Qué la calidez de la tapa no los engañe, que la extrañeza del título sea una advertencia. Voy a echar estas frases como un conjuro. Voz de vaca, de Ernesto Gallo, es un Frankenstein, un pequeño hombre manos de tijera amarillo por fuera y oscuro por dentro, una oscuridad tenue, una oscuridad de a ratos, con claros donde entra un poco de luz, pero hasta ahí nomás, una oscuridad espesa y engañosa, de esas que te enterás cuando ya estás tan adentro que no hay forma de salir.
Ernesto te invita a perderte en el monte de la mano de este Frankenstein, este que tiene 8 cuentos, que funcionan perfectos en su unicidad, pero entre sí producen otra cosa, hablan de una historia familiar, del vínculo del narrador con todo lo que puede entrar en esa palabra: familia. Pero de esa historia solo hay fragmentos, es como encontrarse una bolsa con fotos tirada en la calle. Un libro de cuentos o una novela fragmentaria, las dos cosas al mismo tiempo, y al final esta cosa rara también es un caleidoscopio.
Lo interesante de introducir la idea del fragmento, es que el fragmento también cuenta. Gallo hace arte con lo que falta, narra sobre y desde esa idea de carencia. Una escritura hecha de pedacitos, haciendo trabajar el resto, poniéndolo a funcionar, como si desde ahí se encendiera una máquina, dejando al lector al igual como cuando uno se detiene frente al Perro semihundido de Goya, con muy pocas certezas de lo que es el resto.
Sobrevivir, abre esta especie de túnel vegetal, túnel con espinas y ramas secas, por donde progresivamente nos iremos internando en la desmesura de un monte, que guarda dentro de sí todas las contradicciones: la austeridad y la desmesura, lo seco y lo húmedo, lo sencillo y lo complejo, la calma y el vértigo.
“Aparecí manejando la F100 de papá. Estaba dentro de su cuerpo. No controlaba ninguno de sus movimientos, pero el tacto y los otros sentidos me afectaban como si fueran los míos.”
¿Qué es esto? ¿Quién es este que habla? ¿Quién acaso se pronuncia pudiendo callar? Rápidamente se produce una especie de encantamiento, y la historia se deja seguir, olvidando la extrañeza de este primer gesto, y parece girar entre cosas sencillas, cosas de gente de campo, cosas de gente que anda persiguiendo vacas, gente que anda sola con su pensamiento, soltando palabras, escasas como la lluvia, palabras que caen y se evaporan antes de tocar tierra. Y un golpe seco, seco como la tierra, te anuncia que esta historia no es nada sencilla.
Ernesto logra escribir con el ambiente, no porque en su escritura se encuentren referencias geográficas. Escribe con el ambiente no solo porque cuando uno se mete en estos textos puede sentir el calor, la sequía, la tierra pegándose al cuerpo, si no porque el monte chaqueño se mete entre las palabras atacando el lenguaje y produciendo una particular forma de narrar.
A Sobrevivir, le siguen Hombre de campo y Voz de vaca, con estos tres cuentos Gallo conforma un universo, con una estética y leyes propias que hacen al funcionamiento de ese mundo.
“Al impartir órdenes a los novillos, pensé, papá dejaba salir su animal interior. Un animal que se mantenía libre por pasar tanto tiempo en el campo. En la ciudad, el animal de cada uno de nosotros se domestica y a fin de cuentas se convierte en un simple perro, o a lo sumo en un gato. A papá se lo escuchaba como una auténtica vaca.”
El narrador parece estar en el centro de una encrucijada ¿cuál es el precio que hay que pagar para recibir la herencia del padre? Y parece que la herencia no se detiene en la enumeración de hectáreas y cantidad de vacas, algo se vuelve mucho más espeso. A partir de Dos Elefantes encuentro una especie de fisura, un quiebre, Nelson se va transformando en un personaje más complejo, y la cosa ya no es nada sencilla. La calma se va enrareciendo como el ambiente, condensando en esa especie de quietud, la fuerza de una tormenta.
Y no para.
Apéndice, Mamá flotaba como si tuviera el cuerpo de madera, La diligencia, La noche más oscura, parecerían habitar el otro lado de este libro, como la otra cara de la luna, y acá sí que hay poca luz. La brutalidad, la soledad, la desmesura, lo sucio, lo hostil se erigen como reyes de este nuevo reino, dictan las letras, trazan sus propias leyes.
En el inició del libro de cuentos Trafalgar, Angélica Gorodischer, dejó una serie de indicaciones de cómo leer ese libro:
“Desde ya, querido lector, amable lectora, desde antes que usted empiece a leer este libro, tengo que pedirle un favor: no vaya antes que nada al índice a buscar el cuento más corto o el que tenga un título que le llame la atención. Ya que los va a leer, cosa que le agradezco, léalos en orden. No porque se sigan cronológicamente, que algo de eso hay, sino porque así usted y yo nos vamos a comprender más fácilmente.”
Voz de vaca debe leerse paso a paso, cuento a cuento, como siguiendo una pista. Querido lector, amable lectora, cuando inicien esta lectura deberán convertirse en detectives y seguir los rastros, como lo hicieron Ulises Lima y Arturo Belano, ya no de Cesárea Tinajera, si no los rastros que va dejando el narrador, Nelson a secas, Nelson el simple, a medida que se va aproximando al lado oscuro. Pero cuando llegue al último cuento, les recomiendo que al finalizar vuelvan al principio, y verán que este escritor, grábense su nombre, Ernesto Gallo, hizo otra cosa, vuelvan a leer el primer cuento, y verán que este libro es un caleidoscopio.
Ernesto Gallo nació en 1997 en Resistencia, provincia del Chaco. Vive en Rosario desde el 2015. Estudió Psicología en la U.N.R. Su primer libro de cuentos Voz de vaca (Le Pecore Nere 2023) resultó finalista del Concurso Municipal de Narrativa Manuel Musto 2021. Sus textos fueron trabajados en el Taller de la calle Inclinada, que coordina Marcelo Scalona. Forma parte de la organización del Grupo Savoy. Miembro del Centro de Lecturas: Debate y Transmisión. Forma parte de la comisión editorial de la revista literaria El Cocodrilo. 1997, Resistencia, Chaco. Reside en Rosario desde el 2015.