Ya pasó un mes, tanto de la obra en cuestión –Juegos de la Mente (dispositivo en diván), producción de Rosario Imagina– como de la experiencia que significa la sala de la que forma parte: La Orilla Infinita, proyecto que integran también las compañías Esse Est Percipi, Bisagra Teatro y La Estación. Todos los viernes de junio, a las 21, la obra que dirige Juan Nemirovsky, a partir del texto de Nora Grigoleit, expresa el contento que circunda a la sala teatral ubicada en Colón 2148.

“Lo primero que pongo sobre la mesa es que se trata de un proyecto autogestivo, independiente; casi sin proponérnoslo, la sala fue ubicada en esa zona, y eso nos permitió conectarnos con el barrio. La gente del lugar se está acercando, y muchas veces se trata de espectadores que van al teatro por primera vez. Estamos sorprendidos, porque estamos ampliando el abanico de público, algo que es la misión constante que tenemos como hacedores de cultura de la ciudad”, comenta Juan Nemirovsky a Rosario/12.

-El tiempo que pasó es poco, pero permite percibir cuestiones muy importantes como la que referís.

-De antemano, tal vez se tiene el prejuicio de que sería algo que no interesaría o que la gente no va demasiado al teatro, pero yo estoy en contra de esa idea. Creo también que el teatro tiene que saber proponerse y mostrarse como una experiencia seductora para ese espectador. En este sentido, nos estamos llevando la sorpresa de que en todas las funciones aparecen espectadores de la zona, a veces sin saber qué obra van a ver, y asisten porque están entusiasmados con una propuesta cultural cercana. Por otra parte, tener un teatro propio nos permite la posibilidad de ir diagnosticando cómo va la temporada y sostener la obra en el tiempo; es difícil, pero eso permite que la obra se vaya instalando y pueda llegar a tener, tal vez, la posibilidad de estar varios meses en cartel. También nos fuimos desasnando, porque hay un interés muy grande por la obra, con funciones agotadas. Creo que el teatro tiene todavía algo, que lo define como lenguaje, y que es el atractivo del vivo. Es de las pocas experiencias que quedan para las cuales hay que salir de casa, cuando hoy vinculamos nuestra visión con una pantalla, como ocurre lamentablemente con el cine. El teatro se presenta todavía como una salida, y si bien es un lenguaje que está medio malherido, siempre encuentra una forma de subsistir.

Juegos de la Mente cuenta con las actuaciones de Gisela Sogne, Estefanía Salvucci, Natalia Trejo, Marianela Druetta y Darío Castañeda; en palabras del director: “Lo que uno va a presenciar son cinco grandes confesiones, cinco personajes que pasan, uno tras otro y de manera individual, por un diván, el único objeto de la puesta escenográfica. Ese objeto es un lugar también, y eso nos permite ir a la esencia de la teatralidad, donde poder espiar y ser parte de ese secreto. Cada personaje es muy distinto, con sus fobias y problemáticas, pero generan mucha identificación con el espectador. Y ahí se da una situación muy íntima, con un espectador situado prácticamente a un metro del personaje. Después está siempre abierta la posibilidad de que el espectador termine de completar con su propia fantasía o imaginación, sobre si estos personajes están conectados de alguna manera, o no.

-¿Qué te permite la obra, como director?

-Me dio mucha satisfacción sentir que me pude adueñar por completo del proceso de dirección, en cuanto a poder poner algo de mi experiencia o de mi bagaje como actor, más audiovisual que teatral, te diría. Intenté abordar una actuación muy naturalista, sutil, en una obra que está fuertemente anclada en la actuación. En términos de puesta es sencilla, hay un solo objeto, pero hay un valor agregado que son los textos de Nora Grigoleit.

-En ese sentido, ¿cómo es el trabajo con los actores y estas caracterizaciones?

-Yo soy de inclinarme por toda la apertura posible, de invitar al actor a que ponga mucho de lo que trae. Por algo los actores, con los años, van evolucionando, porque tienen más bagaje personal para poner en escena. Si decir alguna palabra de tal manera permite que sea más verosímil, ¿para qué encapricharse o ponerse celoso de un texto? Sí hay que respetar las ideas y lo que uno quiere transmitir, pero dentro de ese marco invito al actor a que ponga todo lo que pueda, desde su forma de decir, su mirada del mundo, sus inflexiones. En este tipo de obras, tan íntimas y sutiles, eso es un aporte muy grande, porque no hay una actuación compositiva, sino que se parte de algo propio y personal, vehiculizado por el texto.

-¿Cuál es, a tu entender, el hilo conductor entre estos personajes?

-Son personajes que están atravesando algo crucial en sus vidas y eso los pone en un lugar favorable para la actuación. Para que un personaje se torne interesante, le tiene que pasar algo medianamente contundente. Tenemos una empleada de una empresa que está lidiando con la carga y figura opresora de su madre; hay una mujer que atraviesa una crisis, una fobia social, y logra ir a un shopping a comprar algo; hay un profesor de arte que fantasea con ser un artista y no ser quien enseña; y hay una chica que arrastra una relación histórica con su oso de peluche y tiene que vincularse con parejas que soporten ese vínculo. De una u otra manera, todos los personajes lidian con una problemática muy actual como lo es la ansiedad.