“Hay que afrontar el miedo fracasar.” A sus 17 años, Agustina Visotto tiene voz de experiencia. A los 13 comenzó a competir en certámenes de Biología locales, y en julio será una de las cuatro representantes argentinas en la Olimpiada Internacional de la disciplina en Emiratos Árabes. Oriunda de Olavarría, será la única bonaerense del equipo. La "fe maradoniana", la inquietud por viajar, las cábalas de cara a los exámenes, y los días en Balneario Marisol que despertaron su pasión por la naturaleza, son las fotos que se desprenden tras una charla con Agustina.
Hija de María Inés y de Jorge, dice que en su casa “siempre se come piola”. Sucede que su padre es profesor de pastelería y panadería en un Centro de Formación Profesional en la ciudad, por lo que nunca faltan panes, pizzas y, obviamente, lo dulce. Todas las mañanas camina las 10 cuadras que la separan de la Escuela Secundaria N° 10. Su hermano, Federico, estudia ingeniería civil en la sede que la Universidad del Centro tiene en Olavarría. Él también, cuando era más chico, se había anotado en las competencias locales de biología y había tenido la chance de viajar y conocer, por ejemplo, Río Cuarto en Córdoba.
La localidad cordobesa tiene su centralidad en esta historia, dado que la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC) es quien oficia de organizadora de la Olimpiada Argentina de Biología, o bien, “las nacionales”. Matías Pellegrino, profesor de microbiología, es miembro del Comité Organizador Ejecutivo del certamen y aclara ante la primera consulta: “Esto es un trabajo de equipo”. Señala que el lema que rige la olimpiada es “competir compartiendo”, a los fines de profetizar un espíritu de solidaridad y amistad entre los y las estudiantes. “Siempre se estudia en equipo, todos hacen sacrificios desde muy chicos”.
Pellegrino detalla a Buenos Aires/12 que el proceso que transitó Agustino Visotto involucró a más de 5 mil alumnos y más de 400 escuelas en 2022. “Los chicos y chicas se anotan en su escuela y compiten, de dónde salen los mejores resultados y se conforma un equipo de tres estudiantes y un docente por institución”, explica el organizador. Luego, se arriba a la instancia intercolegial entre todas las escuelas del país. Se dividen por regiones, y los 40 mejores equipos del nivel 1, de primero a tercer año del secundario, y los mejores 40 del nivel 2, de cuarto a sexto, viajan a Rio Cuarto para disputar las nacionales.
“Es muy linda la experiencia de ver el arribo de chicos que quizás nunca accedieron a un laboratorio o libros de estas características”, lanza entre lágrimas Pellegrino. “Se ve como se igualan las oportunidades, porque viene estudiantes de escuelas públicas y privadas, donde algunos llegan sin nada, pero acá a través de la biología hablan el mismo idioma”. La olimpiada, relata, fue una iniciativa de la universidad en 1992, pero que al poco tiempo ingresó a la órbita del Ministerio de Educación de la Nación, quien hoy en día promociona y patrocina el certamen y gastos necesarios para, por ejemplo, los traslados. Este año se celebrará la edición número 34.
Una vez que se arriba a la instancia nacional, los 40 equipos de cada nivel compiten entre sí, pero sólo los del segundo nivel podrán hacerlo a nivel internacional. Cuando finalizan los exámenes, se conforma un podio y las menciones hasta el décimo lugar. De este conjunto de 30 jóvenes secundarios, los 20 mejores calificados son “invitados” al entrenamiento que se desarrollará para las internacionales en la UNCR al año siguiente de la competencia nacional.
Un último tamiz que tiene este proceso selectivo es que si los chicos están cursando sexto año, no podrán acceder al certamen internacional. Cómo este se desarrolla al año siguiente de la olimpiada nacional, para ese momento los jóvenes ya serían estudiantes universitarios. "Sólo pueden competir internacionalmente alumnos de escuelas secundarias", aclara Pellegrino. También remarca que no es obligatorio participar.
Este 2023 el trabajo comenzó en febrero con 18 alumnos y alumnas. Tras distintos filtros producto de exámenes teóricos y prácticos, quedaron seleccionados ocho estudiantes. Del cuarto al octavo lugar, conformaron el equipo argentino que disputará la Olimpiada Iberoamericana en Madrid. Las cuatro primeras, todas mujeres, serán el equipo que represente a Argentina en la Olimpiada Internacional de Emiratos Árabes. Entre ellas se encuentra Agustina Visotto como única bonaerense.
Agustina
Gabriel García Márquez escribía que viajar es “volar conociendo otras ramas, recorriendo caminos, es intentar cambiar”. En el 2019, Agustina tenía la curiosidad de pisar otras ciudades, y se anotó por primera vez a las olimpiadas y compitió a nivel local. “Yo nunca había salido de la provincia, incluso ahora con el viaje a Emiratos Árabes es toda una experiencia nueva para mí y mi familia porque nunca nos subimos a un avión”. Habla con una risa tensa, y a veces tiende a bajar el tono de voz, cómo hablando hacia adentro. Cuenta de los trámites que está haciendo, autorizaciones, documentos que deben ser firmados por escribanos, “los papeles médicos”.
