Los agitadores 5 puntos
Argentina, 2022.
Dirección y guion: Marco Berger.
Duración: 102 minutos.
Intérpretes: Bruno Giganti, Agustin Machta, Franco De la Puente, Iván Masliah, Facundo Mas, Iván Díaz Benítez y Carlos Carneglia.
Estreno en El Cultural San Martín
Marco Berger es uno de esos directores que no puede (¿ni quiere?) evitar incursionar una y otra vez en sus temas predilectos. Como si fueran la obra de un científico analizando su objeto de estudio desde distintas perspectivas, las películas del responsable Plan B (2009), Ausente (2001), Hawaii (2013) y Un rubio (2019), entre otras, pueden transcurrir en un amable barrio clasemediero, un colegio secundario o en una casa de campo alejada de los ruidos y la velocidad de urbe, pero siempre orbitan alrededor del deseo, lo prohibido, la represión de los sentimientos y los vínculos masculinos.
Vínculos que comienzan como una amistad que opera como abono para el florecimiento de una atracción sexual que podrá o no consumarse. Algunas de esas películas están barnizadas por lo trágico (Ausente); otras, por la naturalidad de una deriva emocional (Plan B) y algunas, por el aire relajado de unas vacaciones. Es el caso de Taekwondo (2016), codirigida junto a Martín Farina y centrada en un grupete de amigos que pasa unos días en una quinta a la que se suma un nuevo integrante, el compañero de las clases del arte marcial del título de uno de ellos. Y de la flamante Los agitadores.
Estrenada en el Festival Internacional de Karlovy Vary y vista aquí en el Festival Asterisco, Los agitadores tiene un punto de partida similar a Taekwondo; esto es, una docena de hombres de veintipico –todos torneados y con rasgos hegemónicos– de vacaciones en una hermosa casa en Córdoba. Bastan un par de escenas para que se revele el machismo mayoritario: prodigan scrolleos en redes sociales de mujeres a las que les “elogian” sus atributos naturales con una crudeza digna de depredadores, así como también las anécdotas sexuales con chicas a las que nombran como si fueran botines de guerra. Apenas después, uno cuenta que se cagó a trompadas porque no tuvo opción, y más tarde se sacan fotos junto al pene embadurnado con espuma de shampoo de uno de ellos. Las referencias al órgano reproductor masculino son incontables y variadas, como si se tratara de un concurso de sinonimia. Casi nadie tiene nombre propio: todos llaman a todos “puto”.
Taekwondo mostraba esas dinámicas masculinas de una manera descontracturada y sin recargar las tintas sobre el machismo. O, mejor dicho, tomando esos gestos y palabras como parte de un ejercicio lúdico más propio de un código comunicacional entre amigos que como un reflejo de una manera de pensar el mundo y las relaciones. Aquí es distinto: los hombres son violentos, patoteros y homofóbicos (uno se enoja porque un compañero de fútbol que se había bañado con ellos después del último partido se declaró gay), lo que empuja al film a un terreno de denuncia social inédito hasta entonces en la filmografía de Berger. Esa intención de señalar con el dedo, la voluntad de que se entienda de manera única el carácter despreciable del grupo, es un agujero negro que absorbe toda la película. Cosas que ocurren cuando el qué decir importa más que el cómo hacerlo.