“Lo importante no es llegar / Lo importante es el camino”. Así comienza una bella canción de Fito, no sólo la traigo a este texto para recordarla sino también para resaltar que es una simple pero contundente definición del deseo.
Hace varias décadas se escucha hablar del síndrome del burnout, primeramente, se adjudicó el término a los trabajos asociados a lo asistencial para luego extenderse a los trabajos, en general. Burnout, término en inglés, implica “quemarse”. ¿Cuál es el proceso psíquico del burnout? ¿Cómo es que un sujeto convive con sus síntomas y monta una vida automatizada en ellos?
Existen al menos tres elementos característicos de este síndrome:
1) Agotamiento: parecido al stress, superado por la exigencia, la demanda es mayor a sus posibilidades de respuesta; la persona cayó en un circuito donde cualquier cosa “es demasiado”.
2) Despersonalización y/o deshumanización: la persona, al sentirse frustrada e indiferente, comienza a montar en cólera, enojo hacia el resto y así descarga su agresión.
3) Falta de realización personal: se focaliza tanto en lo laboral que pierde su sentido de vida. Deja de contar con elementos que lo enriquecen como persona (por ejemplo, ciertos lazos afectivos).
Lazarus y Folkman definen el burnout como la enfermedad de la Idealidad y el peso de los ideales. Plantean que a partir de la globalización se destaca que las grandes instituciones han caído (ha caído la institución de la iglesia, de la familia, los sindicatos, etcétera) sus valores perdieron peso, menos una institución: la empresa aparece como la única institución donde los valores no caen, sino que se replican en otras instituciones, se difunden esos únicos valores al resto del cuerpo social (por ejemplo, sobre la familia).
Vale destacar que el peso de los ideales son los que muchas veces conducen la vida del sujeto, compuesto por mandatos de todo tipo y color. No es que “estén mal” los ideales, tienen muchas utilidades, pero habrá que ver hasta dónde se llega con ellos y cuál es la diferencia entre lo que hay en la realidad y lo que pienso en el mundo ideal para que en esa diferencia encontremos algo más parecido a lo posible.
Desde el psicoanálisis no suele acuñarse el término burnout, aunque bien podemos hacer algunas homologías no identitarias con otros conceptos donde ubicamos al sujeto (sujeto neoliberal, sujetado por los ideales neoliberales). El exceso de trabajo y de falta de tiempo, o como lo nombré en un artículo anterior, el “fenómeno del sin tiempo”, es hoy en día moneda corriente. Se escucha todos los días en las consultas y en el padecimiento humano. Podríamos nombrar la afectación del cuerpo vivenciando el exceso (de trabajo, de quemarse, de cansancio, etcétera) como homólogo a los síntomas del burnout. Será importante entonces revisar de qué está hecho ese exceso para ponerle algún tope.
Mark Fisher nos acerca el concepto de hedonía depresiva y dirá que es “una incapacidad para hacer cualquier otra cosa que no sea perseguir el placer”. Resulta interesante plantear en este punto: ¿hay placer en el exceso de trabajo, en el exceso de vivir “sin tiempo”?
Podríamos decir, a modo didáctico, que gozar tiene dos caras, una que genera placer y otra que es más bien opaca, que se encuentra más allá del placer. Excedernos tiene que ver con ambas caras, por eso será tan necesario encontrar aquel punto de corte, de tope, un límite, un borde que contenga el desborde donde el exceso se presenta pidiendo más. Lacan nos transmite que el derecho a gozar podría convertirse en un deber ya que “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo del goce: ¡Gozá!”.
El exceso lo experimentamos día a día, lo siente el cuerpo afectado por el cansancio, el agobio, el fastidio, la tristeza, la ansiedad, etcétera. En la actualidad, estos afectos son nombrados como “stress”, una gran bolsa de gatos que no los diferencia ni los nombra. Son afectos que se despiertan y resuenan en el cuerpo de cada quien, produciendo un tipo de arrasamiento predominante en la época: arrasamiento subjetivo.
“Lo importante es desear / Y no ser un muerto vivo”, así continúa la canción de Fito que nombraba al comienzo. Se llama “Eso que llevas ahí”. ¿Será que conocemos (o no) de qué se trata eso que llevamos ahí? Este podría ser el punto de partida de un análisis:¿qué estoy llevando? ¿dónde porto eso que llevo? ¿lo llevo o lo cargo? ¿me quemó el deseo?
Florencia González es psicoanalista. Autora de “Lo incierto” (Ed. Paco, 2021).