Nunca seremos las mismas es un nombre que habla por sí mismo: la investigación de la socióloga Agustina Rossi rescata las voces de mujeres de diferentes edades en torno al Ni Una Menos, el hito histórico del 3 de junio de 2015 que, para la mayoría de las entrevistadas, fue la primera movilización de sus vidas. “’Fui a la primera "Ni Una Menos" y ya está. De ahí no volví más. No pude volver’, cuenta Ana emocionada. ‘No se puede volver atrás nunca más’, dice Patricia. El antes de la alienación y el silencio son hoy, para nosotras, insostenibles. En el país de la lucha del Nunca Más –nacido frente a la historia de violencia estatal-civil organizada para destruir proyectos políticos más igualitarios– que las mujeres afirmemos que atrás no volvemos nunca más tiene una potencia enorme”, escribe Rossi en el capítulo final del libro Nunca Seremos las mismas. La vida de las mujeres después del Ni Una Menos, testimonios de una transformación, editado por Lea.
“La idea del libro surge porque a mí me interesaba conocer por qué las mujeres habían empezado a movilizarse”, dice la autora, quien buscó a mujeres de diferentes generaciones. Le interesaba "rescatar una mirada intergeneracional” y para eso entrevistó a quienes “nunca habían participado de una movilización, que de hecho no se hubieran definido antes como feministas y que pudieran dar cuenta de distintos procesos de socialización del ser mujer y estuvieran en distintas etapas de su vida”.
Mujeres cis, de clase media, caucásicas. De diferentes generaciones. La descripción la hace la misma autora: “Aquí encontraremos relatos de tres grupos. Las más jóvenes son Pía, Luna, Paula, Anahí, Amanda y Mica, ellas son estudiantes universitarias de entre veintiuno y veintitrés años”. Hay otra generación, representada por Hannah, Julia, Ana, Sofía y Greta, “todas ellas de entre veintisiete y treinta y cinco años y están transitando entre la finalización de sus estudios y el ingreso a la vida profesional”. Ninguna tiene hijos ni se casó. Patricia, Clara, María, Maga y Estrella tienen entre cincuenta y sesenta años, todas han estado casadas en algún momento de sus vidas y tienen hijos/as a su cargo y, en algunos casos, también adultos mayores. Tres son lesbianas mientras que el resto son heterosexuales.
Una de las preguntas que se hizo Rossi fue ¿dónde estábamos antes? “’No fue hace una eternidad, fue hace poco y no hablábamos nada, cosas que nos pasaban, cosas con nuestros novios, con algún pibe, no hablábamos de esto. Era: bueno, listo, queda ahí. Y cada una se lo llevaba a su casa’, recuerda Amanda. ‘¿Dónde estaba todo esto? ¿Dónde estaba? ¿Dónde estábamos nosotras? ¿por qué antes no pasaba?’, repite Ana, y escucho en su tono de voz los restos de hartazgo y desesperación con los que convivíamos. Lo reconozco porque yo también, cuando empecé a escribir sobre el acercamiento de las mujeres al feminismo del Ni Una Menos, estaba desesperada. Yo también me había creído que nuestra agencia y poder estaban subsumidos a lo que otro decidiera hacer con nosotras”, cuenta la autora en las conclusiones. Y recuerda: “En el 2015 trabajaba con mujeres en situación de violencia y sentía que vivíamos atrapadas, y no solo por los varones violentos y femicidas, también por los medios de comunicación que nos juzgaban, los políticos y todas las instituciones sociales que nos revictimizaban, la academia que nos invisibilizaba. O les dábamos pena u odio, pero sin dudas nuestra existencia por fuera de sus modelos era perseguida y castigada”.
La posibilidad de construir una vida vivible. Eso es lo que subyace: “Poder empezar a hablar de nuestra sexualidad, de lo que habíamos aprendido que teníamos que hacer como mujeres, de lo que teníamos que desear, proyectar, los modelos de vida que había que seguir y también hablar sobre nuestra relación con la política, cómo veíamos nuestro poder. En fin, la idea de poder hacer tema de conversación esto que estaba oculto”.
