Sin dudas, el capitalismo reúne al mismo tiempo una cuota alegre de barbarie y civilización, de robo y de cálculo. La fascinación que ha producido y sigue produciendo como fenómeno histórico, como modo de organización socio-política, tiene que ver con el centro mismo de nuestra vida: no escapa a ningún crítico que se precie el hecho de que la lógica de la circulación de la mercancía o la formación de un precio es la misma que utilizamos para pensar nuestros vínculos más íntimos, la que usamos para justipreciar nuestros recuerdos de infancia, etc.: el dinero es la forma de nuestra vida, he ahí la tragedia. Un poder detrás de cada uno de nuestros actos que nos estimula, nos mueve, y luego nos convence de que nuestra voluntad es propia y no ajena. Ese es el fondo oscuro de Fortuna, novela del argentino Hernán Díaz (Buenos Aires, 1973), recientemente galardonada con el premio Pulitzer en la categoría ficción. Una obra dividida en cuatro partes que se alimenta, precisamente, de esta búsqueda de un mínimo de humanidad detrás de la consolidación del capitalismo financiero, entre New York y los fríos paisajes europeos, pero, sobre todo, en las calles de la capital de las finanzas del mundo. Donde están todas las respuestas. Que no son otra cosa que nuevas preguntas.
Un libro que es cuatro libros, entonces. El primero es Obligaciones, de Harold Vanner, en donde se nos cuenta la conformación de Benjamin Rask como un ascético hombre de finanzas que tomó la fortuna de su padre hecha con la venta de tabaco para convertirla en dinero puro, fluctuante: Rask, sin una vocación específica y totalmente desafectado de la vida social, encuentra cierto modo de paz y calma propia de una operación intelectual concretada a la hora de transformar el dinero proveniente de la comercialización de un bien específico de su familia en capital financiero, vendiendo todos los bienes tangibles de los Rask para convertirlos en divisas que se intercambian a una velocidad más rápida que las expresables en cualquier número. Rask saca de cada operación, en gran escala, pérdidas que apenas se notan y ganancias que, acumuladas, lo van llevando cada vez más alto. Rask es el emblema de la economía financiera del siglo XX, hasta tal punto que su especulación y el hecho de que se haya mostrado apostando en contra del mercado lo convertirán, a la larga, en alguien señalado por la prensa como el responsable del crack del 29.
Benjamin apenas sale de su habitación para calcular los movimientos financieros, por lo que desprecia todo vínculo social. Pero sabe que tiene que casarse. Encuentra en Helen Brevoort, una mujer formada casi de manera autodidáctica, de una fina inteligencia y también ajena a las obligaciones de la sociedad, una esposa perfecta. El matrimonio, desprovisto de cosas superfluas, se concreta a la manera de un acuerdo de partes: Brevoort podrá dedicarse a cultivar su gusto por las artes, Rask podrá sumergirse aún más en las especulaciones de la máquina financiera que él mismo ayudó a construir. Todo funciona de maravillas, pero la locura, enfermedad que tomó al padre de Helen, se asoma en la ya madura mujer para sumar un elemento impensado en los cálculos del magnate: ¿qué hacer si se pierde así porque sí el amor, parco y elegante, de toda una vida?
Hasta aquí, la historia es apasionante por convertirse en una descripción fría de un ambiente frío, pero en las tres partes restantes, revela su naturaleza de máscara. Mi vida, de Andrew Bevel, el segundo libro, es apenas una colección de apuntes de un hombre de bien del mundo neoyorkino que busca contarle al lector que todas las impresiones de la prensa y las manipulaciones de la política que lo han hecho objetivo son erradas. La única vía por la cual él se hizo millonario reside en la libertad del mercado y en la integridad de su capacidad natural para la compra y venta de valores. Ese libro a medio terminar, con marcas y comentarios que no llegan a completarse en párrafos coherentes, es, en realidad, la autobiografía del hombre sobre el cual se basó el Benjamin Rask de la ficción de Vanner. ¿Por qué no leemos la versión definitiva? Pregunta que lleva al tercer libro, Recuerdos de unas memorias, de Ida Partenza, donde una escritora de setenta años recuerda su primer trabajo como ghost writer de Bevel y su distanciamiento del padre italiano y anarquista que parecía la contrapartida lógica del magnate. O sea, el segundo libro está incluído en el tercer libro como un proyecto inconcluso que buscaba responder al primer libro. Y nos queda una pieza más: el último libro es, en definitiva, el centro del relato, un centro que, como vacío, como fantasma, operó en el resto de la novela. ¿Quién fue realmente Mildred, la esposa de Bevel? ¿Era parecida a Helen? ¿Fue una ficción construida a fuerza de voluntad y dinero por Andrew? ¿Quiénes son realmente los personajes de esta compleja, laberíntica novela?
Trust (título original en inglés) es tanto el nombre que marca el camino lógico de cualquier operación capitalista, la concentración de poder en pocas manos, o en una sola, la tendencia lógica de la progresiva abstracción del dinero, al mismo tiempo que un término que significa “confianza”, para no abundar. La confianza inherente en la ficción que es la trampa en la que el lector cae: ¿cuál de los cuatro libros es el verdadero? Probablemente, ninguno, a la manera de las versiones sobre el personaje interpretado por Orson Welles en El ciudadano: Charles Foster Kane es tanto Rask, como Andrew Bevel, como Helen, como Ida, como Mildred. Porque lo que importa aquí no es el descubrimiento de quién es el personaje relevante sino la estructura de idas y venidas, de versiones y perversiones que siguen una sucesión de cajas dentro de cajas, de máscaras que se superponen, en el mismo sentido en que Roberto Bolaño apostó por una literatura consistente en reescribir y modificar las mismas historias, o en la misma medida en que Luis Goytisolo creó esa novela de novelas que es Antagonía. Lo importante, entonces, es ver cómo cada personaje arma una ficción vendedora o misteriosa de sí mismo para luego perderse en esa ficción y creer la mentira, como un billete que se toma por la cosa concreta y se lo cree, por su don de intercambiabilidad infinita, mejor que un bien específico. Ahí, y no en la temática capitalista prima facie reside el centro de la novela: una estructura de permutaciones sin fin. Es a través de la forma que Fortuna dialoga con su contexto, no por su tema.
Díaz escribe una novela que va a contrapelo de la narrativa contemporánea, porque bebe de una tradición que tiene tanto que ver con la literatura hispanoamericana reciente como con la novelística de principios del siglo XX, todavía marcada por el realismo/naturalismo de la segunda mitad del XIX, pero tendiente a buscar nuevos horizontes, nuevos juegos. Díaz, con esta novela, está más cerca de Virginia Woolf que de otros escritores del momento, incluso, por la reflexión que desliza acerca del lugar de la mujer en un mundo absorbido por la masculinidad competitiva como el de las finanzas. Sorprende que no se mencione en los recortes biográficos de Hernán Díaz su lugar como docente de Teoría Literaria en la UBA durante sus días en nuestro país, porque la novela no puede entenderse por fuera de una reflexión formal que tiene su impronta a lo Theodor Adorno en cada momento, inclusive, cuando sobre el final lo que impera son las notas musicales como traducción del ritmo financiero. Y hasta sería una paradoja que esta novela se haga una serie, como cuentan los rumores, porque es literatura en grado puro. Porque, por sobre todo, Fortuna es una novela que nos muestra que el primer lugar de lo infinitamente mutable no es el dinero, sino algo mucho más complejo y seductor, harto más abstracto, también: la ficción.
*Esta nota fue publicada originalmente el 4/6/23 en Suplemento Radar Libros