El sábado pasado se cumplieron ochos años del primer Ni Una Menos y las calles volvieron a ser lugar de encuentro y marchas en ciudades y barrios, donde las consignas fraguadas al calor de asambleas populares y en movimiento se gritaron, se bailaron, se graffitearon. Ese mismo 3 de junio, en Neuquén, Ruth Zurbriggen, le decía a un periodista que cubría la marcha contra las violencias machistas, que esta revolución y la infinidad de revoluciones mínimas que no cesan, es la potencia del devenir de estos años, desde 2015 hasta ahora. “El quiebre. El disloque. Porque hay lugares a los que no queremos volver más”. Su voz no solo se escucha en la radio en fechas feministas, se escucha también, megáfono en mano, en las corridas socorristas con peluca rosa donde siempre está al frente junto a otras y otres, en las disputas cotidianas de sentido que se juegan en la verdulería o en la estación de servicio, si el playero da el vuelto con un ‘gracias mi amor’. La voz de Ruth es política y se conjuga colectivamente, se escucha cuando habla de aborto, cuando quiere sacarlos del silencio, de la vergüenza, de la culpa y la estigmatización para hacerlos públicos, para politizarlos. Y se escuchó mucho antes de que el aborto fuera legal en nuestro país. Se escuchó cuando gestó junto otras compañeras La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y varios años después, el 24 de mayo de 2018, cuando con voz muy alta dijo en la plenaria de comisiones de la Cámara de Diputados, que abortar es una decisión responsable y vital y que implica elegir la vida de determinada manera. Y ahora, aún con la ley 27.610 en vigencia, su voz se sigue escuchando para visibilizarla y hacerla vivir en toda su extensión.
Ruth estaba presente en el intento de corte de ruta cuando el maestro Carlos Fuentealba fue fusilado el 4 de abril de 2007, como resultado de la represión desatada por el gobierno de Jorge Sobich contra les docentes de Neuquén. Estaban en la calle porque la lucha sindical por las condiciones de trabajo y pensar la educación pública siempre fue motivo de movilización. Ese día fue un antes y un después. Aquella huelga implicó organización colectiva con otres compañeres y juntes pusieron bien en alto que las vidas importan. Fueron años de lucha, intervenciones callejeras, banderas, escraches y pedidos de justicia. También ahí su voz de trabajadora trinó con furia porque desde ese lugar piensa su activismo.
Ruth es la que soñó y sigue soñando con una marea verde que lo cubra todo y más, porque correr el imaginario de lo posible es su rumbo. Es la que pinta -entre risas y carcajadas compartidas- paredes donde se lee que las niñas no son madres y que nos sentimos seguras si estamos juntas. La voz de Ruth se amplifica en colores fuertes cuando enciende bengalas a cielo abierto que cubren de violeta y fucsia el entorno de las marchas del 8M. En ella está vivo el constante interés de hacer pedagogía feminista que ponga en valor lo colectivo. La voz de Ruth es la que se entreteje en redes de acompañantes de aborto -tanto aquí, con Socorristas en Red, como en América latina con la Red Compañera-. Es la que elige junto a sus compañeras y compañeres el acompañamiento feminista de esas decisiones. Ruth piensa, investiga y escribe desde su hacer activista y colectivo narrativas que desborden los silencios. Porque el volumen de su voz, con o sin megáfono, tiene la fuerza de un huracán y la certeza de una flecha que da en el blanco.
Lo político es personal
Nació en Córdoba, en un pueblo diminuto llamado Pozo del Molle. En agosto de 1984 se recibió de maestra, “profesora para la enseñanza primaria”, y tuvo el ofrecimiento de ir a trabajar a una escuela parroquial en Villa Regina, Río Negro. Fue a cubrir una suplencia por maternidad de otra docente. Eso le implicaba empezar con un doble turno a cuestas. Como además le habían ofrecido vivienda gratis, decidió emprender el viaje. Compartió un departamento con otras cinco docentes, todas oriundas de localidades de Córdoba, sin embargo, algunas de las promesas laborales se esfumaron rápido. El punto fue que el departamento estaba ubicado frente a una de las escuelas parroquiales donde vivía el cura que dirigía esas escuelas. “Mirado a la distancia, el control sobre nosotras era insoportable. Además, del salario que nos pagaban en efectivo nos descontaban gastos de alquiler”, cuenta Ruth. Trabajó en esa escuela dos años. Su primer embarazo -mientras era maestra y catequista- hizo imposible que siguiera en el puesto. “En hora buena”, admite varias décadas después. De Villa Regina migró a la ciudad de Neuquén, donde aún hoy vive, y encontró refugio por unos meses en la casa de un primo que la acompañó y la cuidó durante ese embarazo.
