“Rata inmunda / Animal rastrero / Escoria de la vida / Adefesio mal hecho / Infrahumano / Espectro del infierno / Maldita sabandija / Cuánto daño me has hecho”, fragmento de “Rata de dos patas”, cantada por la mexicana Paquita la del Barrio, por un lado. “Una azafata despechada hizo una amenaza de bomba que provocó terror y pérdidas millonarias”, titular periodístico sobre el sonado caso ocurrido en el Aeropuerto de Ezeiza en mayo de 2023, por otro.

He aquí dos ejemplos de diferentes tipos de despecho: el pasivo y el que pasa a la acción. Es típico que nos afecte un desengaño o una traición. No se puede evitar el enojo y hasta resulta saludable expresar el desgarro interno. Comerse la indignación envenena, crea resentimiento, es difícil evitar el enojo con quien ya no nos quiere, pero no podemos evitar sentirlo y, si resulta necesario, hablarlo, compartirlo. Este despecho es relativamente inocuo; no realiza acciones concretas más allá de emitir términos sobre pasiones tristes contra alguien que, en general, permanece en el anonimato para los de afuera “que son de palo”. Salvo contados casos -como Shakira- que manda al frente mediante un despecho remanido -en cuanto a insultos y cosificación del abandonante- pero original como fuente de ganancias pecuniarias.

Ahí se montó un dispositivo para pasar a la acción sin demasiado dolo para terceras personas. Pero existen palabras performativas que con su simple enunciación provocan hechos; decir que hay bombas a bordo de un avión lleno de gente, por ejemplo. El móvil es sed de venganza, aunque no siempre se perjudica a quien va destinada. Es un boomerang. El despecho es del orden del sentimiento ciego, ese que le pone obstáculos a la razón. Pues, como todas las afecciones dañinas, obnubila. Las alegrías del odio son calamitosas.

Los grandes desengaños son propicios a venganzas desproporcionadas. Pero una cosa es sufrir una pasión maligna y otra muy diferente actuar para producir daño. No somos culpables por las pasiones que nos afectan, pero somos responsables de lo que hacemos con ellas.

En Obsesión, de Luis Malle, un hombre vive un apasionado romance con la mujer de su hijo. Cuando éste se entera, se desespera y finalmente se suicida, vuelca sobre sí mismo el tóxico despechado. El padre se excusa ante su esposa por haberse enamorado de la mujer del hijo y abordarla. Ella solo le pregunta: “¿Y no se te ocurrió hacer otra cosa?”. Su falta no fue enamorarse sino dejarse llevar por la pasión sin medir las circunstancias y consecuencias. Cómo “hacer otra cosa” con una pasión triste, ese es el desafío. Ese es el lugar de la responsabilidad con los afectos que nos perturban (no ceder ante el deseo, decía Lacan). El título original de la película es Damage (daño).

“El mal que me has hecho. / Es herida abierta / que inunda mi pecho de rabia y de hiel. / La odian mis ojos porque la miraron. /Mis labios la odian porque la besaron. / La odio con toda la fuerza de mi alma. / Y es tan fuerte mi odio como fue mi amor”, fragmento de “Rencor”. El tango tradicional, en general, es un largo lamento de despechos, desde los pasivos como éste (solo habla de su rencor) -de Charlo y Luis César Amadori-, hasta los que se ufanan del despecho activo y el pase a la acción. “Las pruebas de la infamia las llevo en la maleta. / Las trenzas de mi china y el corazón de él” (“A la luz de un candil”, tango de Navarrine y Flores).

Pero, ¿qué es el despecho? El resentimiento o disgusto hacia alguien que nos defraudó, suele desatar deseos de venganza. Proviene del latín despectus: mirar desde arriba despectivamente, despreciar, repudiar. Aparece por primera vez en castellano en el poema del Mio Cid, siglo XII. ¿Cómo?, ¿antes no se expresaban despechos? Obvio que sí, pero se los consideraba venganza (la venganza es un efecto posible del despecho). Es así que Medea, para vengarse, mata a sus propios hijos, los cocina y se los sirve al plato a su marido y padre de los niños, que la está abandonando por una joven princesa.

Una segunda acepción de despecho es dejar de dar el pecho, no amamantar. Es curioso que ambas connotaciones estén relacionadas, porque la persona despechada se siente “destetada”.

El despecho es una pasión. Lo contrario de la acción, algo que nos acaece, nos posee. No es fácil ser razonable con el ego atravesado por la flecha del resentimiento. ¿Quién tiene un cuerpo que puede hacerlo y asumir el dolor sin aspavientos? ¿Difícil? Sí, pero cuando se toma consciencia de que a pesar del despecho no se pasó a la acción, un bálsamo mágico viborea por el cuerpo, la dignidad.

“La pasión y la rabia son la causa de los actos de venganza -dice Aristóteles- pero hay una diferencia entre venganza y castigo. El castigo está definido por el daño que se le hizo a la víctima, pero la venganza está definida por oscuros designios de la víctima (despechada) y la satisfacción que obtiene de dicho acto”. La venganza es un afecto egoísta, a nadie beneficia y, en el mejor de los casos, deja una efímera sensación de placer. No se la debería confundir con la justicia, que es del orden de la reparación. Ya sea por el accionar de la ley positiva, ya sea por la idea de justicia que atraviesa imaginarios. “Bien=alegría” // “Mal=tristeza” (Spinoza).

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El teatro isabelino abunda en despechos que culminan en sangrientas venganzas. Fascinan en buena literatura; inquietan, en cambio, en las formas incontrolables y virales que toman los despechos actuales, los digitales. Internet es el arma preferida de les “vengadores” que pasan a la acción. Esas venganzas no por ser virtuales dejan de ser reales. En las redes les despechades llevan a cabo sus hazañas. Suelen terminar mal, para la víctima sin duda y con frecuencia también para quien agrede. La información sensible y los desnudos que se intercambiaron amorosamente durante la relación sexoafectiva se convierten en dardos venenosos en el teclado de quien vomita su despecho en la red. Llevar en sí un resentimiento emponzoña todas las alegrías. Se llega al absurdo existencial de buscar alegrías únicamente en la tristeza. Alegrías calamitosas. Por el contrario, la serenidad es la aceptación de la pérdida, el darse cuenta de que no somos lo que nos aman, o no; sino lo que amamos o dejamos. ¿La mejor actitud cuando tienta el despecho? Indiferencia y olvido y a otra cosa mariposa.