“Cuando explorás el pasado, entrás al futuro”, expresó alguna vez Vivienne Westwood, la gran diseñadora británica, ícono del punk e irreverente activista, que murió el pasado diciembre, manteniendo encendida hasta el último instante la chispa de la libertad y el compromiso. Para honrar su legado, se ha montado una exhibición -primero en París, luego en Londres- que se centra en la que acaso sea su pieza insignia: el corsé, reinventado por esta díscola dama, de las primeras en convertir la que históricamente había sido ropa interior en una prenda exterior, buscando además que -lejos de restringir a las mujeres- fuera una elección radical que las empoderase.
Así lo proclaman voces autorizadas; como la revista Vogue -edición francesa-, que subraya que la modista convirtió el corsé en la piedra angular de su visión artística, trasladando a estas piezas la fascinación que le suscitaba la pintura renacentista y el rococó. VW unió arte, historia, cultura pop y moda en un objeto que por aquel entonces -años 80s- desafiaba las tendencias en curso, logrando que terminara por volverse una obra perdurable, icónica que -incluso en la actualidad- siguen influyendo en nuevas colecciones de nuevos/as diseñadores/as. “Quería que la gente sintiera que las modelos habían salido de un cuadro”, las expresas palabras de la diseñadora.
Harper's Bazaar asegura que, previo a que VW reviviera los corsés, éstos llevaban un buen rato en desuso, aproximadamente desde la década de 1950. Y aún entonces, y mucho antes, existían como prendas que no debían ser vistas, para llevarse bajo la ropa, a los fines de mantener la postura, sostener el busto, conseguir la silueta de moda. “Juego con la idea de la sexualidad porque no me gusta la ortodoxia de ninguna forma”, expresaría VW sobre sus intenciones, que saltan a la vista en el recorrido trazado por la muestra -simplemente bautizada Vivienne Westwood Corsets-. Muestra parte del primer corsé que confeccionó la diseñadora a mediados de los 80 hasta los últimos modelos de integraron la colección que presentó poco antes de su muerte, a los 81 años. Y que asimismo brinda información sobre el proceso de trabajo, la evolución constante en sus intentos por modernizar la prenda; por ejemplo, al incorporar paneles elásticos en los laterales y cierre de cremallera en lugar de cordones. Y comparte el mood board de la maison para imaginar sus corsés más emblemáticos, que van del estampado tartán hasta recuperar querubines de lienzos de antaño.
“Es un buen momento para hablar del tema”, postula The Guardian a cuento de la retrospectiva, recordando que los corsés han vuelto a estar en el candelero en el último tiempo, vistos y replicados “en series como Bridgerton y su spin-off Queen Charlotte, en marcas como Schiaparelli, Fendi y KNWLS, usados por celebrities como Adele, Billie Eilish y la modelo Bella Hadid”. Sin más, en la alfombra roja de la recientísima edición del siempre glamoroso Festival de Cine de Cannes, la actriz Adèle Exarchopoulos justamente lució un corsé firmado por Vivienne Westwood, de estampado renacentista y escote pronunciado, que la estrella francesa combinó con unos vaqueros negros de la marca Carhartt.
Dicho lo dicho, se impone aclarar que, aunque presente en los guardarropas femeninos desde el Renacimiento, existen pocas prendas más controvertidas que el corsé de otrora, que -según ciertos ojos revisionistas- devino cruel instrumento de tortura, inventado para oprimir a las mujeres durante 400 años. “Es una idea demasiado simplista”, les para el carro la estadounidense Valerie Steele, eminencia en historia de la moda y directora del Museo del Fashion Institute of Technology, que hace unos cuantos años publicó The Corset: A Cultural History, ensayo donde matiza el lado oscuro de este accesorio que, con el correr de las épocas, fue alternando variantes largas que llegaban hasta las caderas y versiones cortas centradas en la cintura.
Basándose en una extensa investigación, la experta explica que la prenda -creada principalmente para mantener la postura erguida- era antaño signo de respetabilidad y alto estatus entre damas, y que pronto prendió en las clases populares: mujeres humildes compraban modelos de materiales más económicos, y usaban sus corsés mientras fregaban, barrían y cocinaban, en pos de tener la silueta de moda. Centímetro en mano, Steele mide y cuestiona además los efectos nocivos que le endilgan -entre ellos, enfermedades respiratorias, costillas deformadas, daño en órganos internos- señalando que solo una minoría lo ajustaba a un grado inhumano para crear la infame cinturita de avispa. “Es una exageración, un mito”, arriesga la autora.
Pero, como se ha dicho, las aguas están divididas. Otra historiadora, la australiana Leigh Summers, toma la postura antagónica al analizar el período victoriano para hablar del corsé en su libro Bound to Please, donde hace hincapié en cuánto dificultó la prenda la vida de las mujeres, restringiendo su capacidad para moverse, sentarse, comer, respirar. Summers argumenta que las mujeres eran “esclavas de la moda”, pero no se obligaban a vestir corsé por mera vanidad: solo respondían al orden desigual que les imponía la sociedad, donde el gataflorismo estaba al orden del día. Y es que, según esta escritora, los moralistas veían con malos ojos que damas y damitas usaran corsé porque, a su entender, era una forma de despreciar la maternidad y los deberes domésticos en favor de la frivolidad; pero, a su vez, también asociaban su uso al rechazo de una actitud varonil. En fin...