Marcela Sinclair necesita unos pocos objetos, unas pocas obras, para meter toda la calle adentro de un museo. Unos asientos de colectivos, un andamio, una viga y un sillón agujereado fueron suficientes para que esta artista logre introducir adentro del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) un sinfín de preguntas sobre el espacio urbano, sobre cómo habitamos las ciudades y cuáles son las tensiones que aparecen en las veredas que, día tras día, cientos de miles de personas recorren.
Vía pública es el nombre de esta exhibición de Sinclair. Con curaduría de Nancy Rojas, esta artista descontextualiza algunos elementos de la vida cotidiana para resignificarlos en el museo. La muestra retoma alguna de las discusiones más vigentes sobre los modos de relacionarnos con el espacio urbano y también otras que alcanzan a los usos privados –o personales– que se hacen de, valga la redundancia, la vía pública.
Con esta muestra, Sinclair establece un diálogo claro con su propia obra. Todo el trabajo de esta artista está marcado por la pregunta de cómo se vive. Desde aquellas obras creadas a partir de muebles cortados, hasta su performance sobre el time management en la cual la propia artista se transformaba en una gestora del tiempo, haciendo preguntas a quienes quisieran para ayudarlos a mejorar su organización.
Algunas referencias con trabajos suyos anteriores son más evidentes que otras. Por ejemplo, en 2013 Sinclair presentó la “Estación Experimental Carothers”, una pieza construida por un trozo de viga de hierro (cuyo origen había sido su propia casa) sujetado con una vuelta de nylon a una viga que estaba en el antiguo local de la galería Mite –en el Patio del Liceo–, a media altura del techo. Ahora, 10 años después, Sinclair vuelve a presentar una viga colgante pero mucho más grande que la anterior y mucho más arruinada. Se trata de una viga oxidada, extraída de la demolición de un edificio histórico del barrio de Chacarita –donde reside–, que dio pie a la construcción de una torre de durlock, de las que cada vez ocupan más terrenos de la ciudad.
Con esta hamaca de hierro, Sinclair transforma ese pedazo de descarte en una obra. Resignifica la basura, como si fuera una recicladora urbana, para agregarle un valor especial. En este sentido, la pieza no dialoga únicamente con la “Estación Experimental Carothers”, sino que también podría pensarse que el gesto es parecido al que hizo en su muestra Fuga, joya, de 2018, en la que creó collares con fideos y los exhibió como si fueran piezas de Swarovski.
Otro diálogo que se establece con su propia producción es la pieza creada a partir de un sillón vintage, cuyos respaldos están agujereados. Nuevamente, el corte y la intervención del mobiliario se hace presente. A su vez, el gesto se expande en esta ocasión, ya que los tajos que rompen este sillón surgen de la forma que tienen las ventanas de un avión. Con este gesto, Sinclair conecta un objeto de la vida doméstica con un transporte que está por fuera del espacio hogareño.
De todos modos, a lo que apunta Vía pública es a llevar la calle al museo. Por eso todos los objetos que aparecen en la exhibición son cosas que aparecen en las veredas. En esta muestra también hay asientos de colectivos, andamios de construcción, pedazos de láminas para hacer techos. Y además de estos elementos, la artista retiró la pared que tapaba el vidrio que recorre de punta a punta la sala, lo cual permite que desde la calle se pueda ver la exhibición y viceversa.
Recorrer Vía pública es caminar por una vereda que funciona como una cornisa. Mejor dicho, funciona como un limbo entre la idea que se tiene de “lo público” y “lo privado”. Las obras están hechas con materiales de descarte o con elementos que podemos ver en cualquier manzana o calle de la ciudad, sí, pero se encuentran en un espacio que les quita ese valor de gratuidad que tienen: están en un museo privado. La artista no reniega de esta tensión, sino que la hace explícita: todo lo que hay en la muestra se puede usar, manipular, es de uso público aunque se encuentre en un espacio privado. Cualquier persona puede sentarse en los asientos de colectivo que hay en la sala, colgarse de las correas que salen de una de las columnas del lugar y –en ocasiones especiales– subirse al andamio lleno de placas de gomaespuma, es decir a la obra “Cama ring”, y echarse allí a mirar el techo.
Sobre este punto, la curadora de la muestra escribió: “En uno de los textos de su diario de trabajo, Marcela Sinclair señala que ‘la vía es una vena (o arteria) por donde circula energía’. Esta metáfora resulta útil para desafiar los límites de la dialéctica público-privado. Es decir, para desplazar las posiciones antagónicas en las que el sistema social, económico y cultural del capitalismo ha situado, por ejemplo, la vida doméstica y la vida urbana. (...) Las piezas de la muestra han sido concebidas como artificios creadores de leyendas juguetonas con el gran adentro y el gran afuera. Como relatos que, a contramano del encierro, exploran otros criterios de habitabilidad. Renuncian a aquella noción de lugar donde impera la ley de lo propio para aferrarse al deseo de una espacialidad vivida como ‘un lugar practicado’ y afectado, determinado por la mixtura, el contacto y la movilidad”.
Lo que mantiene Marcela Sinclair a lo largo de toda su obra –y también en esta muestra– es la pregunta por los modos de vivir. No se trata únicamente de hacer obras que generen un vínculo con la arquitectura, el diseño industrial y la joyería, sino más bien pensar de qué manera nos vinculamos con los objetos que tenemos alrededor. Cuál es el modo que tenemos de vivir. Cómo se hace para sobrevivir en una gran ciudad. En el fondo, la obra de Marcela Sinclair es una obra que se pregunta por la vida misma.
Vía publica se puede visitar hasta el 26 de junio en Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.