“Con su muerte perdemos a una mujer muy querida en la continua batalla por la distribución legal de cannabis para uso médico”, repetían los obituarios cuando Mary Jane Rathbun murió en un asilo de San Francisco en abril de 1999. Una corona de palabras fueron flores en la despedida: “la Florence Nightingale del VIH/SIDA”, “Brownie Mary”, “la abuela activista”, “la inventora del brownie de marihuana”, “la leyenda”, “la cocinera solidaria”. 

Mary, hija de una católica irlandesa, nació en Chicago y vivió en Minneapolis, pero ese no era su lugar y un colegio de monjas lo era menos. Llegó a San Francisco en la década del cuarenta, consiguió trabajo de camarera y se quedó para siempre. Fue en esa ciudad donde se hizo famosa horneando cientos de brownies de marihuana para sus “hijos” como ella llamaba a los pacientes del hospital General de San Francisco desde que un conductor ebrio atropelló y mató a su única hija en Reno, Nevada. Tres veces arrestada (en la tercera fueron muchos los abogados que se pelearon por defenderla) combinaba horas de servicio comunitario con horas de horno. 

Una activista desde siempre (en la causa de los mineros o en la lucha por el derecho al aborto legal), usaba los cheques de la asistencia social para comprar los ingredientes porque el cannabis, donado por cultivadores, llegaba puntual a la puerta de su departamento cerca de Haight-Ashbury. Escribió un recetario que recupera la antigua práctica de incluir al cannabis en la lista de ingredientes de uso culinario (como también lo hizo Alice B. Toklas con una receta marroquí en su libro de cocina de 1954), con el activista Dennis Peron hizo campaña por la legalización del uso de cannabis medicinal en San Francisco en 1991 y también por el referéndum estatal aprobado en California en 1996. 

En 1992, después de uno de los arrestos, miles de personas se reunieron en la calle para celebrar el Día de Brownie Mary. Los cuentos sobre la abuela Mary y su delantal de flores con el que recibió a un sargento que llamó a su puerta cuentan que cocinaba brownies para una comunidad que había adoptado y a la que cuidaba a diario. Sus brownies aliviaban sus propios dolores y el síndrome de emaciación, una complicación médica surgida en plena crisis del sida y por la que los pacientes perdían el deseo de comer y más del 10 por ciento del peso corporal en pocos días. 

Bownie Mary tenía experiencia con los brownies, los había empezado a hornear a mediados de los años cincuenta mucho antes de convertirse en la voluntaria favorita del hospital, solo que en aquel momento los vendía como "brownies mágicos", la repostería de amor comunitario que aliviaba dolores y náuseas, surgió en los años ochenta y duró hasta los noventa. Todos los jueves, durante muchos años, la abuela activista de cabello blanco que sobrevivió a un cáncer de colon, soportaba una artritis y tenía las rodillas rotas, llegaba a la sala 86, la sala de SIDA, del Hospital General de San Francisco, donde se había ofrecido como voluntaria, visitaba a los pacientes y llevaba muestras al laboratorio. Las enfermeras la recordaban como a una de las primeras personas que pusieron sus manos sobre la epidemia y como la “madre-abuela” que estaba junto a los pacientes cuando recibían el diagnóstico. “Mis hijos se están muriendo, algunos en las calles. Por qué la marihuana no está permitida es algo que nunca, nunca entenderé (…) si los narcos creen que voy a dejar de hornear brownies para mis hijos con sida, pueden irse a la mierda por la ventana de Macy’s”, dijo antes de conseguir que en 1996 California se convirtiera en el primer estado en legalizar la marihuana con fines medicinales.