Paco de Lucía nació en la andaluza Algeciras, pero fue local en casi todos los lugares por donde paseó sus músicas. Montreux, ciudad suiza cuyo festival de jazz lo tuvo maravillando a propios y extraños, fue clave entre ellos. Bien valía entonces que la preciada y reciproca cosecha de amor entre un artista y lugar, se viera reflejada en un disco de 82 minutos que no solo brilla en restauración y remasterización –calidad MQA, incluida--, sino que agrega réplicas en plataformas, una versión en doble vinilo --jamón del medio para fanas y melómanos, claro-- y unas palabras alusivas de John McLaughlin que ligan perfecto con el material.
Cualquiera sea el soporte que se elija entonces para acceder a ese mundo sonoro que De Lucía creó, tendrá el mismo resultado: el flamenco como raíz y fruto, el jazz como herramienta y el rock, la rumba, el blues –o cualquier género que su guitarra aborde, qué bah— como dadores de admiradores y émulos. Porque fue Eric Clapton al cabo quien lo dijo como “figura titánica en el mundo de la música flamenca”, y su fusión con el jazz. Porque fue, desde otro wing, la Academia de Asturias quien lo nombró como el más universal de los músicos flamencos. O porque fue el mismo McLaughlin, quien lo calificó como un genio de la guitarra, como un músico de oído impecable, en las antedichas liner notes, que alfombran el material.
Octava entrega de una saga disquera que también incluye performances en la meca musical suiza de Etta James, Nina Simone o Muddy Waters entre otros y otras, The Montreux Years deviene entonces como una fotografía musical que inmortaliza tres años clave en la trayectoria de De Lucía: 1984, 2006 y 2012.
Al primer año, pertenecen las versiones en vivo de “Solo quiero caminar” --tema que da nombre a su último disco a esa fecha--; la jazzera y envolvente “Alta mar” y “Buana Buana King Kong”. 1984 había sido un año parteaguas en el devenir de Paco. Había llegado a su fin la sociedad con Camarón de la Isla, cuya cosecha no solo fueron los diez discos de tremenda factura que grabaron juntos –los últimos habían sido Calle real y Viviré—, sino el embrión de lo que jóvenes del palo bautizarían como “el nuevo flamenco”. Por eso la tríada de temas pertenecientes a ese año que Paco tocó en Montreux porta ese aire de mezclar y dar de nuevo que imprimen la flauta de Jorge Pardo, el bajo de Carles Benavent y la percusión de Rubem Dantas, todos ellos parte del maravilloso y legendario sexteto.
Puntualmente, “Buana Buana King Kong”, es la demostración más cabal de ese mestizaje musical al que entonces se había entregado de cuerpo y alma el gitano –que ya se había topado también con Santana, Al Di Meola y Chick Corea— en este caso a ritmo de rumba. “Buana Buana King Kong”, no solo brilla por la percusión en manos de Dantas, sino también por la voz de Pepe de Lucía –hermano de Paco-- compuesto tal pieza bajo el nombre de “Chalaura”.
El segundo mojón temporal que eterniza la colección es 2006, año en que un Paco ya consagrado disfrutaba de sus mieles entre las ediciones de álbumes recopilatorios, su toque coyuntural con Camarón –Camarón en la venta de Vargas, mediante-- y el Grammy Latino que había recibido recientemente por el disco Cositas buenas. Ejecuta entonces en Montreux, el clásico, rítmico y bello “La Barrosa”, la mística y profundísima “El tesorillo”, hecha a base de bulerías y espeso vértigo, y una extraordinaria versión de “Zyryab”, que había grabado en 1990 con el monstruito de Chick Corea al lado, cuya revisita roza las altas cumbres de los 18 minutos.
La pieza que da nombre al disco que Paco había publicado en 1990, alterna pasajes de maravilla guitarrística con otros en que lo que sobresale es la armónica de Antonio Serrano, y el rol nodal de Niño Josele, cuya guitarra se pica fuerte y sostenida en sintonía con la de Paco.
El tercer mojón temporal del idilio entre De Lucía y Montreux se da en 2012, año y medio antes de su muerte en la calma Playa del Carmen. Es entonces durante su última presentación en el festival, cuando el andaluz presenta batalla a través de “Vámonos” y “Variaciones de minera”, pieza esta última intimista y solitaria de Ramón Montoya sobre la que el guitarrista se monta para mostrar un compendio de lo mucho que sabe, que por supuesto es mucho. “Vámonos”, en cambio, es una extendida rumba que recrea la que allá por principios de los setenta se llamaba “Entre dos aguas”. Y que marca, simbólicamente, las aguas en tensión en las que este pionero de la guitarra flamenca nadó para hacer un poquito más bello el mundo.