veces el deseo y la productividad no van de la mano necesariamente?”.
Tanto Ana como Emilse, interpretadas por Jorgelina y Maiamar respectivamente, toman la lejanía de su hermana Ema como una excusa casi inconsciente para visibilizar y develar, voluntaria o no tan voluntariamente, el lugar central que el deseo atraviesa en sus vidas: la incomodidad, lo escurridizo, lo cambiante, lo desafiante y lo maravilloso de enfrentarse con lo más oculto, lo más genuino, aquello que nos mantiene vivxs pese a todo.
Posiblemente situada en la crisis del 2001 en Argentina, aunque intencionalmente no tan anclada en una época específica desde el texto original, Pablo comenta que “la veía en el 2000, en la crisis del 2001, en el 2002, y le agregamos el intercambio del truque al material, porque esa había sido una crisis muy importante en nuestro país, muy violenta, y creo que ahí hubo que reacomodar los deseos de la población. La diferencia entre necesidad y deseo para mí es crucial: la necesidad es lo que uno necesita, lo que se requiere para la supervivencia, no es un derecho. El deseo es un giro voluntario, uno acciona hacia eso o no acciona y, por lo tanto, reprime. Y me parece que en una crisis así uno no puede muchas veces desear, reprime mucho más porque tiene que simplemente comer, ocuparse de las cosas vitales para su supervivencia”.
Parte de este equipo viene trabajando junto hace tiempo, y por su historial escénico pasaron obras como Las Guardianas, en la que el desborde situacional, emocional y sexoafectivo era un tema central que configuraba una escena camp, exuberante y queer.
Ahora, se encuentra transitando territorios más sensibles: “Me gusta este estilo de obra en la que se juega el humor pero a la vez te pega en un momento. Es una obra muy sincera, y eso también me atrajo: hacer algo sencillo, honesto, que llegue sin vuelta intelectual, que nos atraviesa a todos. Reflexionar sobre qué es lo que nos une, porque también pienso que les argentines somos seres muy deseantes y que tenemos contacto con nuestros deseos, y también tenemos estrategias, como pasa en esta obra, para salir de estas crisis y poder ir logrando lo que queremos, aunque a veces tarde más. Tenemos como un Master en esto, porque creo que a todos nos atraviesa el postergar los deseos y la posibilidad de realizarlos en función de la crisis económica, que pone de manifiesto las necesidades más básicas. Y cubrir esas necesidades más básicas es cada vez más costoso. Me parece que hay algo de la actualidad que está espejando esa situación”.
Funciones: domingos a las 20:30 en el Patio de Actores, Lerma 568.