Pero el deseo de viajar no fue la verdadera razón que la vinculó con la biología. Fue sólo una chispa. El fuego lo brindó Balneario Marisol, un pueblo de no más de 200 habitantes, al sur de Claromecó, sobre la costa bonaerense. “Cuando era chica, mi familia consiguió una casa en Marisol e íbamos siempre”, narra. Todos los fines de semana, eran todos casi sin excepción. No por el mero placer de una escapada, sino porque la fueron construyendo de a poco, aclara. “La realidad que sólo estaban las paredes y los techos, y habremos tardado más de diez años en terminarla.”
Aquel ida y vuelta a Marisol, recuerda, es lo que generó su conexión con la naturaleza. El ir a un lugar que define como “seguro”, con playa, río, lleno de árboles, que de forma cotidiana la enlazó con el mundo de la biología que hoy la apasiona. De ahí, al estudio. Agustina se define como alguien que le gusta estudiar. Al principio de su experiencia, participando en las olimpiadas a nivel colegial, dice que tuvo que aprender a estudiar por su cuenta. Más allá del acompañamiento docente, explica que el desafío a los 13 años fue algo que aún cuesta en la adultez: “Ver como empiezo a administrar mis tiempos.”
Evidentemente es buena administradora, porque desde 2019 a la fecha no sólo clasificó a las instancias intercolegiales, sino que siempre compitió en la Olimpiada Nacional de Biología. En el 2021 no pasó uno de los últimos filtros para lograr tener un lugar entre quienes competirán a nivel Internacional, pero en el 2022 no se le escapó y tendrá la oportunidad.
“Minutos antes de rendir siento que me voy a olvidar todo, estoy como saturada, pero una vez que entro a rendir ya no pienso en los miedos”, relata la joven. “El examen es lo que tendrá que ser”, lanza con la altura de quien ya tiene un largo recorrido en la materia. Si bien hay nervios, también hay rituales ante cada instancia de evaluación. “Me dicen la cabulera”, suelta ya con risas, en una conversación que le resulta más cómoda.
Agustina cuenta que con los años que lleva rindiendo exámenes fue “acumulando” cábalas. “Tengo un muñeco de dinosaurio, esos que apretás y salen burbuja, que me regalaron antes de mi primer intercolegial”, comienza su descripción de las tradiciones que no pueden faltar. Al compañero prehistórico, suma una gastronómica. “Mi familia antes de rendir, en mi primer año de competencia, me regalaban un chocolate para tener energía porque los exámenes duraban más de dos horas”, expone como introducción explicativa a la frase de su familia ante cada prueba: “¡A no olvidarse el chocolate!”.
“Esa cábala me gusta”, ríe. También cuenta que el año pasado, una obra de teatro sobre Drácula estuvo de pasada por Olavarría y olvidaron parte de su utilería. “Ahora tengo un crucifijo conmigo”. Pero la cuestión de Fe pasa por otro lado: “Rindo con una foto de Maradona”.
Ahora bien, no todo es cuestión de suerte. Los primeros pasos de estudio autodidacta gestaron en Agustina una premisa: “Si decís que no vas a resignar nada, es prácticamente imposible lograrlo”. Confiesa que “antes de arrancar un proyecto tenés ver cuán dispuesto estas para dejar cosas de lado”. En su caso, pospuso salidas, encuentros con amigos, e incluso la posibilidad de arrancar con clases de danzas.
Para la Olimpiada Internacional cuenta que la preparación es muy exigente. Tanto en marzo, como en abril y mayo, tuvo que pasar semanas enteras en la Universidad de Río Cuarto dónde se dictaban clases a la mañana y a la tarde y los viernes debía rendir. “Hay un temario teórico y después tenés que demostrar habilidades prácticas en bioinformática, biología molecular de plantas, ecología y etología, y bioquímica”, detalla con solemnidad lo que deparará en Emiratos Árabes.
“Es muchísimo, por eso no hay que frustrase si no lo logras en el primer año, porque no se trata de memorizar del libro, sino que es entenderlo y aprender", explica. "Es hacer una carrera universitaria mientras estas en el colegio”, narra una Agustina que crece cuanto más avanza la charla. Se trata de una joven que nunca deja de agradecer el acompañamiento de los docentes, de su escuela, de sus amigos y de su familia para transitar cada etapa de este proyecto. Todo un abanico de sostenes que asegura fueron fundamentales para haber alcanzado la máxima calificación en los exámenes clasificatorios a la olimpiada internacional.
“Nadie comienza un proyecto sabiendo, yo comencé sabiendo lo que sabía de la escuela”, remarca. Hoy, describe tuvo que aprender a preparar células, adquirir métodos estadísticos, saber de química, y hasta saber diseccionar animales y plantas. “Lo tenés que tomar como parte de tu vida, hoy todo lo relaciono con biología”, dice y pone como ejemplo que cuando camina por una plaza ella no sólo ve un árbol que produce oxígeno, sino la “complejidad de todos los procesos que suceden dentro de una planta”. “Me encantaría que todos lo supieran”, dice exaltada.
A su futuro lo imagina estudiando microbiología. “Al menos por ahora”, aclara. Con 17 años intentará junto a sus compañeras, sumar todas las medallas para Argentina entre el 3 y el 11 de julio que se llevará a cabo la competencia. “La clave es ser uno mismo, buscar tus propios proyectos: las personas más felices son quienes viven sus propios proyectos”, suelta la voz que ya no suena tímida, como al comienzo de la conversación. “Hay que afrontar el miedo fracasar.”