Todos los días, en promedio, una mujer es asesinada por el solo hecho de ser mujer. Así de concreto puede resumirse una problemática compleja que no es nueva, que atraviesa todos los niveles sociales, que está presente en todos los rincones de nuestro país y que todavía no encuentra una respuesta acorde desde el Estado. Porque si bien es cierto que tal vez nunca como en esta última década se logró poner este tema en la centralidad del debate público y político –gracias al esfuerzo incansable de los feminismos- no es menos cierto que las herramientas institucionales que hoy existen para combatir esta situación no son suficientes.

Pero existen, en una dimensión y con una jerarquía que no tuvieron nunca en la historia institucional de nuestro país. Lo cual duplica el desafío, especialmente en tiempos donde proliferan los discursos que buscan negar y quitar derechos, generando un vergonzoso seguidismo por parte de sectores de la política a los cuales no podemos llamar más que acomodaticios. Quienes alzaron ayer los carteles de Ni Una Menos y los pañuelos verdes cuando los creyeron populares, se embanderan hoy tras el coro de agitadores que pretenden comenzar el camino del achicamiento del Estado con las agencias creadas justamente a raíz de esas luchas.

El Ni Una Menos nació del dolor, de la bronca, del hartazgo colectivo de la violencia y el miedo que atravesaba la vida de mujeres y disidencias por el simple hecho de serlo. Nació de las miles de vidas robadas por el machismo y de la necesidad de construir una respuesta que no llegaba desde el Estado ni desde la política, una respuesta que tuvo que parir la calle. La potencia del encuentro histórico generacional de esa furia contenida y de la necesidad imperiosa de un futuro de igualdad, fue tal que dio paso a la consolidación de un verdadero movimiento histórico, de una nueva ola del feminismo que, por primera vez, no venía del norte global sino del sur insurrecto. De allí nacieron las transformaciones, de allí nació el debate que se coló en cada casa, en cada escuela, en cada espacio de trabajo, en cada grupo de amigos. De allí surgió una revolución cultural que atravesó la sociedad toda de una forma tal que hacía tiempo no sucedía en este suelo. De allí emergieron los espacios institucionales conquistados, la centralidad en la agenda pública, las comisiones, los ministerios o las secretarías. Y frente a eso nació también una resistencia conservadora, la de quienes no toleran la subversión de mandatos que implica la libertad de las mujeres. Recuerdo siempre las palabras de Rita Segato cuando en 2018 advertía que nuestra revolución no iba a ser gratuita.

Frente a esto el desafío es doble. La discusión, el debate y la necesaria victoria argumental, con los elementos de la racionalidad y del pensamiento democrático, frente a las posiciones negacionistas, a los destructores de derechos, a quienes buscan excluir, silenciar, tapar al otro, otra u otre. La sociedad tiene que seguir eligiendo el camino de la igualdad, de la diversidad, de la libertad, de la justicia. No el del miedo y la violencia. Y para eso es imperioso que nuestros espacios conquistados no sólo funcionen, no sólo resuelvan demandas, no sólo den respuestas acordes… sino que crezcan, que sean más amplios e inclusivos, que tengan lugar para todes y que estén realmente en el centro de las políticas públicas. Un cuarto propio de puertas abiertas, no de rejas cerradas. Una usina de derechos que derrame sobre todo el territorio para que ninguna mujer se sienta sola, para que ningún violento se sienta impune.

Tenemos que dejar la zona de promesas y comprender que el único camino para transformar este preocupante presente es con políticas públicas, con un Estado presente que trabaje de forma activa y con los recursos adecuados. En un año donde los derechos de las mujeres se cuestionan, que se tomen las medidas necesarias y eficientes para que podamos vivir una vida libre de violencias, sin dudas tiene que ser una prioridad. Es un compromiso de todas las que hicimos el Ni Una Menos, de todas las que sentimos temblar la tierra. Mantener prendido el fuego, comprender que somos la potencia para hacer girar la rueda. Que lo conquistado no se pierda para que el agua no se estanque. Lo que logramos no puede ser un punto de llegada, sino una plataforma desde la cual seguir consolidando y construyendo herramientas para la igualdad, para la felicidad y para el futuro sin miedo. 

* Diputada provincial