Ruth vuelve sobre aquella primera marcha de Ni Una Menos en 2015, y también sobre esta última. Las describe como “una subversión corrosiva que se infiltra unas veces más estridente, otras más silenciosa, para subjetivarnos de manera renovada, para poner límites, para insistir con nuevas praxis políticas que ensayamos una y otra vez en la cotidianeidad de nuestras vidas”. Seguidora de las publicaciones de Sara Ahmed, sostiene como ella, que ‘Lo personal es político y lo político es personal’, y que en esa definición tan corta como profunda, hay todo un programa de acción que ensancha nuestras existencias.
En la vida de Ruth hubo una época de catequista y otra de trotskista. Señala que ambas estuvieron atravesadas, de distinto modo, por su hacer docente. De esas épocas, surgen fotos, algunas más borrosas: “Del tiempo de Ruth catequista, me resulta más difícil responder”, dice. “Es que enseguida emprendí un cuestionamiento intenso a todo lo que proponen los dogmas de fe. Qué decirte, quizás desarrollé por entonces cierta preocupación por los pesares de otras personas, el trabajo comunitario”.
Su etapa trotskista fue más larga que la de catequista. Duró casi diez años y se amalgamó también con la construcción de una conciencia de clase. De esa etapa rescata el interés por intervenir en política y por construir organización, en ese caso, un partido político. Sin embargo, tuvo a la vez, experiencias profundamente sexistas, especialmente en los últimos años.
“Fui armando una intuición: no quería sostener prácticas patriarcales que me ofendían a mí individualmente y que a la vez resultaban encontradas con las aspiraciones de transformación”, observa. Así, pasó de ser una militante ejemplar, a ser un poco la puta, por separarse de un dirigente y armar nueva pareja pronto. Y después “la fundida” por negarse a ver la realidad como la dirección del partido la analizaba.
Tal vez, esa politicidad que necesitaba tener cerca, respirar, construir y hacerla realidad, fue la que encontró a comienzos de este siglo. Aunque dice que no podría identificar en qué momento sintió conscientemente que era feminista, hay eventos a partir de los cuales lo fue siendo.
“Fueron momentos claves en un proceso que no tiene un cierre, al estilo: listo soy feminista, más bien me voy haciendo conscientemente feminista en una amalgama circular y laberíntica de razones. Se me vienen eventos a mi memoria, puedo pensar cuando me fui del MAS (Movimiento al Socialismo), porque irme implicó repensar los deseos, las resistencias, las esperanzas. Cuando empezamos a diseñar las posibilidades del armado de una colectiva, allá por el año 2000 y que se concretó en 2001. Cuando por esos años acompañé a una compañera trostkista a resolver el aborto de su hija de 15 años”.
La mejor decisión
En 2001, concretaron en Neuquén La Revuelta Colectiva Feminista. Un hito en su vida. A partir de ahí, sí se reconoce como maestra feminista “acompañada por la inmensa Graciela Alonso”. Es que Ruth tuvo siempre un enorme interés por las pedagogías feministas y junto a Graciela se animaron a recorrer un camino de sospecha permanente.
“Hay que ser sospechosas siempre, decía Graciela. Y desde esas sospechas, entender las múltiples y entrelazadas estructuras de poder que nos habitan y que habito desde mi cuerpo”, sostiene Ruth.
Decidió arriesgarse a una vida activista, aún a costa de muchas penas pero sabiendo que esas penas valen para discernir con quiénes queremos rebelarnos en este mundo. “Las personas estamos atravesadas por pasiones y deseos políticos que en un momento pueden ser más o menos confluyentes, y en otros bifurcarse”. Y enseguida trae desde algún lugar de su memoria otra afirmación de Graciela Alonso: Ruth en política, ser más no siempre suma.
Traer en estas páginas el recuerdo de Graciela, es volver a andar junto a ella por aquellas definiciones que transitaron juntas. La decisión de ser parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito e integrar la Comisión de Articulación hasta 2012, les trajo la posibilidad de vincularse con compañeras y compañeres entrañables. Ambas fueron parte del equipo de producción de Sin Sostén, suplemento menstrual de mujeres, dirigido por la periodista Mónica Reynoso, que salía en el periódico independiente 8300.
