Desde su casa de Montevideo Hugo Fattoruso sonríe por la ventanita del Zoom. Se pone de frente a la cámara, pero de tanto en tanto su cuerpo se gira discretamente hacia la izquierda para estirar los brazos y asegurarse de que el piano siga estando en ese costado. Mientras la charla fluye, cada tanto tira un acorde; después contesta una pregunta y enseguida hilvana un recuerdo mientras con otros acordes arma una cadencia que va a quedar inconclusa, porque irán llegando otras preguntas y pasando otros recuerdos. En pocos días “Elhugo”, así, con el artículo polizonte incorporado al nombre como suena la gramática del cariño, va a cumplir 80 años y comenzará a festejarlos en Buenos Aires, para él, acaso, un barrio más de su Montevideo.
El viernes y el sábado en doble función, a las 20 y a las 22.45, el pianista y compositor, el que marcó muchas veces y por distintos flancos la música uruguaya –y por extensión la música latinoamericana– va a tocar en Bebop Club al frente del Trío Oriental. Con Daniel Maza en bajo y Fabián “Sapo” Miodownik en batería, Fattoruso remontará la música y la memoria de una de las formaciones más sensibles en su larga historia musical. “El trío es mi vida, una historia que empezó con mi hermano Osvaldo, que no puedo creer que ya no esté entre nosotros, y mi hijo Francisco. El trío es una formación muy significativa para mí”, cuenta Hugo y agrega: “En Buenos Aires, con el Trío Oriental, que es la continuación de lo que era Fatto-Mazza-Fatto, vamos a hacer una recorrida por la música que tenemos grabada, pero también queremos proponer cosas nuevas, porque es un buen momento para hacerlo. Con Maza y Miodownik vivimos distantes y cada vez que nos encontramos juntamos el deseo justo. Ellos son unos músicos de la gran flauta y lo que proponemos es puro corazón”.
“Elhugo”, que alguna vez fue reconocido con un Grammy Latino en el Norte y con un Konex en el Río de la Plata, presume de que los ochenta lo agarran estudiando. “Hay que mantener los dedos en forma”, dice y enseguida explica que no se da cuenta del paso del tiempo porque está muy ocupado en hacer los mandados, cocinar y mantener activos los numerosos proyectos en los que está metido. También, por estos días, está muy ocupado en preparar lo que serán los festejos centrales de su cumpleaños: dos conciertos, el 20 y el 21 de junio, en el Teatro Solís de Montevideo. “Yo nunca festejé mi cumpleaños. No me resultaba simpático hacerlo, así que en un momento dejé de decir cuándo era mi cumpleaños y no había festejos, ni saludos, ni asado, ni nada. Mis hijos recién de grandes supieron cuándo cumplía años”, advirte el pianista. “Siempre para esa fecha pienso más bien en mi madre, dando a luz a su primer hijo, con 21 años y una condición humilde, acaso pensando en cómo haría para criarme”, agrega.
“Pero ochenta es un número bien redondo y con Albana (Barrocas, su compañera) pensamos en que había que celebrar tocando. Y tocando con amigos”, continua Fattoruso. “Entonces fuimos a hablar con nuestros amigos del sello Montevideo Music Group y empezamos a hacer una lista que tuvimos que acomodar en dos noches, invitando a artistas con los que tengo trabajos grabados”, detalla. Laura Canoura, María Betancourt, Leo Maslíah, el quinteto Barrio Opa, en quinteto Barrio Sur, el cuarteto Rey Tambor, Pitufo Lombardo y el cuarteto montevideano, el Trío Oriental, el Coro de Niños del Sodre, son algunos de los que acompañarán a Hugo, que desde el piano será el anfitrión. “Estará además el dúo que tenemos con Albana (Ha Dúo) y viene Yahiro Tomohiro, un percusionista con el que hice giras por Japón que ahora, entre setiembre y noviembre, retomaremos con ocho semanas de conciertos”, detalla el músico y agrega: “También estarán mis hijos Francisco, Alex, Luanda y Christian, con mis nietos Nicolás y Santiago, que van a tocar y cantar”.
-¿Por dónde empezarías un relato de estos ochenta años?
