Una ópera prima puede ser un momento de esplendor, donde todo late con brío y ganas de desplegarse en más películas. Algo así sucede con Blondi, primer largometraje de Dolores Fonzi, ahora directora además de guionista y actriz consumada. Desde ya, Blondi se sostiene por sí misma, su puesta en escena es tan sólida que no solo da cuenta de su valía sino también, aquí el asunto, de las ganas de ver más películas de la directora. También porque se nota que había algo que decir por parte de Fonzi, cuyo recorrido como actriz, notable, la hizo participar en variadas realizaciones, con cineastas como Luis Ortega, Fabián Bielinsky, Hernán Belón, Santiago Mitre. Su salto a la dirección obedece, se estima, a una consumación discursiva así como al control –esa palabra, ese problema– de los recursos expresivos que hacen al medio audiovisual. Y el resultado es excelente.
En Blondi, Fonzi guiona –con Laura Paredes–, actúa y dirige, el retrato cautivante de una madre joven y su hijo. Y lo hace con muchas aristas para dialogar o discutir. En principio, Blondi (Fonzi) fue madre a los 15 años; su hijo Mirko (Toto Rovito), ya adolescente, tiene planes sobre su futuro y estudios, pero a espaldas de la madre. Ahora bien, entre los dos los límites no están muy claros. Comparten lugares y actividades, bailan en los mismos recitales, participan de mismas fiestas, fuman y beben como si fueran, casi, amigos. Más aún, es ésta la palabra con la cual se designan mutuamente. Tanto es así que Blondi se enoja cuando su hijo le dice “mamá”.
Otro tanto sucede con la “abuela”, la mamá de Blondi (interpretada por una magnífica Rita Cortese), otra palabra también ocluida o sesgada; sus pronunciaciones eventuales –si es que están– parecen ser fruto de un desliz. Si son dichas, dan cuenta de algo que se prefiere evitar. “¿Hay alguien adulto allí?” le pregunta a Blondi otra madre, preocupada por dónde pasó la noche su hija; Blondi, antes bien, se recupera de la resaca provocada por la fiesta que tuvo lugar en su casa, donde la hija de esta mujer estuvo. El personaje de Fonzi parece vagar por un limbo, pero no es tan así. En todo caso, tiene una concepción de lo que le rodea que la hace resaltar, ella destaca. Lo que le pasa, también, es que debió cargar con una reestructuración temprana de su vida. Algo que la película no sobrecarga con acentos innecesarios o declamaciones estúpidas –que nunca faltan en ciertas películas, como se sabe–, sino que alude o cifra en los comportamientos y acciones de los personajes. En este sentido, Blondi no se pregunta demasiado sobre qué más hacer con su vida. Hace lo que vive, y es suficiente. Lo que no quiere decir que, en algún momento, los hechos la lleven a un umbral: allí lo notable de la película, su desenlace abre fronteras y resitúa a sus protagonistas; hacia dónde irán, qué les pasará, no es algo que el film deba responder.
Por otro lado, el retrato de esta familia –algo que este grupo, lo quiera o no, es– ofrece consideraciones bellas y lacerantes. A ver. Por un lado, la fraternidad fomentada por las mismas mujeres, no exenta de conflictos. En la casa de Blondi viven ella, su madre, su hijo. En otra casa vive Martina, su hermana (Carla Peterson), con su marido y familia. Martina baila en la fiesta de la casa de Blondi como parece ya no lo hace. No es raro. Las cosas en su propia casa no parecen estar bien. Tanto es así que huirá, en un acto que corroborará la inutilidad del marido (Leonardo Sbaraglia), quien por lo visto no soporta cuidar de sus hijos. En este sentido, el retrato del mundo masculino es despiadado (aquí lo lacerante). No solo en relación a este marido y padre inservible, sino desde la misma ausencia del padre de Mirko. Dos figuras, en síntesis, que dicen sobre un mismo concepto de masculinidad. De otra manera funciona la caracterización de Mirko, cuya orientación sexual no está corroborada y está claro que no hace falta, así como también no deja de ser una marca del guion. En este sentido, el personaje abre el abanico hacia otras masculinidades y provoca un gesto tan poético como político.
En otro aspecto, el personaje de Martina es un contrapunto necesario para el de Blondi: allí donde una es espontánea la otra es previsible; donde una es presumiblemente despreocupada, la otra es su opuesto. Se trata, en suma, de dos hermanas. Sin embargo, los hechos harán relativos tales supuestos; y esto es perfecto, porque cuando una de ellas se manifieste de manera distinta a la habitual, la otra hará lo propio para compensar: es así cómo Blondi demuestra su temple cuando Martina, madre y esposa, huya de hijos y marido: ¿hacia dónde? Vale descubrirlo.
Como se decía, Blondi es sólida y ofrece un espacio gozoso a sus personajes. Seguramente, muchas cuestiones del guion habrán sido supeditadas al placer de la actuación, permitiendo a actrices y actores jugar con sus caracterizaciones. Fonzi es una gran actriz e indudablemente privilegió la dirección actoral desde necesidades que ella, por supuesto, conoce; pero si esto fue así, lo ha sido desde el marco de una concepción integral. Una película es una totalidad. Esto, y no otra cosa, es el cine. Dan ganas, claro, de ver qué más filmará la directora.
Blondi 8 puntos
Argentina/España/EE.UU., 2023
Dirección: Dolores Fonzi.
Guion: Dolores Fonzi, Laura Paredes.
Música: Pedro Osuna.
Fotografía: Javier Juliá.
Montaje: Andrés Pepe Estrada, Susana Leunda.
Intérpretes: Dolores Fonzi, Rita Cortese, Toto Rovito, Carla Peterson, Leonardo Sbaraglia.
Duración: 90 minutos.
Distribuidora: Digicine.