No parece haber diferencia entre la manera irremediable en que cada efecto sonoro nos invade, nos toma por completo y la dimensión de la escena. La construcción dramática se vuelve un dispositivo (creado por Patricia Casares) que solo acontece como sonoridad, que al situarnos como espectadores nos pide que nos concentremos en nuestra capacidad para escuchar. En Pato Verde, Guillermo Cacace como director decide aislar una instancia de la escena y convertirla en totalidad.

El drama se expresa en un sueño. Estamos casi dormidxs sobre los almohadones, contenidxs por una sala que devino en un lugar donde nos arropamos a oscuras. La puesta en escena nos tiene ubicadxs en el centro pero lo que hace posible la representación es la disposición de los equipos de sonido que producen un efecto de verdad desconcertante. 

Al escuchar la historia creemos que está sucediendo, que si rompemos el pacto de cerrar los ojos podremos descubrirnos en esos esteros frente a una tierra que se abre para la muerte, que impone su voluntad. La Niña Sola, según los relatos del pueblo, está maldita y el Niño Enamorado tiene la entidad de un santo. Pato verde es una historia que sucede entre las voces de estos dos personajes que solo pueden existir en la literatura que conforma Fabián Diaz. 

Lo que dicen funciona como una imaginación andante que lleva la escena a una situación irreal. Diaz, como autor, lxs hace hablar desde la poesía encantada de una niñez atravesada por el mundo adulto y en esos parlamentos lo social se integra en el desconcierto. El ritmo y el lenguaje, la musicalidad que los define, marcan el conflicto, su textura se superpone a lo real del drama. El padre dijo que si la Niña Sola sale de esa casa el sol podría destruirla, casi como si su contemplación hiciera de ese cuerpo una hilacha. Entonces esos encuentros en el río (recurso lorquiano impregnado de erotismo) tienen la delicada pregnancia de una fantasía ¿Las situaciones ocurren o nosotrxs allí, sobre los almohadones, inmensxs en la candidez de la ficción pero también atentxs a la aventura del ensueño, estamos ofreciendo nuestro cuerpo para ser iguales a ella, para experimentar algo similar a lo que siente esa niña que desea la vida que ocurre en ese pueblo irrespirable?

Que la noción de puesta en escena se traslade a lo sonoro sin prescindir del espacio, no para generar un recorrido mientras se escucha un texto con auriculares, como suelen plantear las mayoría de las experiencias de teatro sonoro en la actualidad sino, por el contrario, para detener el cuerpo, para suprimir la vista y generar una escena de la interioridad que apela a la construcción imaginaria (similar a la lectura) es una decisión que lleva a Guillermo Cacacce a una exploración conceptual. La escena es una entidad que puede trasladarse, redefinirse en los usos dramáticos del sonido donde el cuerpo que se ubica en un primer plano es el de lxs espectadorxs.

Las voces de estxs niñxs, evocan una fábula pero también una posibilidad trágica que los personajes no consiguen intuir pero que sí pueden relatar. Fernando Contigiani García y Julia Gárriz logran una contundencia en el modo en que esas voces avanzan hasta que podemos ver esos rostros, esas figuras como duendes que se buscan en un entorno que se supone contaminado, una situación social desoladora. Ella encantada, luminosa como si procurara que sus palabras fueran la acción que desea y él con una inocencia dulce que desafía lo imposible. Ellxs son narradorxs, sabemos lo que dicen los adultos por la modulación de esa voces. Al reproducir las palabras de sus padres llegan a ponerlas en cuestión, a desarmarlas y de ese sismo surgen los personajes como si fueran una leyenda, un mito que alguien nos murmura.

Pato Verde se presenta los viernes a las 21 en Apacheta Sala Estudio