La escena de lectura es una forma cara a Ricardo Piglia desde El último lector a Escenas de la novela argentina. En el primero de esos libros hay una teoría sobre lo que es ser un lector. Teoría y juego aparecen como términos conjugados, probablemente debido a la idea de panorama que reside en la raíz griega de la palabra teoría. Sea como fuere Piglia coloca al investigador privado (private eyes) en el eje de la lectura, y no solo alegóricamente, sino en forma literal: es el que lee los signos, las huellas. Pero también los periódicos y las novelas. Y lo hace en forma extravagante.

El juego llega cuando los personajes de ficción -lectores imaginarios- leen ciertos textos. Muchas veces un autor no dice qué leen, pero en ocasiones sí revela la intimidad de esa lectura, y entonces funciona como un sistema paralelo de “citas” en el texto.

En este caso, en el que quiero traer a cuento, tenemos a Sherlock Holmes, investigador privado y por ende lector extravagante en términos de Piglia, y al libro; la lectura transcurre en un tren que va desde Londres al Herefordshire y el momento congelado es en el que Holmes solicita a su compañero Watson, lo siguiente: “Y puesto que tengo a Petrarca aquí en mi bolsillo, no diré una sola palabra más (…) hasta que nos encontremos en la escena del crimen”.

*

Holmes lee a Petrarca. No sabemos qué libro, pero tenemos una hipótesis, y con ella, una desmentida, ya se verá por qué.

Francesco Petrarca dedicó su vida a una doble tarea: la gloria y el amor. El nombre que resume ambas acciones es el laurel, cifra de su musa, la Señora Laura de Noves, a quien vio el viernes 26 de abril de 1327 cerca de Aviñón, en la iglesia Santa Clara y de la que se enamoró perdidamente. La crónica de ese amor, es el Cancionero, compuesto de sonetos escritos en lengua vulgar durante los años que siguen al conocimiento de Laura, hasta más allá de su muerte.

¿Por qué un célebre misógino como Holmes, un frío razonador amante del positivismo y del sistema deductivo, lee a un poeta?

*

Sabemos que Holmes se ha medido con una rival de importancia, una suerte de Mata Hari tanto o más inteligente que él: Irene Adler. Sus encuentros y desencuentros se producen dentro de los límites de las aventuras policiales y con intereses opuestos. Laura es una mujer de virtudes; Irene, a su modo, es la contracara, pero si algo caracteriza a ambas es la constancia en ser únicas que torna en obsesión, con el riesgo de perderse. “Encontrarla y extraviarme, ocurrieron en el mismo momento”, ha dicho el poeta. “Ella es la mujer”, afirma el detective.

Petrarca ofrece a Laura de Noves la gloria a través de su lira, Holmes le entrega el triunfo de su arte deductivo. ¿La misma belleza hay en un binomio de Newton que en un verso de Virgilio?

*

Tres mujeres como emblemas de la Musa, con sus variaciones: Beatriz para Dante, Laura para Petrarca, Ofelia para Shakespeare. Todas ellas inmortalizadas por operaciones poéticas de sus cultores.

¿Y Holmes? Escritor de monografías sobre asuntos científicos tales como fechación de documentos, tatuajes, cenizas de cigarros, variedades de orejas humanas, no parece haber escrito poesía. Las sociedades holmesianas no dan cuenta de esa escritura. Su violín, su gusto por Pablo de Sarasate, la adicción a la morfina, alguna que otra lectura de Flaubert, pero nada que indique la composición de un poema.

Sin embargo, Holmes lee a Petrarca en medio del paisaje rural entrevisto desde una ventanilla de un tren que viaja hacia el Oeste del país, el sábado 8 de junio de 1889, antes de resolver magistralmente un caso sencillo que se puso difícil (El misterio del Valle de Boscombe) y dos años después de ver por última vez en acción a Mrs. Adler.

*

¿Es seguro que Holmes lee el Cancionero de Petrarca? Es una hipótesis, como dijimos antes. Que nos lleva a pensar en las ediciones. Holmes dice que tiene a “Petrarca en el bolsillo” metonimia que hace pensar en una edición pocket. Fue el imprentero Aldo Manuzio quien publicó por primera vez en 1501 en formato “miniatura”. Comenzó con Virgilio, y al año siguiente repitió con La Divina Comedia. Ese formato obtuvo una aceptación inmediata entre viajeros frecuentes, comerciantes, diplomáticos, militares, al punto que logró ser un best seller, años después, con la publicación del Cancionero de Francesco Petrarca en una tirada de 100.000 ejemplares a doble columna, paginación, y con una fuente inspirada también por el poeta de Arezzo y que llamó “Romana”.

Si bien la popularidad de estos libritos se acrecentó en Inglaterra en 1935 con la Penguin Books, ya existían al final del siglo anterior ediciones de ese tamaño. De allí que el Petrarca de Holmes no puede ser otro que el Cancionero dedicado a Laura de Noves.

*

Escribe Piglia: “Rastrear el modo en que está representada la figura del lector en la literatura supone trabajar con casos específicos, historia particular que cristalizan redes y mundos posibles”. Holmes tras los pasos de Irene Adler, la mujer evocada en un soneto de Petrarca leído en silencio, un acto que no se puede nombrar en presencia del otro, que exige el misterio y recogimiento, pero que significa (todo en los textos significa).

*

A la seria de mujeres-musas que obsesionan y dan sentido a una vida, bien puede agregarse a Irene Adler. Más acá, si se quiere, a Asja Lacis para Walter Benjamin.

Así, en el departamento del 221B de Baker Street donde reside esa máquina cerebral de resolver enigmas se hallarán en el habitual desorden: una pipa negra de arcilla, un librito de Petrarca y la foto de Irene Adler, único pago que exigió nuestro amigo al rey de Bohemia por la solución de su caso, y que atesorará para siempre, incluso mucho más allá de la muerte de ella, ocurrida el año 1903.