-Por el principio, por esta casa, donde vivimos desde hace 73 años. Estuve mucho tiempo afuera: cinco años en Buenos Aires, después once en Estados Unidos. Después volví y después me fui ocho años a Brasil y más tarde volví a Estados Unidos. Pero esta es la que siento mi casa. Acá vivió mi madre hasta sus últimos días y Osvaldo ídem. Esta casa, cuando éramos niños, ya estaba llena de música.
-¿En qué sentido?
-Mi madre, que cantaba con una musicalidad natural, escuchaba la estación de radio que llamaban Radio Oficial, que pasaba música clásica desde Beethoven a Debussy, además de ópera y zarzuela. A mi padre, que arreglaba victrolas de 78 rpm y después empezó a arreglar tocadiscos, le gustaba el jazz blanco de Glenn Miller, Benny Goodman, Tommy Dorsey, y el jazz negro de Louis Armostrong, Duke Ellington, Art Tatum y qué se yo. Además, en esta casa vivía el tío Tito, que era un gardeliano incurable. Osvaldo y Yo, que no fuimos buenos para el futbol, nos empapamos sin saber de toda esa música. No entendíamos nada, pero nos daba una gran satisfacción estar todo el día, entre un concierto para violín que podía durar una hora y una melodía de Carlos Gardel que duraba dos minutos y diez segundos. Eso nos quedó para toda la vida.
-¿Cuándo empezaste a tocar?
-Acá a la vuelta ensayaban unos jóvenes: batería, que por entonces era un bombo y un redoblante, guitarra criolla y acordeón. Al acordeonista, que era el dueño de casa, le decían “Juan Tormenta”. Yo tenía siete años y no me preguntés por qué, un día le dije a mis padres que quería tocar el acordeón. Con gran sacrificio me compraron uno y ahí empecé con las teclas, logrando tocar algunas piecitas, simples, que son las que siempre toqué en el acordeón. Cositas simples de esas que sensibilizan a cualquier persona. Estudié un año, hasta que la señora que nos enseñaba en grupo, sugirió a mis padres que estudiara piano, porque, decía, “tiene facilidad para la música”. Y así pasaron más de setenta años de teclas.
Artesano melodista
El gusto por la melodía, los juegos rítmicos y la sorpresa armónica y una expresividad serena e intensa marcan el sonido de un músico latinoamericano que superó la fascinación beatlemaníaca de Los Shakers para madurar enseguida una búsqueda personal, entre el candombe, el jazz y el samba. Un músico latinoamericano que a través de numerosas experiencias fue fijando nuevas formas para la simpleza original.
Opa, la banda que formó a fines de los ’60 con su hermano Osvaldo, Ringo Thielmann y Ruben Rada, aparece como la punta de un camino nuevo para la construcción de otra forma de energía juvenil. “Opa marcó mi vida, claro. Recién a partir de ahí Osvaldo y yo pudimos proponer algo nuevo, algo personal. Antes componíamos unas melodías, nos vestíamos como unos ingleses que admirábamos –y sigo admirando–, pero no éramos nosotros. Los Shakers eran una copia, en cambio Opa era una propuesta”, asegura Fattoruso. “Con Opa hacíamos candombe con un poco de funk, con juegos rítmicos irregulares, en cinco o en siete. Ahí ya estaba este amor que tengo por los folklores y empezó una etapa muy sudamericana en mi música. Esa experiencia disparó mis pasiones y me dejó una sensación de plenitud insuperable”, recuerda el pianista.
-¿Qué cambió en tu manera de componer a lo largo del tiempo?
-Puedo decir que hay una mejora, pero mi velocidad va despacio, tratando de enfocar un poco más el detalle.
-Como un artesano…
-Es que yo me siento un artesano. No necesito nada de lo que necesita un artista para hacer música. Soy un artesano que está en la fragua, tratando de encontrar la forma perfecta. Por eso me emocionan profundamente los folklores, la fuerza de las raíces. La música tradicional no cambia, pasa de familia en familia y mantiene su fuerza. Por eso me atraen las músicas folklóricas, de cualquier parte del planeta. Yo busco eso, poner las manos en la música y tratar de tocar el infinito.