ESTA NOTA CONTIENE SPOILER

Durante las cuatro temporadas que duró Succession, esta cronista básicamente evangelizó a sus amigas para que vean esta serie de Jesse Armstriog argumentando que es “es el Game Of Thrones” del mundo de los negocios. La analogía con este otro buque insignia de HBO es ineludible: varias personas que tienen derecho legítimo a reclamar una corona pelean por el poder. Sin embargo, al haber terminado el último capítulo de Succession, advierto dos grandes diferencias entre ambas producciones.

En primer lugar, GOT envejeció mal: demasiados personajes, demasiados arcos narrativos, demasiadas escenas gore y demasiado male gaze. Succession es mucho más fino (y elegante): básicamente, está abordado como un documental de National Geographic que sigue la historia de un nido de escorpiones. Y esta esencia se evidencia en los capítulos finales de ambas historias. GOT tiene un remate estilo Cajita Feliz: todo bien empaquetado y listo para un consumo que busca (sin éxito, tratar de) dejar a todos contentos. El cierre de Succession no explica los destinos de nadie, es inómodo de ver, deja tendido un reguero de veneno y traiciones, abre múltiples lecturas, es sórdido y revela la verdadera intriga que gira en torno a los Roy: ¿hay, genuinamente, un heredero legítimo para esta corona? ¿Realmente Kendall, Shiv o Roman se merecen sentarse en el trono de hierro de Logan, esa “silla mágica” que los atrae como a Gollum al anillo, en Lord of the Rings? ¿Hay, efectivamente, una sucesión posible?

Todos malos

Antes de meternos de lleno en el capítulo final, encuadremos esta narración en un marco general. A nivel macro no es casual que, en un contexto donde se critica cada vez más en las redes sociales a los NepoBabies, es decir, a los hijos acomodados del poder, Succession haya sido una de las series más exitosas de los últimos tiempos. El único que parece adecuado para el puesto jerárquico que ocupa es Tom, que tiene un origen proletario y que es quien trabaja, un verdadero obrero de los negocios. (Y el que más escaló a costa de ser el genuflexo útil de Logan). En las antípodas de Tom se encuentra su fiel ladero, el (también) constantemente pisoteado Primo Greg, que es “el asistente mejor pago del mundo” y solo está allí porque, simplemente, es el sobrino de Logan.

Esta serie retrata un clima de época: bebés mimados y tristes sin preparación, ocupando cargos de poder para seguir reproduciendo sus términos y condiciones, legitimando narrativas neoliberales, meritócratas y filo fascistas. Desde el punto de vista de los Roy, “la plebe” es una masa amorfa de vasallos en potencia a quienes contratan, despiden, sobornan por monedas o mantienen como servidumbre anónima. La trama del camarero y su muerte gratuita, de la que nadie se hace cargo, sintetiza esta visión. Una mirada sobre el mundo que se resquebraja en la escena final donde Roman es aplastado por manifestantes, que lo pisotean ignorando su estátus de prícipe caprichoso. En ese sentido, Succession dialoga con el concepto “eat de rich”, una tendencia en las redes sociales donde lxs jóvenes precarizados llaman en Twitter y TikTok a despreciar las fantasías aspiracionales de los ricos y famosos, boicotéandolos.

¿Los hermanos sean unidos?

Ahora sí, vayamos a este drama familiar shakespereano corporativo.

Durante cuatro tempordas, hemos visto a Logan construirse como una bestia que pendula entre un Saturno devorando a sus hijos y un Zeus todopoderoso. Una leyenda monstruosa que, durante décadas, moldeó subjetividades conservadoras a un nivel masivo y manipuló gobiernos para que caigan y asciendan, a la vez que forjó su propio imperio sanguinario, avanzando como una aplanadora. El cuarto poder en su sentido más pleno y tiránico.

Sin embargo él, que todo lo pudo, falló en su tarea más crucial: forjar un heredero digno para su reinado. Y esa es la cruz que arrastra. Succession no relata los derroteros de Shiv, Kendall y Roman para suceder a su padre. Es una historia de sucesión de violencia, traumas familiares, abandono y abuso que traspasa generaciones y que llega hasta los hijos de Ken y, tal vez, toca de costado el embarazo de Shiv, que se gestó en medio de este caos.

El lenguaje del amor de los Roy es el desprecio, la humillación, y el pisar cabezas. A “los Kids”, como la serie trata (de forma infantilizada) a este trío de tres tristes tigres, los une el horror, el espanto y la sensación ambivalente de buscar la aprobación y la legitimación del monstruo que los rompió para siempre. Están destinados a correr detrás de una zanahoria que, por la misma logica intrínseca de este juego perverso, nunca alcanzarán. Porque si no se arrastran por Logan, lo único que les queda es destruirlo. Y Logan desprecia a los gusanos (sobre todo si son sus hijos) y, ciertamente, no va a dejar que una manga de mocosos le ganen. Por eso encuentra en Matsson lo que no haya en sus hijos: un igual.

Durante cuatro temporadas hemos visto cómo Kendall pierde el cariño de sus hijos, a los que trata de endulzar primero con regalos, y luego retenerlos desde la violencia patriarcal. Roman, que era golpeado por su padre de niño, solo conecta con sus emociones y deseos a través de su propia inmolación física y mental. Y Shiv solamente está casada con Tom porque le sirve como una pieza utilitaria de su batalla naval. Tom, que juega sus propias cartas, mantiene con ella un vínculo de idas y vueltas de traición, desgarros emocionales y humillaciones varias.

