"Lo importante no son las respuestas, sino las preguntas", le dice Morfeo a Neo al intentar explicarle la Mátrix en la mítica película de las hermanas Wachowsky . Al igual que un prisma refracta y descompone un rayo de luz, existen sucesos históricos capaces de poner negro sobre blanco y dar visibilidad a hechos que antes pasaban inadvertidos. El conflicto entre Rusia y Ucrania parece ser uno de estos. Las sanciones sobre las reservas en dólares a Rusia, los productos cotizados en esa moneda y su desconexión del sistema “Swift” que permite pagos transfronterizos han servido como catalizadores y dieron lugar a nuevos interrogantes: ¿Podría pasarle a Argentina? ¿Por qué se comercia en dólares, cuando están las condiciones de utilizar monedas propias?
Solo en estas últimas semanas, Brasil, Argentina, India, Sudáfrica e Indonesia, firmaron tratados comerciales con China para realizar transacciones en sus propias monedas. Una herramienta que hasta hace unos meses parecía imposible a pesar de los beneficios que conlleva, como la eliminación de tasas y esfuerzos por conseguir los dólares, además de las posibles sanciones de no obedecer las políticas de Washington.
En 1971 el entonces presidente de Estados Unidos Richard Nixon negoció la salida de la “convertibilidad” con los países productores de petróleo y su cotización en dólares dando lugar a un instrumento denominado petrodólar. Sin embargo, estos acuerdos parecen a punto de caer por tierra: Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita negocian con China sus ventas en yuanes y el Brent, que funcionó históricamente como referencia, comienza a ser sustituido por el índice Dubai.
Rusia tienta a países “no alineados” con grandes descuentos en sus hidrocarburos y ha logrado un boom en sus exportaciones. Turquía, India y China son sus principales compradores y los intercambios se realizan en Rublos, Yuanes o Dirhams. Esta semana se sumó Pakistán -nación que mantiene relaciones ambivalentes con Estados Unidos-, sellando un acuerdo en moneda china. Lo mismo algunos países europeos como España con sus enormes compras de gas.
Mientras tanto los Bancos Centrales de países como Rusia, China, India, Alemania, Turquía, Uzbekistán, Qatar, Hungría, Tailandia, Polonia, Brasil, Japón, Egipto,entre otros, están acaparando enormes cantidades de oro. Según datos del Fondo Monetario Internacional el dólar se encuentra en retroceso como moneda de reserva. Si bien este hecho ha comenzado con la crisis de 2008, la guerra en Ucrania lo ha acelerado - el Consejo Mundial del Oro señala que en 2022 se compraron cantidades récord como no sucedía desde 1967-.
A esto se suma el uso creciente de criptoactivos, tanto a nivel privado como por parte de algunos estados. El presidente de El Salvador Nayib Bukele adoptó el Bitcoin como moneda corriente en el país y, por más que esto se encuentre en parte vinculado a la lógica neoliberal y el fetichismo tecnológico (manifiesto en delirios como Bitcoin City), otro de los motivos es saltearse las sanciones que el país del norte le impone en la utilización del dólar. Lo mismo ocurre con la república Centroafricana, uno de los principales aliados rusos en el continente africano.
La conclusión no es novedosa: la hegemonía del dólar decae y las preguntas que se hacen los principales referentes en economía es si el Yuan es capaz de sustituirlo, y cuándo podría suceder. Ambos interrogantes no tienen respuesta aún, pero lo cierto es que nada de esto sería posible de no ser por el posicionamiento global asumido por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y la emergencia de China como nuevo actor geopolítico.
La “globalización”, nombre que se le dio en los noventa a una economía unipolar con grandes flujos de capital y predominio norteamericano, va dejando lugar a un mundo dividido en bloques económicos regionales en el que los vaticinios de un joven directivo de Goldman Sachs, James O´ Neil, se hacen realidad. Lo que fue un simple grupo de economías emergentes -los BRICS- se encaminan a acaparar el caudal mayoritario de los intercambios comerciales globales y ya hay 19 naciones esperando el ingreso, incluida Argentina. Si bien aún no goza del status y el poder que tiene el G7, grupo mucho más homogéneo en términos económico-políticos con un claro liderazgo de Estados Unidos, está atravesado por una perspectiva Sur-Sur que la actual situación de Rusia y el activo rol que le da el flamante gobierno de Lula Da Silva en Brasil y la posición de Dilma Rousseff al frente del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), potencian.