Con ese quiebre, se produce “una reconfiguración de lo que pensamos que es ser mujer, también en la sexualidad. Es muy interesante lo que pasa, porque justamente cuando las mujeres empiezan a hablar de violencia, empiezan a descubrir que sus relaciones sexuales y sus vínculos sexo afectivos estaban muy atravesados por la violencia y esto lo dicen las mujeres de todas las generaciones”. Rossi relevó que entonces “se empiezan a preguntar dónde estaba el placer y la posibilidad de consentir y esta idea a su vez se relaciona con lo que vamos a construir como una mirada de la política feminista”.
La alegría, la potencia de la movilización, es otro de los temas que va desgranando Nunca seremos las mismas. “Lo que estas mujeres se encuentran en primer lugar es que venían soportando un hastío y un sentimiento de impotencia que no sabían dónde canalizar y llegar a esas plazas llenas de gente, las hizo sentir acompañadas”, considera Rossi y apunta el testimonio de Maga, de 60 años. “Ella dice que cuando llega ahí, el 3 de junio de 2015, fue muy fuerte darse cuenta de que no fue la única a la que le pasó esto, y la posibilidad de que estuvieran todas marchando significó que a las demás no les va a pasar lo mismo, no porque la violencia se acabe, sino porque ya no va a ser vivida en la misma manera, en tanto logramos hacerla un tema de conversación, ponerla en la calle”.
A partir de las entrevistas, una profusa bibliografía y sus propias reflexiones, Rossi va hilvanando diagnósticos, propuestas, testimonios. “La construcción de la salida fue imaginar la deconstrucción de lo conocido. Cuestionar las pautas con las que nos socializamos son pequeñas y constantes revoluciones intangibles. Recodificar las categorías que nos explican el mundo, resignificar y ampliar ese lenguaje con el que nos narramos es revolucionario. Crear procesos de deconstrucción basados en una ética antihegemónica y una praxis política no androcéntrica, es revolucionario. Romper dicotomías es revolucionario”, plantea Rossi y trae las voces de una de sus entrevistadas: “Por eso, al igual que Ana, todas sostienen que no podés ir a una marcha e irte siendo la misma persona. No existe. Lo que se vive en una manifestación es tan profundo porque no podés salir siendo la misma. Das todo ahí, está todo. Te inunda. Te ahoga la marea. Nunca después de una manifestación podés volver siendo la misma, te cambia”.
Ahora, también señala un peligro. El de cristalizar consignas. "Insisto en la necesidad de que interroguemos los discursos que hoy por hoy estamos convirtiendo en mitos en nombre del feminismo. Debemos estar alertas al desarrollo de las herramientas que construimos para liberarnos. De lo contrario, el ideal del amor propio y el mandato de la deconstrucción que se imponen como mantras de la liberación pueden fácilmente conducirnos a nuevos vacíos políticos".
El libro fue publicado a fin del año pasado, en una coyuntura marcada por la reacción conservadora y la difusión de ideas nada inocentes: que el feminismo “pasó de moda”, que se “desmovilizó”. “Pero sostener la prerrogativa de no volver atrás no es fácil, porque así como nosotres nos transformamos también la reacción conservadora muta, crece. Se recrudece la violencia a la vez que se oscurecen sus métodos. Nuestros derechos no están asegurados porque se sigue poniendo en juego nuestra posibilidad de ser sin el sometimiento a la precariedad, sin el disciplinamiento que nos despoja del poder, que nos excluye de la política, que nos niega”, dice la autora y subraya: “Hoy, los discursos antiderechos se jactan de ser revolucionarios mientras atacan los estándares más básicos de la libertad y la autonomía”.
Para Rossi, "lo que logremos construir a partir de aquella primera gran movilización está aún por verse. Pero tenemos, creo yo, un objetivo delineado. La vida vivible es más concreta que una utopía y más ambiciosa que la lucha por el reconocimiento y la redistribución equitativa. Es la potencialidad que hay en ser sin tener que adherir a modelos sociales universales, sino por el contrario manifestándose como un ejercicio performativo de experiencias situadas, de deseos y proyectos".