Es negra. Es mujer. Es bahiana. Es cantante. La ministra de Cultura de Brasil, Margareth Menezes, estará en la Argentina para la inauguración del MICA 2023, la sigla de Mercado de Industrias Culturales que funciona en el ámbito de su colega argentino Tristán Bauer. Brasil es el invitado de honor para este mercado que funcionará del 1 al 4 de junio en el Centro Cultural Kirchner. Los organizadores programan contar con más de 200 compradores de servicios de 24 países, y 400 compradores nacionales, además de miles de productores y productoras de bienes y servicios culturales.
--Lula nunca eligió una cabeza para el Ministerio de Cultura al azar --le comentó este diario a la ministra en un diálogo a distancia antes de que tomara el avión.
--Efectivamente en sus gobiernos Lula siempre demostró una sensibilidad cultural. Y busca fortalecer el Ministerio con políticas dirigidas al sector cultural con un criterio político y también con un criterio económico. Claro, en su primer gobierno designó nada menos que a Gilberto Gil, también un artista, que hizo un trabajo extraordinario. Jair Bolsonaro, justamente, se dedicó a desmontar lo que pudo, tanto a nivel del Ministerio como de las políticas. Como artista negra, mujer y bahiana y con un trabajo no directamente político pero sí social en Bahía, percibí una señal: trabas para que desarrollar el arte y la cultura fueran imposibles, o al menos muy difíciles. Bolsonaro quería que los artistas negros fuéramos separados de la base de cultura popular que conocemos y representamos. Ahora, al contrario, estamos descentralizando. Buscamos no debilitar sino fortalecer la simbología y la identidad nacional. Brasil es un país diverso a nivel regional. Mi Ministerio quiere reflejar esa diversidad. Fortalecemos el Ministerio y buscamos que la política cultural sea una política de Estado para un país de más de 220 millones de habitantes con siete millones que trabajan en la cultura y en las industrias creativas.
--¿En qué sentido concreto Bolsonaro desmontó el Ministerio de Cultura?
--Paralizó las políticas públicas. Convirtió el Ministerio en secretaría dentro del Ministerio de Turismo. Y esa secretaría quedó inanimada.
--O sea que tuvieron que revivirla.
--Tal cual. Y la reconvertimos en Ministerio. Había 1940 proyectos congelados a pesar de que tenían la aprobación. Todo trabado. Los destrabamos y asignamos presupuesto, que había llegado a niveles ridículamente bajos. Estaba todo parado. Y además Bolsonaro criminalizó la actividad cultural. Persiguió al sector.
--¿Cómo criminalizó?
--Persiguió artistas y áreas, como el cine. Quitó facilidades que llevaban décadas y décadas. Liquidó las iniciativas de fomento. La sociedad, entonces, dejó de participar, que era lo que Bolsonaro quería. Ahora estamos haciendo lo opuesto. Los artistas son bien recibidos. Los proyectos también. No trabamos, estimulamos y apoyamos. Dialogamos con el sector cultural, que ya no se queja más. Cuando llegamos aquí había 18 millones de reales para realizar actividades de fomento en todo Brasil. Hoy, si sumamos los presupuestos, estamos hablando de 10 mil millones. Y ya estamos ejecutando tres mil millones de reales. Ésa es la forma de estimular. Recordemos que a Bolsonaro se sumó la pandemia, que por sí sola supuso la pérdida de 65 mil millones de reales en el sector cultural. Hay que reconstruir. Hay que ayudar a la recuperación.
--¿Qué vendrá especialmente al MICA?
--Danza, artes visuales, circo, diseño, juegos electrónicos. Precisamos contemplar una gran diversidad. Y música, claro: después del tropicalismo, la música popular brasileña tiene una identidad propia. Tomó impulso y cruzó las fronteras del mundo. No solo a partir de Bahía sino también de Pernambuco. Brasil es un país con muchas influencias. La mezcla tiene resultados positivos. Ahora tenemos que saber cómo extraer ventajas económicas de esa mezcla y de esos resultados.
--La mayoría de los bahianos votaban a los conservadores. Luego se hicieron lulistas. ¿Por qué? ¿Por identificación con un nordestino? ¿Por las políticas de Lula?
--Es simple: Lula se ocupó de llevarle bienestar al que nunca tuvo nada. En mi tierra, en Bahía, antes de Lula había dos universidades federales. Nada. Lula empezó creando ocho universidades federales nuevas. El Nordeste siempre había estado relegado. Abandonado. Y la educación fue clave en ese abandono. Cuando les das a los que no tienen nada oportunidades de estudiar y de comer, la vida se transforma y queda un sentimiento muy fuerte. Insisto, para que no queden dudas: no se trata solo de comida. La educación mejora el nivel de ciudadanía. Con Bolsonaro sufrimos dos infelicidades al mismo tiempo. Un presidente sin sensibilidad y un presidente que logró un número tremendo: el 11 por ciento de los muertos de Covid en el mundo fueron brasileños. Hablo de 700 mil personas. Bolsonaro negó vacunas. Y como ustedes saben, fue una pandemia perversa, dura, con imposibilidad de ver a los familiares. Si a eso se le agrega el número de víctimas podrá entenderse de qué hablo. En Bolsonaro tenemos que añadir, además, el racismo. Fueron cuatro años muy difíciles. Pero gracias a Dios la democracia venció.
--¿Cuál es el principal desafío hoy?
--Reconstruir las políticas públicas destruidas es lo primero. En menos de cinco meses Lula ya aplicó políticas para socorrer a la gente, en especial a los hambrientos, que volvieron a ser muchos: 30 millones de personas. También está el combate a la violencia. El combate al racismo. La cuestión de los pueblos indígenas. El medio ambiente. En cuanto a mi Ministerio de Cultura, estamos centrados también en reconstruir las políticas públicas. La cultura sirve para estimular en todo sentido. También a que la gente reclame acceso a la salud, al trabajo y a la educación, cosa que por otra parte el gobierno quiere que suceda. La economía ya comienza a dar señales positivas. Brasil ya está logrando otro peso internacional, mucho mayor al que tenía con Bolsonaro. Lula suele decirnos, en el gabinete, que cuatro años pasan muy rápido y que hay que apurarse a hacer cosas. Y le hacemos caso.