Graciela y Ruth acompañaron a una joven, la Pato, quien denunció a su ex -pareja por violación. También conocieron y acompañaron en distintos momentos a Ivana Rosales, que murió el 6 de septiembre de 2017, por un ataque epiléptico, consecuencia de la violencia perpetrada por su ex marido. Con Graciela compartieron tiempo activista con Lohana Berkins y con una larga lista de compañeres. “Nombro a Lohana porque puede significar cierta síntesis de esxs muchxs otrxs”, subraya Ruth.
Con Graciela también diseñaron el espacio Socorro Violeta, de asesoramiento ante violencias machistas. Y juntas también estuvieron en la decisión que tomaron en 2010 de acompañar a abortar, con el armado del Socorro Rosa en Neuquén y después el impulso de la Red de Socorristas en 2012. Graciela, con quien Ruth armó una amistad política irremplazable, siempre estuvo en esas marchas, en las corridas con pelucas rosas, en los encuentros y en las mareas.
“Ni Una Menos y los diálogos que se abren a partir de ese proceso, la Marea Verde, los llamados Encuentros Nacionales de Mujeres ahora Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, No Binaries”, enumera.
“Y sí, ¿por qué negarlo?”, se pregunta ahora Ruth: “Extrañamos la masividad de 2015 y los años anteriores a la pandemia. ¿Cómo no extrañar esas fiestas de la inmensidad colectiva para sostenernos en los dolores, las furias, los sudores, los abrazos y las tramas colectivas del glitter y los gritos que hicieron sacudir la tierra que pisamos y los lugares que habitamos?”
¿Dónde encontrás tu alegría, tu rebeldía, tu libertad?
--En la vitalidad que me ofrece la vida activista. En el interés por hacer refugio colectivo para soportar este mundo al que buscamos cambiar. En las conversaciones, vino tinto de por medio, con amigas y amigues de aquí y de allá. En las relaciones con mis hermanas feministas. En los viajes, especialmente en los que, con Belén, amiga y compañera, manejamos y cantamos con música a todo volumen. En la vida de y con Ayelén, mi hija. En lo que aprendo con Martín, mi hijo. En cierto cine, en cierta literatura. En la intransigencia semántica cotidiana, a riesgo de caer pesada. No importa. Sin intransigencia se empobrecen y obliteran nuestras potencias transformadoras. Si nos negamos a tolerar este mundo, hay que hacerlo saber todo el tiempo y en todo lugar, porque hay otros posibles y los estamos armando. Esa convicción me da muchas esperanzas y energiza mi existencia. En el armado de inventivas para sobrevivir en un mundo empeñado en volvernos desechables. Lo político de nuestras existencias radica en estar siendo estratégicamente inventivas.
¿Cómo evaluás las agendas y los espacios comunes que quedan afianzados y los que no?
--Estimo que en ese proyecto colectivo que busca profundizar las revoluciones en curso necesitamos instalar modos de interrogación para campear este tiempo en el que el capitalismo produce más empobrecimiento económico y precarización para amplios sectores de la población, donde todo parece empujarnos a la fragmentación y -a veces- incluso, al descuido de lo que sí construimos. ¿Qué podemos los feminismos y transfeminismos en un año atravesado por disputas interminables dentro de los frentes y partidos políticos de cara a las elecciones? ¿Acaso eso puede no afectar nuestros procesos organizativos seamos o no integrantes de partidos políticos o de movimientos sociales?
Ruth está llena de interpelaciones. Se hace preguntas y esas preguntas hacen eco y se multiplican en otras: “¿Desde qué única lupa aprendimos a mirar y medir la masividad? ¿Dónde se oculta (o expresa) la masividad en este tiempo de restringida ocupación callejera de los feminismos? ¿Cuáles son los distintos planos de la masividad si nuestras luchas se despliegan en todo lugar? ¿Puede la masividad medirse también por la intensidad de lo que sucede en los territorios con los feminismos? En mi opinión, hay tareas pendientes: ejercitar la construcción de un inventario común conjugado con los problemas materiales y simbólicos que nos inquietan actualmente. Construir espacios y conversaciones donde ese ejercicio se teja. ¿Es posible que volvamos a crear las condiciones de posibilidad para eso?”
Es un tiempo de encrucijadas donde nada es lineal, por eso Ruth tampoco se conforma y revela que esa sigue siendo parte constitutiva de nuestras premisas insurgentes. “No conformarnos ni con nosotres mismes”, desliza. Y propone desplegar modos de hacer “que nos produzcan sostenes y alojos desde ciertas intimidades y amistades políticas y desde allí, esforzarnos por producir alianzas estratégicas que contrarresten las fuerzas conservadoras y de las derechas empeñadas en destruir todo y a todo lo que tienen por delante”.
