Al cruzar Turquía de punta a punta por tierra, se ve una sucesión permanente de ciudades medianas con edificios de unos siete pisos, casi todos de estilo contemporáneo, obra de los últimos 20 años coincidiendo con las presidencias de Recep Tayyip Erdogan. La imagen en serie se completa con la aguja de un minarete cada diez cuadras. A primera vista, se ve una prosperidad palpable, acorde a los números de la economía: desde la llegada del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) al gobierno en 2002 hasta el año 2013 el PBI per cápita se triplicó. A partir de entonces comenzó a bajar, pero hoy sigue siendo el doble comparado con el punto de partida. Hubo un progreso generalizado de la sociedad y el 52 por ciento de los votos cosechados por el oficialismo el fin de semana pasado para un quinto mandato, es consecuencia de ello.
Segunda vuelta
Erdogan asumió este sábado su tercer mandato presidencial consecutivo luego de imponerse en el ballotage deldomingo pasado. Antes de asumir la presidencia había sido primer ministro durante once años. En sus dos mandatos presidenciales anteriores la situación económica se ha deteriorado, no tanto como para que la población votara un cambio, aunque por primera vez hubo segunda vuelta. Pero el terremoto de febrero con 44.000 muertos puso de relieve lo oculto en los cimientos de aquellas construcciones nuevas: barrios completos de once ciudades se derrumbaron como castillos de arena. Unos 85.000 edificios colapsaron o serán demolidos, revelando los pies de barro de esa prosperidad y la corrupción subterránea que permitió construir en zona sísmica, sin la protección obligatoria. Esas miles de grietas abiertas en la arquitectura hicieron entrever la precariedad de la obra política de Erdogan y potenciaron la fragilidad de la economía, que ya no dispone de los 34.000 millones de dólares que entraron a las arcas del Estado en los dos primeros mandatos del AKP, resultado de un proceso de privatización.
Un giro autoritario
El presidente turco venció al socialdemócrata Kemal Kilicdaroglu y tendrá más allanado el camino para seguir colocando gente suya en poderes del Estado, sobre todo en el Judicial. La pequeña tercera fuerza en las elecciones fue la ultranacionalista de Sinan Ogan que apoyó al AKP en segunda vuelta: es de esperar que siga el corrimiento hacia el nacionalismo y un mayor conservadurismo religioso, con ciertos límites.
Es posible un giro autocrático en Turquía, que ya se venía insinuando con la represión de la protesta y detención de manifestantes en la Marcha del Orgullo Gay, el encarcelamiento de periodistas e incluso de Ekrem Imamoglu, el alcalde opositor de Estambul por llamar “necios” a los miembros del Consejo Supremo Electoral en 2022. También lo inhabilitaron políticamente. Y el segundo mayor partido del país --Democrático de los Pueblos-- sufre persecución desde 2016 acusado de propaganda terrorista: detuvieron a sus dos líderes, seis diputados y se intentó su disolución.
La geopolítica
En el plano internacional EE.UU. y Europa están muy pendientes de Erdogan: de él depende el ingreso de Suecia a la OTAN. Turquía es el único miembro que lo veta, aduciendo que dicho país refugia terroristas kurdos.
El bloque occidental ha tensionado sus relaciones con Erdogan por su acercamiento a Rusia y buscará limar asperezas, urgido por la guerra en Ucrania. Antes de ceder a los deseos occidentales, Erdogan pedirá apoyo para su alicaída economía que viene sufriendo devaluaciones de la lira turca. Ankara tiene aspiraciones propias: negocia que Washington vuelva a venderle repuestos para sus aviones F-16 levantándole el embargo de armas.
El otro frente de tormenta para Turquía es la vecina Siria. Tanto Erdogan como el presidente Bashar al-Asad en Damasco, han consolidado su poder: tendrán que empezar a convivir mejor, recomponiendo la relación luego de que Turquía interviniera con tropas en Siria contra los kurdos. Por un lado, están de los 3,5 millones de refugiados sirios que Erdogan pretende devolver a su patria. Y por el otro, el problema de los kurdos que reclaman su independencia desde varios países.
