Crecen flores en la rotonda del 6, novedad de puntos suspensivos ediciones, es el primer libro de poemas que publica la autora Lea Pompom, nacida en Eldorado. Antes, la poeta, música y performer misionera, había editado tres fanzines en los que difundía sus textos y sus preguntas en relación al cuerpo y el territorio: “Femipijismos” (2019), “Travajos desde el interior” (Ed. Mi pieza Graff, 2021) y “Volver al río para contarnos secretos” (Ed. Are you a cop or what?, 2021). Con esta última editorial realizó los collages que se pueden encontrar en el interior del poemario.

Desde la polvareda rojiza y la humedad selvática vienen los versos calientes de Lea Pompom. Construyen algo más que la escasa memoria con la que nos imaginan a las travestis en las capitales; ella forja una mitología de criaturas paganas, adoradas en la oscuridad para conseguir los favores, la gracia.

El poemario es una casa aparentemente vacía a la que lxs lectorxs nos aventuramos. Decimos hola, y como respuesta, la voz de Lea es un eco que nos señala que esa casa es su cuerpo, y ese cuerpo está habitado por preguntas. Una voz que no teme decir el dolor, todo lo contrario, lo toma y lo parasita, nos invita para que podamos sentarnos a admirar su belleza.

La casa está vacía abandonada

la tengo que habitar porque he matado a un hombre. Cuánto vacío soporta una casa

cuánto vacío tiene la casa

cuánto vacío tiene una persona sin casa cuánto abandono la persona

cuánto se puede llenar

qué tan osado es empezar a habitar poner en palabras la pregunta buscar respuestas para la pregunta de lo que se habita o se abandona

¿Qué hacen dos cuerpos juntxs?

¿Qué hace un pueblo con un cuerpo?

En esta mitología del dolor, personajes se pasean y nos abren la imagen del pueblo, de la ruta, de vergas que esconden secretos y de culos que piden rendir su hombría. Aparecen, como una colección de estampitas paganas, La Isa, una salvadora eterna de travas iniciáticas; los pibes chorros que quieren el amor que no puede estar a la luz y eligen llevarse un celular en lugar de un beso; Gabi y Martín, lxs enamoradxs; las travestis, criaturas-panteras, putas y pobres, encargadas de recopilar con la boca los secretos del pueblo.

Nuestra memoria está desbastada, y en esa ausencia, en la imagen del vacío, leit motiv de este poemario, la escritora intenta llenarlo todo con palabras. Por momentos, sus versos, se vuelven prosa, le exigen a la lengua contarlo todo, escapar del silencio al que la historia nos ha sumido. Así, se condensa y se engordan las imágenes, se ensanchan y lo ocupan todo, como un grito. Eso es seguro: la voz de este libro dice estar falta de olfato, más no de instinto. Desde las vísceras grita, y quien escuche su voz en la ruta, en la noche, ya no puede hacer oídos sordos.

¿Qué hace una travesti sin olfato

en la selva?

¿Qué hace una travesti sin olfato parándose en la ruta

queriendo ser parte del desfile de autos?

¿Qué hace una travesti sin conocer el olor de su cuerpo?

Las sobrevivientes a las Misiones jesuitas no tenemos tercer ojo que abrir

si sos una trava sin olfato y vas a hacer el camino de las rutas es necesario que dejes crecer, durante años

una larga cabellera, de ella crecerá el fruto que los jesuitas no pudieron encontrar

que los misioneros no pudieron explotar.

¿Qué hace una travesti sin olfato en la selva

en la ruta?

Subiendo a los autos de los hombres del bien poderoso las travestis tienen que aprender a oler con la otra nariz

con el resto del cuerpo porque el perfume siempre huele a rosas la carne que no huele a carne es engañosa.

La representación de nuestras voces por nosotras mismas es indispensable, tanto se ha dicho de nuestros cuerpos que ahora hay que desmentir o desmitificar. Tanto le cuesta a nuestros cuerpos en dinero, golpes y en reveses el amor a oscuras que no transa con el día y la vida pública. La voz de Lea Pompom despunta brillante entre el polvo rojizo, del mismo color que sus rodillas. Se para y teje el entramado de saliva y labial de oficio, para que no se pierdan los recuerdos, para que sepan todxs que ser en la pequeñez de un pueblo en el extremo del país es muy distinto a la fantasía asimilada y llena de derechos que nos venden las capitales.

Pueden conseguir el libro en la página de puntos suspensivos, y deleitarse con los versos que se anuncian indomables, con imágenes que punzan y miran a los ojos a la belleza. Allá, donde el calor acucia, donde la soledad es un privilegio de quienes pueden pagar la compañía, la escritora nos despide con una última maldición: que te amen como una travesti ama a su cuerpo.