Lo cierto es que la China de los sueldos baratos y el trabajo “semiesclavo” y poco calificado desapareció hace tiempo. En las últimas décadas las condiciones de su población han mejorado notablemente (en 2021 Xi Jinping anunció la eliminación de la pobreza extrema) junto a un desarrollo tecnológico que superó con creces a la mayoría de los países occidentales. El gigante asiático hoy es capaz de levantar hospitales monumentales en días, fabricar las más sofisticadas armas de guerra –esto incluye cazas, misiles hipersónicos y portaaviones-, desarrollar aviones comerciales -hace solo unas semanas puso en el aire el Comac C919, un avión de mediano alcance con el que pretende competirle a Airbus y a la Boeing en el segmento más destacado de la aviación aerocomercial- y, gracias a compañías como Smic y Hua Hong, va camino a eliminar su dependencia “occidental” respecto a la producción de semiconductores. Ello redunda en una mano de obra que se va encareciendo y, acorde a la lógica de un capitalismo descentralizado, sufre el mismo proceso que sirvió para engrandecerla: el traslado de capitales hacia países con una mayor tasa de plusvalía como Myanmar, India, Vietnam o México.
Su rol de potencia en ciernes le permitía contrarrestar estos efectos llevando a cabo micro-devaluaciones periódicas que la posicionaban competitivamente frente a países como EE. UU. -destino principal de sus exportaciones-, siempre crítico respecto a lo que consideraba “competencia desleal”. Esto llevó a que, desde 2017, la gestión de Donald Trump (que Joe Biden ha continuado) iniciara una guerra comercial dejando como saldo una paradoja ridícula en la que un país supuestamente comunista abreva por una política económica de libremercado mientras la principal potencia capitalista establece una política económica proteccionista rompiendo los tratados de librecomercio que ella misma ha forjado.
Si bien hace tiempo que el gigante asiático avanza en su performance económica -hoy es el socio comercial más importante a nivel mundial-, el conflicto entre Rusia y Ucrania aceleró los acontecimientos, forzándola a tomar un rol protagónico respecto del que aún no se sentía del todo cómoda: ser el dueño de la pelota puede ser una ventaja pero también un riesgo cuando el posicionamiento hegemónico no se encuentra solidificado. Nadie quiere como reserva un stock de activos pasible de devaluaciones periódicas y, en este sentido, China tiene una gran responsabilidad por delante si pretende ocupar ese lugar. Recordemos que, a partir de Bretton Woods, un EE.UU. con fuerte aval internacional, apuntaló su moneda mediante el respaldo en la onza de oro y ello le valió no pocos problemas a su economía hasta que Nixon se deshizo de éste cuando ya no pudo afrontar las presiones de los países europeos.
Estados Unidos abusa de sus sanciones sin tomar consciencia que el mundo está cambiando, su política exterior sigue siendo la misma que adoptó con la caída del muro y el consenso de Washington y, por momentos, mira desconcertada cómo su antiguo vasallaje se desgrana. “Estos países están creando una economía paralela completamente independiente de Estados Unidos”, se quejó hace unos días el senador republicano Marco Rubio, “en cinco años la sanciones norteamericanas van a carecer de efectos”. La necesidad de apuntalar su moneda a través de la subida de interés le está trayendo no pocos problemas a su sistema bancario y, según expertos de diferentes consultoras -incluida la FED-, se pronostica una recesión.
Yuanes, Rupias, Bitcoins, Dirhams, oro componen un escenario incierto y son síntomas de que el péndulo se traslada de un lado al otro del planeta. Si bien es pronto para hablar de una sustitución del dólar por el Yuan -más del ochenta por ciento del comercio mundial aún se realiza en esta moneda-, el primero decae y el segundo avanza. Así como surgió el petrodólar, hoy ya se habla del petroyuán y, aunque estos cambios no son garantía de una mejor democracia –por ahora no hay en juego modelos económico-políticos alternativos- aporta nuevas posibilidades y cierto oxígeno a la hora de negociar.
Como esbozó Karl Marx, la moneda puede servir como fetiche y obnubilarnos con su brillo o puede dejar al descubierto las relaciones sociales que este esconde. En todo caso habrá que ver qué si se elige la pastilla azul o la roja.
* Docente de Teorías de la Comunicación II en la Lic. en Ciencias de la Comunicación UBA y en la Universidad de Palermo