Las derechas nos acechan, ¿qué tareas tenemos?
--Muchísimas. Todas las que queramos imaginar y las que no podemos imaginar aún. Esas expresiones de las derechas se proyectan también contra nuestros sueños. Saben que venimos consolidando posiciones, instalando agendas, atrayendo. Casi simplificando diría que asistimos a una combinación de circunstancias, por un lado, los sistemas de poder que no dan tregua y, por otro, las atracciones que provocamos denotan que tenemos desafíos urgentes y más responsabilidades también. Proyectar mucho más el armado de alianzas a nivel global, salirnos de ciertos encierros. Disponernos a construir horizontes programáticos estratégicos. Reconocer el carácter feminista que toman muchas de las resistencias actuales y empujar para su profundización. Asumir que nos necesitamos. Desarrollar pensamientos y prácticas anti-fragmentarias. Construir fuerzas que se dispongan a “hacer en común”, como sostiene Silvia Federici. Que no nos expropien el deseo de seguir cuestionándolo todo a la par que en ese hacer ensayemos y prefiguremos, inclusive a riesgo de equivocarnos.
¿Momentos de felicidad en el activismo?
-Las calles en 2018. La certeza de que, pese a la votación en el Senado, a la clandestinidad no queríamos volver más. El aborto en la mesa familiar. Los memes y el humor popular con que se respondió a los sectores antiderechos. Apreciar y sentir que ese año la sensibilidad despenalizadora creció a ritmo vertiginoso. A la vez, 2018 sin 2015 y el proceso abierto con Ni Una Menos, se me hace impensable. Entonces, bucear ahí, qué del 2015 está en 2018, qué perdura, qué cambia, qué se renueva, qué síntesis se alcanzan: masividad, intergeneracionalidad, alianzas, despliegues estratégicos, la puesta en valor de los bienes comunes de un movimiento que tiene una larga historia de lucha y de referencias militantes. Y claro, los días y momentos en que conseguimos el reconocimiento de derechos. Eso hace a momentos de felicidad, sin embargo, lo que más se acerca a momentos de felicidad en el activismo que transito son aquellos en los que siento y conecto con la capilaridad entretejida por un sin número de movimientos y personas que echan mano a argumentos feministas para explicar y explicarse la vida.
¿Y de los otros?
--Actualmente te diría que lo que más desazón me provoca es la imposibilidad de sostener diálogos y debates más o menos constructivos ante las diferencias políticas dentro de algunos espacios afines. Tengo mucha preocupación por este aspecto. No es tanto tener desacuerdos políticos lo que me entristece, sino cómo se tramitan, cómo los tramitamos. Siento que podríamos buscar modos más saludables y que muchas veces eso no nos sale. Pienso que la heteronormatividad -y todos sus intrincados mecanismos- suelen colarse en las maneras de tramitar desacuerdos. Y que las lógicas anquilosadas de los partidos políticos, también se cruzan para jugarnos malas pasadas. Me entristecen los cimbronazos y la desmoralización que provocan las crisis internas dentro de algunas de las redes en las que me involucro. Las fuerzas que desalientan el hacer colectivo, que niegan genealogías y pretenden que importa sólo el presente y “mi presente”. La incomodidad que me produce vislumbrar y sentir que a veces hay extractivismo, en tanto forma de relación política, dentro de algunos espacios activistas. ¿Cómo se delimita un ustedes y nosotrxs sin que eso provoque daños extras? ¿Cómo revisamos la dureza con la que a veces nos miramos? Y más en general, diría que las injusticias, en sus múltiples modalidades, me provocan mucha tristeza y mucha rabia también.
Es indudable que en Ruth viven esas infinitas revoluciones mínimas que no cesan, junto al impulso por poner a disposición lo colectivo, por transmitirlo y compartirlo. Jamás deja de pensar pedagogías feministas que abran puntos de interrogación y tampoco deja de abrir mundos. Ella los imagina y se lanza a crearlos. Los conmueve. En Ruth vive la búsqueda incesante por el armado de redes y articulaciones. Siempre hay algo más para pensar, hacer y lograr. En ella vive y se expresa la potencia feminista que se ocupa de escuchar a otras y otres. “La preocupación por devenir escuchante -dice ella-. Tarea difícil y siempre inconclusa, porque escuchamos desde lugares situados y eso nos hace escuchar y no escuchar a la vez”.