Ellos no tienen amigos, no tienen un refugio al que volver y ciertamente tampoco tienen a una madre amorosa. ¡Ah! Pero Shiv tiene un viñedo; ojo.

Dentro de este universo sórdido de jets privados y desfiles de LandRovers, lo único que les da sentido a sus vidas miserables es conseguir la validación de Logan, ya sea mostrándose como sus fieles devotos o tratando de anularlo. Como ocurre con Ken, que quiere que su padre lo ame, pero también anhela superarlo. Y esa es su tragedia: ser un ícaro y volar demasiado cerca del sol. Él nunca será Logan y Logan siempre gana, incluso estando muerto. Porque Logan es quien quería el trato con GoJo originalmente. Y aunque él les confiesa que “los ama”, también reconoce que “no son serios”. Por eso Matsson llama a “los chicos” como la “banda tributo” de su padre.

Quién es quién 

El último capítulo cierra los arcos narrativos de este drama revelando quiénes son realmente. Por primera vez en toda la serie vemos a un Kendall genuinamente feliz, pleno, saboreando que tiene en sus manos el ÚNICO objetivo que le daba sentido a su vida. En la cocina de su mamá, los tres hermanos se liberan de la carga de la sucesión y, solo en ese momento, vuelven a vincularse desde la amorosidad. Porque, al fin y al cabo, son lo único que tuvieron en esa infancia solitaria, donde nunca fueron invitados, realmente, a la mesa familiar. Como vemos en la escena de la subasta de los objetos de Logan, donde Shiv, Rom y Ken ven cómo era su padre realmente con sus amigos: una persona jocosa y divertida, que comparte tiempo con sus seres queridos (que, ciertamente, no son ellos). Pero sí con Connor con quien, mal que mal, puede tener una relación un poco más “sana”, porque él está por fuera de este juego de poder. (Digamos todo: al que mejor le fue, al final de la serie, es a Connor. Y más aún: a Willa).

Sin embargo, la alegría en la cocina dura poco porque, al llegar a las oficinas vidriadas de WayStar, (que todo lo muestran), Shiv advierte que Kendall, al poner los pies sobre el escritorio de su padre, será el mad king, (siguiendo la analogía de Game of Thrones). En un plot twist que hizo volar todo por los aires, ella le clava a su hermano mayor una daga sin retorno. Roman, por otro lado, tampoco puede hacer las paces con la humillación que le representa no haber sido el elegido.

La cúlmine de ese capítulo es la violencia visceral y descarnada, que los arrastra al último subsuelo de la decadencia humana: lo que finalmente los define, a la vista de todos, deslegitimándolos como nunca antes. Ken, como un bebé caprichoso, patalea diciedo que él se merece ser el heredero con el ridículo argumento monárquico de que él “es el chico mayor”. Ken pierde el cotrol y empuja a su hermana embarazada y quiere reventarle la cara a Roman, que lo asedia verbalmente con sus bajezas más pofundas.

En el pico de la tensión regresa, como siempre, el fantasma del camarero difunto, que persigue a Ken desde la primera temporada al él no haberse hecho cargo nunca de su muerte. Y que, al final de la serie, él no quiera reconocer este asesinato, demustra quién es realmente; lo que desepciona profundamente a Shiv, al abrir los ojos y descubrir que no hay humanidad posible en su hermano.

Finalmente vemos a un Ken muerto por dentro deambulando por un parque, seguido del guardaespaldas de su padre, que lo persigue como una figura fantasmática. Una escena que espeja aquella en la que el mismo Logan camina por el Central Park con su gurdaespaldas, que lo acompaña servilmente diez pasos por detrás de él, y a quien le confiesa que es su verdadero y único amigo.

Shiv jugó sus fichas para seguir orbitando en Waystar. Antes que perderlo todo, prefirió quedar subordinada a ser “la esposa de” el CEO. Un destino profundamente humillante para un personaje que, constantemente, fue deslegitimada por ser mujer y que, a su vez, tampoco se siente cómoda con la visión de ATN. Recordemos que, al principio de la serie, Shiv era la asesora de un símil Bernie Sanders. Roman concluye tomando un martini, el trago favorito de Gerri, todavía sangrando y esbozando una posible sonrisa. Tal vez, porque se sacó un peso de encima.

Así se cierra “Eyes Wide Open”, un capítulo titulado como el poema de John Berryman, que relata la historia de un hombre miserable por las miradas de culpa que pesan sobre él. ¿Son las miradas del camarero muerto, del mismísimo Logan y de toda la gente que traicionó Ken, empezando por el dueño de Vulture en la primera temporada, quienes lo miran en su caminata final? ¿Son sus propios ojos, al aceptar que él nunca será el elegido, y que esa es su verdadera tragedia? ¿Son los ojos abiertos de Shiv que vieron, en el momento decisivo, la esencia de su hermano? ¿Los ojos de Roman, que les dice a ambos (y a él mismo) que ellos no son nada, que son una mierda? ¿O son los ojos de estos espectadores que, durante cuatro temporadas, hemos desarrollado, curiosamente, cierta empatía por estos déspotas despreciables?