El centenario de la república
Erdogan, quien el año pasado cambió el nombre de Turkey por Turkiye porque en inglés significa “pavo”, podrá liderar el acto del primer centenario de la república laica de Turquía, el próximo 29 de octubre. Conmemorarán el proceso liderado por Mustafá Kemal “Ataturk”, quien tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, impulsó profundos cambios culturales, religiosos y políticos, convirtiendo al país en el primero del mundo musulmán que separó el Estado de la religión.
Este no es un dato menor, en una cosmovisión creada por el profeta Mahoma en el siglo VI: él mismo fue religioso, comerciante, guerrero y líder estatal. Jesucristo, en cambio, fue un rebelde que nunca gobernó un territorio y el Nuevo Testamento no habla sobre el manejo del Estado. Mientras el Corán sí aborda la problemática política. El cristianismo predicaba una fe y el islamismo también, con la diferencia de que para el segundo, eso implicaba la creación de Estados e imperios. Y esto mismo hizo el Imperio Otomano desde el siglo XV a partir del islam.
Ataturk vino a terminar con esa idea, pero cinco siglos no se borran de un plumazo. Erdogan, adaptado a los tiempos, propone algún tipo de regreso a esas fuentes, cuando le habla a la “Turquía profunda”, aquella que sería la “originaria” y más religiosa. Su retórica nacionalista la define como neo-otomanismo --aspiran recuperar peso político en Medio Oriente-- y empalma con lo religioso.
Democracia a la turca
Después de la Segunda Guerra Mundial, Turquía estableció elecciones democráticas y se integró a la OTAN. Pero nunca la aceptaron en la Unión Europea, aunque esos países son su principal socio comercial. Las bases de la OTAN en Turquía tienen unas 50 armas nucleares que llegarían en minutos a Rusia y a casi toda Asia, en una ubicación geoestratégica entre Oriente y Occidente, donde chocan dos mundos en el estrecho del Bósforo: los turcos tienen un pie en cada continente.
El poder de la religión siempre ha sido un foco de tensión en Turquía y justificó cuatro golpes militares, teóricamente contra el radicalismo clerical. Erdogan mismo sufrió un intento de golpe en 2016 que logró sofocar. Luego se las ingenió para ir quitándole poder a los militares.
El perfil ideológico el AKP
El AKP llegó al poder en 2002 con el exintendente de Estambul, Erdogan, quien había estado preso por declarar: “los minaretes son nuestras bayonetas”. Pero este partido se autodefine como islámico moderado, conservador y popular. A nivel regional, se paran como luchadores contra la islamofobia, solidarios con Palestina y pro revoluciones árabes democráticas.
En lo económico el AKP es neoliberal, tal como se lo reclama Occidente para, algún día, entrar a la UE. Sería algo así como una prueba de “civilización” que nunca alcanza. Por eso Erdogan hizo eje en privatizaciones y liberación de mercados.
El exitoso contrato político de Erdogan con la sociedad se basa en un líder que dice defender a las clases bajas en alianza con la nueva burguesía industrial y comercial de los “Tigre de Anatolia” --conservadora y religiosa-- surgida en esa región. Más el apoyo de organizaciones islámicas. Erdogan eligió como su adversario a una burguesía laica capitalina, aliada a la casta militar que no respetaría los valores tradicionales: parte de ella vive en el lado europeo de este país bicontinental. Esta tensión pendular entre religiosos y laicos ya lleva al menos un siglo.
La narrativa de Erdogan juega con la idea de una lucha de clases entre cierta elite occidentalizada y “el pueblo”, aunque en paralelo haya una retirada relativa del Estado en sus funciones de bienestar social. El indiscutido líder turco, nacido en un barrio pobre de Estambul, se muestra hábilmente como un hombre tradicionalista pero moderno, integrado a la globalización. Reducido a dos palabras, el régimen del AKP se autodefine como un cruce virtuoso entre capitalismo e islam que, a pesar de la nueva victoria, podría estarse empezando a resquebrajar. Los planes del presidente para evitar un derrumbe son la gran incógnita.