Fíjense como será de grande, compleja y diversa la Provincia de Buenos Aires que diseñaron un logo que no se puede reproducir de un solo trazo, es un auténtico crisol de actividades y paisajes. Otra que la paloma de Picasso. Desde la actual gobernación hay un encomiable intento en impulsar la producción de contenidos literarios, ensayísticos, audiovisuales sobre esa difusa identidad bonaerense. Esto de la identidad me interpela y me provoca, porque considero que se trata de una imposible tarea, y ya lo cantó Silvio Rodríguez, “de lo posible se sabe demasiado”.
Ya he escrito algo sobre la identidad de los costeros. Ahora me meteré con los marplatenses, a quienes si bien le tocan las generales de la ley, quizás tengan ciertas particularidades. En principio, hay un dicho popular que siempre me ha gustado por contener la desmentida en su misma enunciación y que me parece muy pertinente adaptar: “Yo no creo en la identidad marplatense, pero que la hay, la hay”.
Desde Heráclito cuando nos invitaba a bañarnos en el río, pasando por Marx donde se incluía lo opuesto en lo propio, hasta llegar a la vertiente instituyente que cuestiona lo conjuntista identitario de Castoriadis y a la desterritorialización de Deleuze que posibilita el devenir poeta, mucha agua va pasando bajo el puente de lo que es, o mejor dicho de lo que está siendo. Todo eso para decir que la identidad no es, sino que se da a la fuga constantemente. Es otro más de los paraísos perdidos y van… Y como hace algún tiempo sabemos que son los únicos que existen, vamos en su inefable e imposible búsqueda.
Porque, la verdad, hay que confesarlo, nos encanta suponer que somos inalterables y que ese tipo que vemos cada día en nuestro espejo es el mismo que el día anterior. Y que además hay un conjunto de atributos, cualidades, defectos y miserias que nos son comunes a muchos, por ejemplo a quienes habitamos en determinada zona. Y claro, si nos ponemos a pensar un rato, nos damos cuenta que eso es una ridiculez, pero igual, dale con Pernía.
Si uno se pone a inventariar los marplatenses famosos que nacieron en aquí, nos encontramos que ninguno se hizo famoso en la ciudad y luego salió a recorrer el país y el mundo, sino que primero se tuvo que ir. Incluso de niños, lo que revela el carácter estacional de la residencia en nuestra ciudad. Astor Piazzolla, Osvaldo Soriano, Guillermo Vilas ocupan el podio. Pero hay más como Nacha Guevara, Héctor Babenco, Jorge Lanata y Ricardo Piglia. La mayoría nunca volvió y no suelen (o solían) decir con orgullo que son (o eran) de Mar del Plata. En los tiempos más cercanos tenemos a Macarena Achaga, el Dibu y la Joaqui. Está por verse si los marplatenses más jóvenes sienten el latido costero.
Fíjense que mi amigo, el cantautor marplatense Luis Caro, sacó un CD hace unos años sólo con canciones de autores marplatenses, y no le resultó fácil ubicar el repertorio. Varios se habían ido hacía mucho tiempo y otros no eran nacidos en la ciudad. Y los ritmos y los estilos musicales eran de los más variados. El tema de la identidad marplatense es tan complicado que solo en Mar del Plata puede ocurrir que recientemente se haya elegido un intendente que no vivía en la ciudad desde hacía más de treinta años, sino en el conurbano finoli de San Isidro. Y encima no es el único caso, porque ya votamos a Russak con el agravante de que antes también lo había sido por el dedo de la dictadura.
Puede que eso sea una marca de origen, o sea ser de Mar del Plata es como ser ciudadano del mundo. Al no haber una marca identitaria potente, da lo mismo en qué lugar uno se forja un destino. O dicho de otras maneras, la posibilidad de ser alguien con cierto éxito en lo suyo solo puede darse for export. Pobrecita Mar del Plata, tan cerca de Buenos Aires, podría ser otra parafrásis pertinente. Solo nos queda saber qué tan lejos estamos de Dios.
Otra cuestión es que los marplatenses reflexionamos muy poco sobre nuestro lugar o no les damos mucha bola a los muy pocos que piensan la ciudad, lo que es casi lo mismo. Y solemos prestarle atención a los de afuera. Por ejemplo, en los años 60, mi tocayo Sebrelli postuló el ocio represivo para los porteños que se apiñaban en nuestras playas. Pero, una vez más, no habló de los marplatenses, sino de los que venían a vacacionar. Quizás estaba un poco enojado porque el balneario ya no era exclusividad de la oligarquía y las playas se llenaban de cabecitas negras en los hoteles gremiales y atrás de ellos encima vinieron las crecientes clases medias. Y claro había que criticar al peronismo desde donde se pudiera, eso siempre garpa. Por supuesto, él se fue para siempre a Punta del Este a cultivar un ocio placentero y elitista. Que se quede por allá, nomás.
Eso también debe ser una marca identitaria. No somos de aquí ni somos de allá. Me contaron que el dramaturgo y músico marplatense que partió muy tempranamente, Guillermo Yanícola, decía que somos porteños desplazados. Provocativa idea, porque desde el vamos nos pone frente a una imagen que no nos gusta, aunque nuestro Puerto sea muy apropiado para las fotos por las lanchitas amarillas. Más allá del desplazamiento, sería muy bueno que cada uno se pregunte sobre las circunstancias que nos trajeron hasta acá. Algunos han venido a recuperar sus infancias cuando vacacionaban, otros vienen a pasar sus últimas décadas de vida una vez jubilados. Otros vienen escapados de algún lugar, otros hemos venido a hacernos la Mar del Plata. En fin, debe haber para todos los gustos.
Hace un par de décadas un grupo de auténticos marplatenses, vale decir nacidos y criados, conformaron el Centro de Residentes Nativos. Original institución, nunca escuché que en otro lugar del mundo ocurriera algo similar. La aluvional conformación de la población con desplazados del AMBA, del norte argentino y de países limítrofes debe haber resultado tan invasiva que necesitaron distinguirse entre tantos dentro de su propia ciudad. Pero estimo que eso ha cambiado porque actualmente hay miles de marplatenses que han nacido aquí como mis hijas, de padres que se han autoadoptado a la ciudad, porque, hay que decirlo, a veces no trata tan bien a los recién venidos. Lo de la frialdad de estos lares no es solo por las temperaturas reinantes.
Jorge Marziali cantaba en Coplas de la libertad que el río enseñaba a marcharse. A mí me parece que mucho más invita a irse el mar, por eso del lejano horizonte. Parafraseando a Galeano, más que ayudame a mirar sería ayúdame a ver que hay más allá. Y quizás eso esté muy bien. ¿Por qué hay que aferrarse al terruño? Si Don Ata nos enseñó que somos tierra que anda. Marziali continuaba diciendo que el río no enseña a volver, va para un solo lado, como el tiempo. A diferencia del mar, que es un incesante ir y venir de olas, un movimiento pendular, como si fuera un eterno retorno. Quizás siempre estemos volviendo.
En el libro de Lewis Carroll, Alicia detrás del espejo, la afamada niña festeja su no cumpleaños. Se me ocurre que quizás no sea tan malo que los marplatenses celebremos nuestra no identidad.
En fin, el debate estará siempre abierto. Por mi parte, seguiré haciendo sociología barata y ojotas de goma. Pero ahora los dejo porque aprovecho que las tengo puestas y me doy una vuelta por la orilla del mar y me mojo las patas en nuestra fuente natural, otra que la de Plaza de Mayo.