Libro tras libro, Sergio Marchi transformó a la biografía de músicos en una marca registrada. “Tengo cuatro, pero no sé si soy el que más hizo”, confiesa. “No es que podés planear si hacés un libro de tal o de cual. Se tiene que dar”. Si bien el género suele revisitar la vida y obra de artistas fallecidos o de grupos disueltos, el veterano periodista debutó de la forma más osada: con un músico vivo. Y no con cualquiera, sino con uno de los más grandes. En 1997, apareció No digas nada, que repasa, tal como sugiere su subtítulo, “una vida” (de la tantas) de Charly García. A ese éxito de ventas le siguieron Pappo, el hombre suburbano (2013), y Spinetta, ruido de magia (2019). A partir de este mes, ya se encuentra disponible en librerías físicas y digitales su más reciente libro, Algún tiempo atrás, la biografía más completa escrita hasta ahora sobre Gustavo Cerati.
Pese a su precisión y abarcabilidad, no es una biografía autorizada u oficial del cantautor. “No tuve la aprobación de la familia. Obviamente, ellos fueron avisados”, explica. “No fue como el libro de Spinetta, que lo hicimos todos juntos. Esta investigación la hice por mi cuenta. Laura, su hermana, colaboró. Me recibió con amabilidad y educación. Pero no tenían voluntad de sumarse, porque ellos tienen otra idea de biografía para más adelante”. Como bien lo advierte el prólogo, en esas 608 páginas tampoco prestaron testimonio figuras fundamentales en la historia de Cerati, entre los que sobresalen sus compañeros de Soda Stereo y Daniel Melero. “Tienen el derecho de no hacerlo”, dice Marchi. Sí participan, por ejemplo, Richard Coleman, colega que lo acompañó hasta sus últimos días, y el ingeniero de sonido Adrián Taverna.
“Mientras hice el libro de Spinetta, me puse a escuchar la música de Gustavo y pensé que sería lindo hacer un libro sobre él”, recuerda el autor. “En unas vacaciones en Chile vi un mural que le dedicaron (inspirado en la etapa de Ahí vamos, en el barrio de Ñuñoa, y es uno de los dos a gran escala que hay en la capital chilena sobre el ex Soda). Y ahí lo decidí. Al volver a Buenos Aires, llamé a Laura para avisarle. Era lo que correspondía”. Tres años (dos de ellos en pandemia) llevó hacer Algún tiempo atrás, que tuvo como ejercicio creativo, amén de las canciones del artista, varias caminatas. “Se hizo caminando”, destaca. Al menos en la Argentina, existen otros cuatro libros biográficos acerca de Cerati, de entre los que Marchi rescata La biografía total (2007), del periodista Marcelo Fernández Bitar, aunque se aboca a Soda Stereo. “No deja de ser una biografía sobre Cerati”, justifica.
Sin embargo, el autor reconoce que no tomó como referencia la bibliografía anterior. “Cuando laburo me pongo orejeras”, grafica. Es por eso que, aparte de las entrevistas al entorno de Cerati que quiso colaborar, Marchi utilizó notas que le hizo al músico en el pasado, así como otros reportajes. Al igual que en los libros de Charly, Pappo o Spinetta, Marchi reincidió en un lenguaje accesible y un planteamiento desestructurado para el relato. “Cuando hago una biografía, cuento todo o nada”, afirma. “No me planteo qué historia quiero contar. Hago la investigación y los reportajes, y de ahí sale la historia”. Además, el periodista apela por detalles quirúrgicos, empáticos y alusivos. Como el del primer encuentro entre ambos. “Con Eduardo de la Puente lo entrevistamos en su departamento de la calle Juncal”, recuerda. “Al llegar, podía ofrecernos puchos. Pero no: nos ofreció sopa”.
De la misma forma que el título del libro (tomado de “De música ligera”), los títulos de los 48 capítulos están inspirados en temas de Cerati. Tanto de su etapa grupal como solista. El primero de ellos es “Sweet sahumerio”, y cuenta el momento en que Santana lo invitó a subir a escena en Bogotá. “El primer recital de Gustavo fue el de Santana en el Viejo Gasómetro. Salió como loco de ese show”, asegura Marchi. “Y que años más tarde terminara tocando con Santana es un acto de justicia divina. Es un lindo momento para arrancar, porque el libro termina en tragedia”. Sobre el límite ético en el que se basó para la intimidad del artista, el autor acredita: “Me metí con todo. Pero sin la intención de mancillar. Quise saber, entender y contar una historia. Lo de Venezuela fue complejo porque no pude hablar con los médicos que lo atendieron. Aunque sí hablé con tres neurólogos que fueron esclarecedores. Ahí es donde puse cuidado porque se podía prestar al amarillismo”.
Desde el capítulo uno, Marchi refleja con elocuencia el desgaste entre los integrantes de Soda Stereo. “Fue por el tema de los derechos de autor y la simetría de ingresos”, reflexiona. “Gustavo ganaba más que ellos, y nunca encontraron un mecanismo que liberara esa tensión. Al permanecer tanto tiempo, generó resentimiento. El grupo que cantaba ‘Nada personal’, terminó por temas personales”. El crecimiento de Cerati como músico, compositor y líder anduvo de la mano con su obsesión por el trabajo. Al no encontrar la misma devolución de sus compañeros, el frontman inauguró una carrera solista con la que se consagró tras la aparición de Ahí vamos (2006). “La historia cuenta que Afo Verde, capo de Sony Music en América, fue a una convención regional del sello. Presentó ‘Crimen’, y todo el mundo se derritió. Entonces le dijo a Gustavo: ‘Vamos a salir con este tema como primer single porque te van a pasar cosas muy buenas’”. No se equivocó.
Algún tiempo atrás evidencia asimismo las influencias musicales de Cerati previo a Soda Stereo: de Johny Tedesco a King Crimson. También versa sobre la edificación de su fama continental y el antagonismo de un sector del rock. “Cuando muere Luca, parte del público comenzó a cantar ‘que se muera Cerati’. El no era cheto. Pero si sos demasiado bueno, en Argentina te hacen la vida imposible. Y Cerati era demasiado bueno”. Era tan bueno que el diario inglés The Guardian publicó el 17 de mayo una nota en la que reivindicó la obra de Soda Stereo. “Soda fue el mejor embajador del rock argentino, y Gustavo es el que más lejos llevó nuestra música. Por lo menos el rock. Disco a disco, trajeron un nuevo sonido, lo reinventaban y mostraban otra posibilidad. No sé cuán vanguardista, pop rock o rock a secas era. Lo que sí sé es que Gustavo tenía un multiprocesador incorporado que descomponía esos átomos y los armaba otra vez. Eso es lo fantástico de él”.