Es invierno, plena pandemia. María Pien tiene entre manos unos cuadernos y unas notas. Queman. Pesan. No lo que un fuego. Más bien, toneladas de algo. Algo como la historia de una hija. O la de un padre. O ambas.
Aquellos cuadernos, entonces. No eran otra cosa que escritos, notas, parrafadas urgentes, suerte de diario que fue surgiendo a raíz de la muerte de su papá, en 2016. Pero no sólo ello. Sino también cosas: escritos de su padre, tarjetas, tarjetitas, postales, fotos. “Este disco cuenta la historia en torno a la muerte de mi papá y mis vivencias con eso. Lo que me iba pasando: un poco el antes, el durante, un poco el después” dice. Y agrega: “Tiene una línea temporal. Es como una película que empieza luego de su muerte, ese momento tan difícil del después inmediato que es vaciar el departamento, encontrarse con los objetos de la persona y con preguntas a partir de la ausencia también. Una vez que la persona ya no está. Aparecen interrogantes que ya nunca más vas a poder despejar con esa persona. Entonces, también un poco lidiar con la angustia de las preguntas que no van a tener respuesta”.
María Pien –de nombre real María Eugenia Rodríguez Muñoz, pelo entrecano que luce con un encanto natural, una templada locuacidad– es una cancionista de fina labor. Sus dos primeros discos (La vuelta manzana, de 2012 y Malinalli, de 2014) lo demuestran. Guitarreros, citadinos, otoñales. A la par, durante todos estos años pulió su recorrido como tallerista, productora y sesionista (aunque sus músicas no apunten al virtuosismo, es una tremenda instrumentista; de hecho, formó parte –coros, guitarra y charango– de la banda que homenajeó el disco De Ushuaia a La Quiaca de León Gieco y Gustavo Santaolalla en el Centro Cultural Kirchner hace unas semanas). Ahora, acaba de editar el trabajo Recordar/Volver a pasar. Pero para empezar a pensar en este disco no queda otra que ir hacia atrás. Porque se explica desde allá. Tres poemas (2017), Afuera el sol estalla (2018), Una película (2020) no son sino postas en el camino. Hitos de lo que la trajo hasta aquí. En Tres poemas musicalizó escritos de tres poetas (Circe Maia, Lucille Clifton y Birago Diop): quince minutos tan bellos como desconcertantes y es lo inmediatamente posterior al fallecimiento de su papá. Afuera el sol estalla es una suerte de celebración de sus contemporáneos: un disco hermoso volcado casi en su totalidad a la interpretación. Flor Ruiz, Noe Recalde, Rodrigo Carazzo, Guli, El Botis, Nico Rallis, Candelaria Zamar, Jeaninne Martin son algunos de los revisitados. “Fue como un espacio lúdico y de liviandad. Hay una semilla de lo que sería, de lo que iba a venir. En ese momento no podía cantar mis canciones” cuenta.
Y Una película tiene una fuerte impronta experimental: una sola canción (la que da título al EP, con su voz adolorida y su aire spinetteano, de una belleza que pasma), el resto son notas de voz, recortes de grabaciones. A la distancia, fueron los pasos necesarios para llegar a esto. “Hice este disco por la necesidad de ordenar un material que fue saliendo también por necesidad. No tuve ninguna intención de hacer un monumento a mi viejo. Ponerlo en un pedestal donde solamente quede lo lindo” dice. Y amplía: “El disco fue como una exploración en torno a cómo honrar la memoria de los ancestros. Y a la vez cómo encontrar movimientos nuevos que sean auténticos para la persona que soy. Llegó un punto que no podía seguir sin darle bola a eso, a todo ese material”.
Un blues chiquito, un instrumental levemente ensoñado, pasajes más folclóricos, una versión de "Las golondrinas" (Falú/Dávalos), canciones. Y entre todo ello, una enorme variedad de sonidos, registros caseros, fragmentos de películas, el "Feliz cumpleaños", conversaciones, lo cotidiano invadiendo la canción. Por ello, Recordar/Volver a pasar tiene mucho de canción experimental y documental. A su modo, es un mapa sentimental hecho canción. Tal vez diario de un duelo, pero más que eso. En su costado lúdico, el disco arma una memoria posible hecha de canciones que a la vez están hechas de recuerdos y de historias que a la vez encuentran su correlato físico: fotos, papeles que guardaba su papá, grabaciones, notas de voz, registros en VHS. Un disco hecho de materialidades. En contra de los tiempos que corren. Andapallá algoritmo. “Hay canciones más redonditas, por decirlo de un modo y otras que son más experimentales en su hechura. Si los vieras del otro lado, descubrirías todas las costuritas que tienen”. Dice: “Me siento más una cancionista que una cantautora. Porque eso no me obliga, quizás, a tener una estética en particular y yo quiero escabullirme de ahí. Me gusta tener mi libertad de juego. Trato de zafar un poco de las expectativas estéticas ajenas que vienen de los motes. A mí me hace sentido ir por los lugares creativos que me convocan y me llaman”.
“Esta es la manera que encontré para hablar de vos, mientras trato de entender, los dibujos en la pared, las revistas y los diarios, las cajas con cosas que no entiendo” es lo primero que canta, con su voz de viento suave, al comienzo del disco. Una suerte de presentación que no necesita más. La tapa del disco (tiene una segunda parte en proceso que se va a llamar Botas rojas) la ilustró Emilia Molina: azul sobre blanco se amontonan ella, su papá su mamá, hermanos, abuelos. Cuenta que tuvo, entre otros, la influencia de dos discos: Carrie & Lowell de Sufjan Stevens y Estábamos tan tristes que no podíamos cantar de Nico Rallis. “Fueron una compañía y una habilitación para llorar. Un sentirme entendida. La cantidad de emociones contradictorias que se vive cuando uno pierde a alguien tan central. Con todas las resonancias y las disonancias que teníamos entre mi viejo y yo”. También el documental Bloody Daughter de Stéphanie Argerich. Está convencida de que, si no existieran algunos discos, su vida no sería la misma. “De algún modo, con mis discos trato de hacer mi paga, devolver algo de todo eso”. Aquel EP Tres poemas cierra con lo siguiente: “los muertos no están bajo la tierra, están en el árbol que se estremece, en la madera que gime, en el agua que corre, en el agua que duerme/ Están en la casa, están en la multitud: los muertos no están muertos, prestá más atención a las cosas que a los seres, la voz del fuego se oye, oye la voz del agua/ Escucha en el viento al matorral sollozando: es el aliento de los ancestros muertos que no se han ido, que no están bajo la tierra, que no están muertos”. A su modo y a su tiempo (“asumí que soy una persona que necesita de sus tiempos lentos, para qué están las canas, sino para que uno se conozca un poco”) ella tomó ese mandamiento y echó a andar estas canciones fraguadas al calor de los días.
María Pien se presentará el jueves 31 de agosto en el Konex. Salvo los primeros simples, el disco Recordar/Volver a pasar aún no suena en las redes. Se puede conseguir en mariapien.com.ar