Mientras las universidades logran robots que se parecen cada vez más a los seres humanos, no sólo por su inteligencia probada sino ahora también por sus habilidades de expresar y recibir emociones, los hábitos consumistas nos están haciendo cada vez más similares a los robots

Cyborgs, 2012

 

En un tiempo no muy lejano, algunos libros como éste vendrán precedidos por la advertencia “Escrito por un ser humano” y, aun así, nadie sabrá si no fue escrito por una máquina. Para confirmar la humanidad de su autor, se inventarán sistemas que puedan, al menos, probar la fecha de publicación. Mi generación presumirá (no sin vanidad, en el doble sentido de la palabra) de haber vivido en tres eras diferentes: la Era de los libros impresos, la Era de Internet y la Era de la Inteligencia Artificial. Tres mundos vertiginosamente diferentes.

En todo caso, un aumento de los medios de propaganda masiva habrá producido una disminución de la fe (y del interés) en la realidad y en la verdad (sobre este fenómeno, ver nuestro artículo “La pornografía política”, 2016). Nuestros hijos vivirán, si sobrevivimos como civilización, en un mundo postcapitalista, posthumano y postreal. De hecho, los tres post ya se han instalado en nuestro mundo, al menos como realidades en su tierna infancia. Está de más decir que la impronta cultural y civilizatoria de la futura postrealidad posthumana ha sido dada por el capitalismo antes de morir.

Por el momento, los ensayos de nuestros estudiantes universitarios escritos con inteligencia artificial, aunque correctamente escritos y bien organizados, son muy mediocres desde el punto de vista crítico y creativo, y bastante fáciles de identificar por sus estructuras clásicas. Pero debemos suponer que todo eso irá mejorando con el tiempo. No obstante, la frontera post humana será la creatividad más radical de los humanos―o de lo humano que quede en ellos―y sus enemigos más peligrosos son aquellos que hoy son etiquetados con alguna discapacidad, como autistas y otros, por las razones que expusimos en “Necesitamos más gente rara”.

El reconocido biólogo Ernst Mayr había advertido en 1995 que la inteligencia humana es una “variación letal”, sin mucho sentido dentro de la lógica de la evolución. También observó que el tiempo promedio de existencia de la mayoría de las especies mamíferas son cien mil años, más o menos el tiempo que se estima la aparición del Homo Sapiens y su migración fuera de África (ver Ilusionistas, 2012, o Sin Azúcar, 2022, libros que publicamos con Noam Chomsky).

Actualmente, la catástrofe climática es la principal amenaza de la especie humana o, al menos, de la civilización que ha creado. Esta catástrofe y esta aproximación hacia la extinción humana no se debe a otra cosa que a su propia inteligencia. Como si la inteligencia humana, como si esa “variación letal” no fuese suficiente peligro, ahora se ha agregado otro de sus productos que pueden conducir a la especie a la misma dirección pero de forma más veloz: la inteligencia artificial. La palabra pueden no sólo es una referencia a las probabilidades de que un hecho ocurra o no, sino a su potencialidad. Una potencialidad semejante a la extinción por un conflicto nuclear. Aun si lo consideramos improbable en este momento, su mayor peligro radica en que es posible. La historia humana provee de ejemplos suficientes para entender que lo que ha sido posible tarde o temprano se convierte en probable, por absurdo que sea, como la Segunda Guerra mundial, por ejemplo.

La mayor novedad de la inteligencia humana que prácticamente no ha evolucionado por muchos miles de años es una variación artificial que pronto se convertirá en una nueva naturaleza. La inteligencia artificial no es solo una alarma de filósofos y novelistas sino de los mismos involucrados en su negocio y desarrollo. Como ejemplo, basta considerar la advertencia colectiva de 350 investigadores, ingenieros y CEOs de OpenAI, Google Deepmind, Anthropic entre otros gigantes tecnológicos que se encuentran en la avanzada del desarrollo de IAs, advirtiendo que los sistemas futuros podrían ser tan mortales como las pandemias y las armas nucleares, representando un “riesgo de extinción” real de la especie humana. Razón por la cual entienden que los gobiernos deben intervenir inmediatamente regulando las IAs como se regula el sistema de armas atómicas. Típico recurso postcapitalista de los señores neofeudales que los neoliberales de las colonias parecen no haber entendido todavía.

Las ventajas de las IA, como mejores diagnósticos médicos, no son suficientes para ignorar sus peligros. El primero es que realice una amplificación de las patologías humanas, como la búsqueda del poder a través del conflicto o como la comercialización de la existencia (humana y natural) desarrollada por tres siglos de capitalismo. Como veremos en los capítulos siguientes, si vemos lo que ocurrió en las últimas décadas, no con IA sino con sus predecesores, los bots y los algoritmos de Internet y de redes sociales, la recurrencia y fijación del impulso de manipulación y control de la opinión pública y de sus sensibilidades es el mayor capital de las elites económicas y financieras en el poder. Como en el caso de las especulaciones en las bolsas de Wall Street o Londres, las IA mejorarían y acelerarían la toma de decisiones financieras y, consecuentemente, las decisiones políticas a favor de esas elites, sobre todo a través del cuestionamiento de la realidad, de la disolución de los parámetros que deciden si algo es verdadero, falso o una mentira―es decir, una falsedad con propósitos de manipulación. De ahí al caos hay un pequeño paso y, más allá, está la independencia de las IA que harán de la especie humana un detalle irrelevante, primero, incómodo e inconveniente después.

Suponer que las IAs y sus dueños, las elites en el poder puedan tener algún límite ético, como creía Adam Smith tendrían los ricos ante los pobres, productos del sistema, es como creer que cuando invierten sus fortunas en las bolsas o en las colonias lo hacen para crear empleos o reducir la pobreza, la desigualdad y los conflictos bélicos en el mundo. Si todavía creemos en esas ternuras, entonces, como dice el nuevo dicho popular, “nos merecemos la extinción”.

 

* Del libro Moscas en la telaraña.