Para llegar a la exposición Nítido de Mara Facchin había que bajar unas escaleras. Corría 2015 y después de atravesar una zona que había sido tan emblemática para los artistas, con el Bárbaro Bar y la Manzana Loca, se llegaba a la exposición de Mara. Todavía recuerdo cuando llegué al local de la calle Tres Sargentos, en el Bajo, y me topé no con una galería sino con el local de Lumi Hermanos. “Vidrios”, “Espejos” “Editorial de Láminas”, “Cristales templados” podía leerse en las vidrieras como una mise en abyme de transparencias que se reflejaban entre sí. Después de pasar por el local, había una escalera que llevaba al sótano, donde estaban las obras. Es decir, que la muestra estaba un poco oculta, en un gesto que mezclaba timidez y audacia.

En un principio la situación me pareció rara, pero con el tiempo comprendí que había en toda una puesta en escena muy calculada en lo que me atrevería a llamar, ocho años después, un manifiesto. El camouflage del local de Lumi Hermanos (con ese apellido que remitía a la luz), el anuncio del “vidrio” y los “cristales templados”, la entrada disimulada a la ‘galería’ y finalmente la exhibición de las obras con sus colores, transparencias y reflejos. Como si para entrar al arte de Mara hubiese que salir del mundo del arte de las galerías y atravesar una serie de espacios hasta finalmente acceder a unas escaleras que nos llevan al sótano, lugar propicio –paradójicamente– para una exposición.

Cuando todos los artistas se desesperaban por entrar en una galería, Mara abandonaba una de las más importantes y realizaba su muestra en una suerte de bunker. Muchos miramos el movimiento con escepticismo y en ese momento el gesto me resultó incomprensible. Hoy debo reconocer que estaba equivocado: lo que ella buscaba era una temporalidad diferente, otros modos de relacionarse con la creatividad. No quería atarse a las exigencias de las galerías o del mercado. “Soy libre”, escribió una y otra vez en los cuadernos que llevaba, en tiempos en los que enfrentaba una enfermedad durísima y en los que se había volcado a una relación de intimidad con todo lo que la rodeaba, lejos del mundanal ruido. No estaba en las galerías, era más bien reacia a lo que llamamos mundo del arte, pero había ido elaborando, en su aparente retiro, una obra refulgente que se nos presenta ahora como un prisma desde el cual mirar y entender tantas cosas.

Considero Nítido un instante incandescente de su obra, en el que la tensión entre lo manual y lo digital que siempre había estado presente en su obra encuentra una resolución en el vidrio como material. Con un cuidado y una obsesión perfeccionista, Mara hacía cortar los vidrios a veces en formas geométricas y otras según las pinceladas de brocha gorda que había reproducido digitalmente. Después, con una técnica que sólo ella manejaba, les imprimía las formas y los colores en una mezcla extraña de opacidad y transparencia. Es decir, procesos manuales y digitales que se entreveraban y que creaban una zona común de corporalidad y máquina. Por eso no es casual que en el sótano de Nítido la disposición de las obras que ella había hecho con la colaboración de Cristina Schiavi bajo una estricta luz artificial se exhibiera entre columnas de hierro y obsoletas máquinas industriales. Esa puesta en escena era parte del Manifiesto: había que introducir la delicadeza del hacer artístico en las máquinas, trabajar con la voluntad de la pincelada y el azar de los flares o los reflejos de las lentes, repensar el cuerpo del color y afirmar la transparencia. La mediación de la lente y la del ojo, la mano en el mouse y también en la tela, el color de los pigmentos y, al mismo tiempo, el Adobe color. Nítido no negaba el arte, sino que quería mostrarlo en nuevas condiciones de valor y percepción. Por eso había que cruzar el barrio insigne, el local de vidrios, descender las escaleras, llegar al subsuelo.

Nítido significa, según el diccionario, “claro, puro” pero también “preciso, exacto”. Pero en su etimología, nítido viene del latín nitidus que es “brillante”. Son todas palabras que le cuadran muy bien al mundo de Mara, es decir, a su obra y también a su vida que rememoramos en esta exposición.

* Ensayista, traductor y docente doctorado en la UBA; especialista en literatura brasileña, cine y artes visuales. Texto escrito para la exposición de Mara Facchin, en el Espacio Osde, Arroyo 807, que sigue hasta el 17 de junio.


Mara Facchin: Una artista de regreso al infinito

Por Gabriela Francone *

Acaso despidiéndose, Mara escribió en una libretita negra "De regreso al infinito. Mar original. Nada que atribuirme", palabras que se arriman y se ensanchan como olas. Se trataba de un boceto, un proyecto de obra. Había trabajado durante algunos años en cielos y constelaciones de luces y reflejos que resuenan como sus palabras en nosotrxs.

Cuando se aproximaba el año dos mil nos fascinó la imagen que parpadeaba en nuestras pantallas, la ingravidez del pixel y su extraordinaria capacidad para mutar. Mara Facchin exploró desde entonces las posibilidades pictóricas del medio digital mientras reflexionaba sobre su validación, sobre la mediación tecnológica. Desplegó en instalaciones, lienzos, impresiones bajo vidrio y sobre papel imágenes "en tránsito", de un medio al otro, fotográfico, químico, electrónico, imágenes de condición etérea con algo de la distancia aséptica del ordenador. Un universo ficcional de ilusiones encabalgadas, refinado, poético y riguroso. Sus juegos ópticos, su obsesión exquisita. Batalló con los materiales, con la tecnología disponible, para lograr el color y la textura que buscaba mientras convocaba en sus trabajos sugerencias y espejismos del espacio virtual, su transparencia y su opacidad.

Pasó del “barrio cerrado” como escenario normalizado e irreal al ámbito doméstico como representación, para dedicarse luego a otras "fantasmagorías", a fenómenos visibles sólo gracias a dispositivos ópticos, colores, luces y destellos cuya aparición caprichosa, sería para ella símbolo de lo inasible.

Aquí y allá los artilugios de la representación horadan la superficie y los objetos pierden su espesor o su sombra. Las ilusiones que nos rodean y a las que nos aferramos para subsistir se resquebrajan. No podemos escapar de los confines del lenguaje, diría. Apropiándose de una frase recurrente en el I Ching -“Es propicio tener a donde ir”- nos advertía sobre la importancia atávica del refugio, del hogar.. En esos paisajes domésticos que armó y rearmó amorosamente durante años, como en la instalación S/T (Asamblea Vecinal), vemos un gesto emancipador, en la contaminación de sentidos e imágenes y en su razonado desarreglo de todo.

Me quedo pensando en ese infinito mar original y me pregunto, en qué capa o "layer" de la realidad estarás, querida Mara.

* Artista y curadora. Curadora de la exposición de Mara Facchin, junto con Cristina Schiavi y la asistencia de Carolina Cuervo. Texto de presentación de la muestra.