El odio del otro y el odio al otro. El odio, como pasión del ser, va más allá de la agresividad. Hay un odio al ser del otro, a aquello por lo cual el otro es otro, es decir lo real en el otro. Un odio al goce del otro. Que el otro no tenga lo que quiere se sitúa a nivel de la envidia. Pero en el odio se trata de aniquilarlo. "Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a su contrario: a su envilecimiento, su pérdida, su desviación, su delirio. En este sentido el odio, es una carrera sin fin", nos dice Lacan en su Seminario 1: Los escritos técnicos de Freud.

Jaques‑Alain Miller, en su curso Extimidad (1), alerta acerca de la segregación: "Son los mismos que querían afrancesar pueblos enteros los que ahora no los soportan, en el subterráneo".

Ya lo avizoró Lacan en la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela: "Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los fenómenos de segregación" (2).

¿Exagero al aplicar ese mismo odio al otro, a lo que llamaremos "la grieta" en nuestro país? ¿En la Argentina? Esa grieta no es actual. La sabemos por la historia y también por nuestra hystoria.

Por situar en algún punto un comienzo (hay muchos otros antes), podría ubicar este odio, esta grieta, entre Rosas y Sarmiento, entre unitarios y federales.

La historia, se sabe, no es la misma según quien la cuenta. ¿Era Sarmiento la civilización y Rosas la barbarie? Está la historia oficial, la que nos relatan Bartolomé Mitre o José Luis Romero y Tulio Halperin Donghi. Y están los historiadores del revisionismo histórico, como José María Rosa, Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui, por citar algunos. También Arturo Jauretche.

Puedo, en cambio, retomar en mi propia historia familiar, el odio entre radicales y conservadores. A mi bisabuelo le costó la vida. Salía del diario que dirigía, con su hijo adolescente, el que llegaría a ser mi abuelo, cuando lo llamaron por su nombre propio (el mismo con el que había firmado un artículo contra los conservadores) y lo mataron de un escopetazo en el pecho.

Mi abuelo me reveló ese episodio, mostrándome el artículo, a mis diez años. Una psicoanalista de niños con bastante astucia había dicho a mi madre que había que contarme la verdad. Muy tempranamente se inscribieron en mi vida el psicoanálisis y la política. Mi abuelo era por entonces un socialista convencido, pero jamás comunista. Y su antiperonismo era visceral. Podría seguir...

Pero todos, en la Argentina, hemos vivido "en carne propia" las marcas de esta grieta, de ese odio.

No me parece un buen uso de la política que predomine el odio. Y como el lugar de la verdad es distinto para el político y para el psicoanalista, escribo estas desordenadas líneas como psicoanalista.

Podría agregar que el "nacionalismo" y "la Nación", conceptos engendrados en Europa, están ligados a procesos muy distintos que se diferencian de otras experiencias mundiales, las latinoamericanas, por ejemplo.

Así pues, ¿la segregación en Europa, en Inglaterra y en Francia, que han visto el retorno de sus colonias y el odio más absoluto en la tercera generación de este retorno, es la misma segregación que vemos en la Argentina?

No lo creo. Aquí cuando se habla de "cabecita negra" (cabecita negra es un término utilizado en la Argentina, para denominar despectivamente a las personas de pelo oscuro y piel de tonalidad intermedia) pertenecientes a la clase trabajadora, resulta obvio que es un término racista. Utilizado, en un comienzo, entre peronistas y antiperonistas. Vale la pena, al que le interese, leer el cuento Cabecita negra de Germán Rozenmacher.

También es un jilguero. ¿Se trata del mismo odio que vemos en los procesos de segregación en Europa? ¿O en el retorno del nazismo?

Otra cuestión que me preocupa en el mismo sentido es: ¿es posible un debate argentino entre diferentes maneras de pensar nuestro país?

No se lo ve posible en los debates televisivos ni en los diferentes diarios que leo cada día. Para cada periódico, un país; para cada canal, un país, un pueblo diferente. Leo, por ende, al menos, dos por día.

¿Es posible para el político defender una idea sin que el que sostiene otra sea un enemigo? ¿Es posible hablar del adversario y no del enemigo? Quizás el político no puede hacerlo. La política es uno de los velos para ocultar la extimidad. Voy a intentar entonces, pensar la política desde un lugar éxtimo, que es el del psicoanalista.

Si la novela familiar de cada uno encarna diferentes versiones de la historia, del país o, por mejor decir, del pueblo, ¿podremos los psicoanalistas aportar algo? Cada uno de nosotros ha dejado de lado su novela. Pero con las marcas de goce es necesario un saber hacer.

¿Es posible un debate argentino? Necesito entusiasmarme con esa posibilidad. Para hacerlo me he puesto a leer. Pero no solamente a leer... Porque se trata, nada más ni nada menos, que del drama de la convivencia humana.

Freud cita a Hobbes en su Malestar en la cultura: "El hombre es un lobo para el hombre". Una vez que he comenzado a escribir el entusiasmo se despierta, estoy leyendo nuevamente la cuestión del fool y el knave, allí donde Lacan con Shakespeare describe al intelectual de izquierda y al intelectual de derecha. Lacan no es complaciente con ninguno de los dos. Pero quede eso para una próxima contribución.

1) Miller, Jacques Alain, Extimidad, cap III: "Racismo", p. 43.

2) Lacan, Jacques, La proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela, Otros escritos, BA, 2012, p. 276.

*Publicado en Revista Lacan Cotidiano nº 17.