En la previa de su show en Buenos Aires, Steve Vai le dijo a este diario que le “gustaba hipnotizar con la performance”. Y literalmente eso fue lo que hizo el martes en el estadio Luna Park. Noche doblemente especial para el legendario guitarrista porque celebró sobre el escenario sus 63 años. A pesar de que su discografía solista no es cuantiosa, elegir la lista de temas para sus recitales no debe ser tarea fácil. Y es que cada canción, cada track y cada pieza representa en sí misma una obra singular. Sin embargo, el músico estadounidense cumplió con su pasado y también con su actualidad. Como bien se advirtió a través de la vía pública, esta nueva gira se encuentra fundamentada en su décimo disco de estudio: Inviolate (2022), que tiene en calidad de protagonista a “La Hidra”. Se trata de un instrumento de cuerdas conformado por tres mástiles, dos clavijeros y cuerdas de violín. Cinco años demoró su creación, cuyo diseño estuvo a cargo del artista y la marca de guitarras Ibanez.
Pero “La Hidra” no fue el único instrumento al que recurrió el violero para la construcción de su flamante repertorio. De eso dio fe apenas salió a escena. Vai apareció empuñando una guitarra de nodos (nombre de los puntitos que brotan en varias partes del mástil) que irradian un azul fluorescente, para hacer “Avalancha”. Fiel a su título, el sexto track de Inviolate se torna de principio a fin en todo un alud de hard rock. Aunque en varios pasajes sube la velocidad hasta flirtear con el thrash metal, lo que le genera más profundidad y contundencia. Al mismo tiempo, fue una forma elocuente de introducir a la terna de músicos que lo acompaña en esta encarnación de su carrera y en este tour. Y vaya que son muy efectivos. La dinámica entre bajista Philip Bynoe y el baterista Jeremy Colson era tan aceitada que en la siguiente pieza, “Giants Balls of Gold”, esa dialéctica derivó en un groove que puso a latir el piso del predio.
Además de su complacencia por hacer con la viola las veces de “Flautista de Hamelín”, el nacido en el conurbano neoyorquino le confió asimismo a Página/12, entrevista mediante, que se considera un “entertainer”. Rasgo que dejó en evidencia al momento de inaugurar el repertorio. Y es que la intro la empleó al igual que un piloto de carreras pone a rugir su auto en el alba de una carrera. Lo que aparte condimentó mediante las gesticulaciones de su cara. Toda una encrucijada de ademán, gallardía y asombro. Alardeando así acerca de lo que estaba por venir. En contraste con otros músicos, Vai puede darse el gusto y tiene libertad para cancherear. Supo hacer alquimia con su instrumento, por lo que, más que un recital, verlo en vivo tiene sabor a espectáculo. Al menos las seis mil personas que asistieron a este desembarco coincidieron en ese tornasol de actitudes: atenta, sigilosa, expectante, solemne. Lo que es loable si se toma en cuenta que ésta es una patria cancionera.
Aunque su propuesta en solitario es fundamentalmente instrumental, el otrora violero de iconos del rock como Frank Zappa, David Lee Roth, Alcatrazz y Whitesnake tiene la capacidad de sacarle emociones a la viola. Si George Harrison cantó que podía hacer que su guitarra llorara dulcemente, Vai lo lleva al plano de lo físico. Y no sólo eso: revela su locura y hasta puede hacerla hablar. Tal como sucedió en “Giants Balls of Gold”. Si en el funk “Little Pretty” le sacó un brillo rítmico, en “Tender Surrender” fue a rajatabla con lo que sugiere su título: se rindió tiernamente. Y lo hizo además al mejor estilo de la escuela de Santana, nigromante en el rock de la verbalización y la sensualidad del instrumento. A esas alturas del show, el artista ya había desenfundado su guitarra violeta con lagos de fuego y la beige, a la que batió contra su cuerpo y exprimió hasta la última nota. Lo que fue devuelto con esa ovación que sólo reciben los catedráticos.
“Buenas noches, Buenos Aires. ¿Se sienten bien?”, dijo el músico, previamente, en su primera alocución. “Al ver que este lugar y esta ciudad estaban en mi tour sudamericano, quise preparar algo especial. Gracias por venir”. Aparte añadió que estaba de gira desde el verano pasado, lo que le sirvió para presentar a los músicos que lo acompañan. Amén de Baynone y Colson, quienes grabaron en Inviolate y han sido cómplices en varias etapas de la carrera solista de Vai, la formación la completaba el joven guitarrista rítmico y tecladista Dante Frisello, quien solo se suma a sus giras. Mientras en “Light Are One” puso a dialogar al jazz fusión con el funk, en “Incantation” regresó a esa veta más rockera. Una bien tendenciosa y extrema. Alimentada por otros tres guitarristas que salieron al final del tema, empujando la performance hasta los límites del metal. Uno de los momentos cumbres de esta vuelta a la capital argentina.
En ese tramo del recital, Vai volvió a sacar su chapa de “entertainer”, al coreografiar la salida de los violeros. Primero dándole la espalda al público, junto con su banda, para que los invitados tuvieran más protagonismo. Y luego arrodillándose sobre el escenario, tal cual caballero templario. Antes del melodioso y progresivo “Candlerpower”, el icono le cedió protagonismo al bajista. Y también hizo lo mismo con Frisello en el espacial “Bulding the Church”. A continuación, y tras la sugerencia de su esposa de que hable más en los recitales, presentó “Greenish Blues”. “Soy muy afortunado por estar de gira desde hace más de 40 años”, disparó. “Después de todo este tiempo, voy a tocar una canción que grabé hace 30 años, y que recién saqué”. Pese a que está incluida en Inviolate, ese blues compone la época en la que Vai unió fuerzas con cantante Johnny “Gash” Sombrotto. El resto del material vio la luz el pasado 20 de enero, en el álbum Vai/Gash.
Al western metalero “Bad Horsie” (en ese instante apareció en las pantallas el duelo de guitarras con Ralph Macchio en el film Crossroads) le secundó el atmosférico “I’m Becoming”. Como corolario, levantó su viola beige en señal de victoria. Luego de “Dying Day”, Vai presentó el solo de batería de Colson. Entonces volvió a escena con “La Hidra” para interpretar el tema que le dedicó: “Teeth of the Hydra”. El instrumento es una especie de arpa marciana (no se cuelga, se apoya en el piso) multi neck que tiene en el tercer mástil un bajo, y más arriba dos guitarras con diferentes juegos de cuerdas. Una vez que tocó el épico “Liberty”, el músico llamó a su técnico de sonido, el español Dani G, para que cantara el cumpleaños feliz. Y ese hermoso clon de Pavarotti se quedó para hacer la operística “Fort he Love of God”. A la salida, un vendedor de merchandising no oficial preguntó cómo estuvo el show. Alguien del público, recogió el guante y contestó: “Este Maestro me voló la cabeza”.