La poesía se piensa aún como un género frágil, unas pocas líneas sostenidas por el silencio como toda música, temblando bajo los embates de una época que vacía de sentido el decir, que reclama atención a los gritos sin devolver nada a cambio, que desdeña la emoción constitutiva de lo humano. En su libro Abrir el mundo desde el ojo del poema, Alicia Genovese viene a proponer lo contrario. Se trata de seis ensayos que la poeta comenzó a escribir en 2015 y que ahora publica en nuevas versiones. “La voz del poema se sostiene en la perturbación frente a lo otro desconocido, extraño, o en lo cotidiano que se ha distanciado de nosotros. Dice desde la atracción inesperada, desde el temor súbito, desde el dolor que nos cruza, desde el amor o la alegría”, afirma Genovese. Y agrega: “En esos flujos discurren sus modos de hacer y de pensar donde las palabras regresan a un lugar anterior a lo dicho, a lo endurecido en aceptaciones que se han vuelto o siempre fueron cuestionables”.
Es decir, si en su libro de ensayos anterior Leer poesía (lo leve, lo grave, lo opaco), sugería puertas de acceso al lenguaje poético, ahora profundiza hipótesis en torno a diversas preguntas: cómo aparece la idea de un poema, qué papel juega la emoción, en qué consisten los procesos de composición. Genovese comienza aquí a cavar hacia la profundidad para indagar en lo que puede hacer la poesía, no sólo en términos instrumentales sino, sobre todo, como forma de habitar este tiempo y este lugar.
Para entender la propuesta es buen ejercicio poner en diálogo su trabajo ensayístico con su obra poética. Y a la vez, situar la voz de Alicia dentro del mapa poético argentino. El mismo que después de mucho tiempo comienza a reconocer el protagonismo de las mujeres a lo largo del siglo XX aunque ellas vienen haciéndose escuchar sin necesidad de validaciones externas. Ya en los noventa Alicia Genovese venía prestando atención a sus colegas. Con ellas escribió su tesis de doctorado para la Universidad de Florida, Estados Unidos, que después transformaría en el libro La doble voz: poetas argentinas contemporáneas (1998), con estudios en torno a Irene Gruss, Tamara Kamenszain, Diana Bellessi, María del Carmen Colombo y Mirta Rosenberg.
Genovese misma forma parte de la continuidad de estas voces, como también se puede advertir en su obra reunida La línea del desierto, que reúne libros escritos entre 1982 y 2018, incluido La contingencia (Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2014). A ese volumen le siguió Oro en la lejanía, de reciente aparición, donde en versos como “ser extranjera/llevar una raíz expuesta,/una raíz aérea” emerge uno de los temas de Abrir el mundo desde el ojo del poema: la migración y el modo en que configura las prácticas artísticas en la poesía argentina. Para eso, toma como referencia a Colombo, Bignozzi, Liliana Ancalao y Alberto Szpunberg.
La migración según Genovese no sólo es un atavismo geográfico. Es además un estado descentrado, a la intemperie como decía Juanele Ortiz, que infunde texturas singulares a lo que se escribe: el poema es la forma de hacer pie en medio del descentramiento. Si en Ancalao el bilingüismo revaloriza el origen de la lengua oculta, negada (la mapuche, en este caso), en el caso de Colombo, su inclasificable y bellísimo La familia china (1999) se transforma en anticipación de las corrientes migratorias orientales desde una perspectiva que retorna a la cultura del conventillo y el arrabal. La dictadura, en cuanto a Bignozzi y Szpunberg, es el eco permanente del exilio y de una poesía que desplaza las fronteras al ser escrita afuera desde un adentro propio, cuyo legado también construye la poesía actual.
El concepto de “doble voz”, entonces, se resignifica en este nuevo libro a varios niveles además de la lengua migratoria. En los noventa, Genovese lo había desarrollado en torno a la idea de las mujeres que escriben en un registro donde lo íntimo y lo histórico son capas inseparables. Ahora, despliega ese vínculo en torno a la poesía “como el lenguaje que intenta decir, sin ser aplastado por lo dicho”. En ese intento, quien escribe no lo hace exento de la emoción que, lejos de ser capa decorativa, es un centro mismo que atraviesa el decir. Y a la vez, sólo se completa con un otro. Por eso la poesía se constituye desde un “yo”, observa Genovese, que a la vez es un “tú”. Esta renovada idea de la doble voz, de paso, es un argumento sustancial para quienes aún creen que la poesía es un género que se mira el ombligo. “Ya no se trata de lo íntimo asociado con el espectáculo de la intimidad, como se ha caracterizado a cierta modernidad que aparece en la mostración exacerbada del yo, sin real deseo vincular. En el espectáculo de la exhibición, el yo suele no ser más que un artificio armado: no puede sostener la reciprocidad que implica el vínculo. Cualquier emoción sitúa al sujeto en un espacio de intimidad que entraña el encuentro con algo que le es propio y que, a la vez, puede conectarlo con el otro”, escribe Alicia en “Sobre la emoción en el poema”.
En ese marco, sostiene la autora, la crítica literaria feminista trajo al centro de la escena la validación del yo poético, del yo que escribe, ya no como un ente vaciado de carnadura, “sino en su íntima y compleja relación con un sujeto de la experiencia que lo alimenta, que deja fluir en él su percepción, su captación del mundo”, lo que determina la necesidad de afinar la escucha y leer detenidamente los matices de ese “yo” repleto de resonancias mientras proliferan las voces femeninas y no binarias en este siglo XXI. Un siglo que, lejos del objetivismo depurado de toda emocionalidad en otro momento, trae nuevas voces que dialogan de manera más abierta y desprejuiciada con la propia intimidad. Genovese cita a poetas jóvenes como Verónica Yattah, Natalia Leiderman, Patricio Foglia y Leandro Llull y se detiene en el análisis de sus producciones poéticas como una forma de polinizar la escena actual.
Abrir el mundo desde el ojo del poema permite también asistir a lecturas teóricas que son andamiaje de estos ensayos, con Agamben, Yves Bonnefoy, Judith Butler y Henri Meshonnic entre muchos otros. Entre la filosofía y la semiótica, entre la historia del arte y la del pensamiento, el campo poético va construyendo su propia especificidad. Algo que Genovese viene haciendo desde hace décadas, al complejizar ciertas ideas y situarlas bajo una zona específica que toma a su favor las inestabilidades propias del género poético, renuente a cualquier cristalización. El resultado son estos ensayos abiertos a los fulgores del mundo actual, a su intemperie.