La actuación lo dice todo. Ellxs hablan en un alemán inventado, mezcla de lenguaje enrevesado para hacer de la palabra, del idioma en sí mismo, una fuente de equívocos o un elemento que se constituye en su relación con la escena. Les reyes escapa a toda literalidad en el uso de la palabra, no les interesa a los intérpretes ni al director Felipe Saade que la historia se cuente desde una discursividad directa sino crear un lenguaje a partir de la actuación, de las señales de un recorrido escénico que es fastuoso y delirante.
En el extrañamiento que produce verlxs con ropa de época, casi en una parodia del teatro isabelino, hay algo que atraviesa la propia dificultad de correrse de todo referente. En el uso que hacen del vestuario (a cargo de Juana Aguer) y de los objetos escenográficos creados por Aguer y Damián Mai hay un descubrimiento del género cortesano que hacía de la feminidad un estilo aplicado tanto a hombres como a mujeres. El maquillaje de Micaela Oro, las pelucas (Soraya Ceccherelli) y los movimientos, remiten a una indiferenciación de los sexos que después de la modernidad se fue formalizando hasta quedar dividida. En la actualidad algo de esa androginia (modificada y renovada) se recupera y un poco Les reyes impregna la dramaturgia, el relato visual con esa ambigüedad festiva.
Les reyes es una obra que hace de la simulación, de lo farsesco, incluso de la mentira escénica, de las convenciones que surgen desmedidas como un elemento narrativo, una forma de experimentar y de exigirle dramáticamente al puro efecto actoral.
Nada de lo que sucede en Les reyes podría sobrevivir al marasmo de la escena si no fuera porque Mechi Bueno Mendizabal y Damian Mai son capaces de lograr un despliegue dramático preciso que es el fundamento de la narratividad. La música de Ian Shifres sentencia cada movimiento, la relación con la violonchelista Lucía Gómez es inmediata, implacable, funciona como una dramaturgia. Los dos personajes batallan en esa ceremonia infundada de la corte. No importa aquí a qué remite esa instancia real, qué mundo cortesano invoca. Esa monarquía inexistente es totalmente artificial pero construye ese universo de los desplazamientos, de la máscara cómica que en ellxs se vuelve flexible, hábil, contemporánea, ejercicio dramático para recuperar una teatralidad pura que no necesita sostenerse en una trama ni en una historia.
La escena del banquete está contada desde los gestos, desde las posibilidades dramáticas de los cuerpos y los rostros, desde la locura desencajada de un vínculo que se despliega en la arbitrariedad de la comida elegida. Hacer convivir un sándwich de jamón y queso y una coca en ese espacio esplendoroso, donde las copas piden un buen vino y donde la fruta se ofrece bella, diáfana, elegante, desarma todo propósito de compostura. Allí están ellxs dispuestxs a morir por darle un mordisco al pebete. Ella decidida a comerse ese sandwich, él desesperado por negociar un pedazo de esa comida chatarra que se ve tan deliciosa. Todo en la dirección de Felipe Saade se juega en la desmesura de un gesto desplazado, en la combinación inexacta de secuencias que reconocemos.
El disparate está allí y nadie le reclama un sentido, solo el disfrute de ver la actuación como la soberana de cualquier anécdota, la fuerza que sobrevuela a los conflictos y la trama, venturosa, dispuesta a inventar entre las miradas, los movimientos, la conexión inefable entre dos intérpretes que saben generar un mundo más allá de la suntuosidad de una escena que vemos en su artificio irremediable. Solo queremos seguir allí, poseídxs de esa risa que decodifica lo que no tiene sentido porque lo que leemos en esa actuación precisa pero que intuímos azarosa, dislocada,enérgica, es la teatralidad que se impone como un mecanismo que inventa una realidad donde todos es oropel. Les reyes hace del ornamento un código paródico. De la ilustración una variante cómica y del retrato circunspecto una risa salvaje.
Les reyes se presenta los viernes a las 23:30 en Timbre 4