El sábado 9 de junio de 1956 por la mañana, Osvaldo Alvedro utilizó una hoja membretada, de esas que usaba para pasar presupuestos como constructor, pero bajo el fin de escribirle una carta a su mujer Nélida, y a su hijo Carlos. Presentía lo que le podía pasar. Faltaba poco para que empezara la rebelión encabezada por los generales patriotas Juan José Valle y Raúl Tanco contra la dictadura de Aramburu y Rojas. “La revolución es contra la más grande tiranía que avasalló con todas las garantías constitucionales de nuestra querida patria. Sé que cuando leas estas páginas, yo estaré muy lejos de esta tierra. Te habré causado el dolor más grande de mi vida, pero tú sabes cuánto te adoro. Porque te quiero con locura a ti, y a nuestro adorado Carlitos es que voy a esta lucha (...) quiero que me perdones por todos los dolores que te di”, escribía Alvedro a su mujer, en la misiva que su hijo aún conserva.

El constructor estaba convencido de lo que iba a hacer “por la paz y la gloria” de los argentinos. “Mi padre habla en la carta de la defensa de un símbolo patrio, nuestra Constitución. En el '54 y el '55 estaba vigente la del '49, y por más que a mucha gente le pese, era democrática, porque había sido proclamada constitucionalmente".

Osvaldo Alvedro vivía con su mujer y su hijo en Lomas de Zamora. No eran más que las cuatro de la tarde del sábado 9 de junio, cuando llevó a su mujer a la casa de su madre, en Remedios de Escalada, le entregó el anillo de compromiso y le dijo: “Cualquier cosa que suceda no te preocupes, vas a ver que va a salir todo bien”. “Mi madre se puso a llorar, porque no entendía qué pasaba. Y mi padre se fue”, evoca su hijo Carlos.

Osvaldo Alvedro.

Alvedro padre era uno de los civiles que integraba la célula cuya misión era instalar la antena de radio en la escuela técnica 3 de Avellaneda, conocida como el Paláa, por la calle en que estaba ubicada. El propósito era transmitir al pueblo la proclama de Valle, contra la tiranía “libertadora”. Alrededor de las 21, siete horas después de haber salido de su casa, Osvaldo se bajó de un camión junto a sus compañeros con el fin de descargar el trasmisor y montarlo dentro del colegio donde se iba a instalar el Comando Revolucionario. La idea era conectar el equipo a una radio de alto alcance ubicada en el Automóvil Club de Avenida del Libertador, que propalaría la proclama de Valle a partir de las 23. Todos los involucrados debían esperar los pasos a seguir, que serían dados tras la lectura de aquella.

En una casa lindera al colegio, mientras los militantes colocaban el trasmisor, Tanco y el teniente coronel Valentín Irigoyen, entre otros militares y civiles, esperaban para llegarse a la escuela, tras lo acordado el día anterior durante una reunión en el bar La Piamontesa, de Lanús. “Se sabía que el intento estaba detectado, porque hubo gente que traicionó. Pero el gobierno dejó hacer para encontrarlos con la mano en la masa y terminar con el movimiento peronista”, se explaya Alvedro hijo.

Miguel Ángel Mauriño, otro de los civiles compromentidos con el Movimiento Nacional, era precisamente uno de los encargados de tomar la radio del ACA. Él había sido concejal por el Partido Peronista en Quilmes, y también el encargado de presidir el equipo auxiliar del “Agro Evita”, destinado a levantar la cosecha de 1953 en la zona Coronel Pringles, como parte del Segundo Plan Quinquenal.

Mauriño fue pues uno de los primeros en sufrir la represión. Su nieto Miguel Ángel habla de dos versiones. Una es que los estaban esperando y la otra, que el taxista que los trasladó hasta el ACA vio que estaban armados, llamó a la policía y, cuando estaban llegando, recibieron una terrible balacera. Como fuere, lo cierto es que al militante quilmeño le impactaron tiros en las piernas, luego lo torturaron en la cárcel y finalmente lo trasladaron al Hospital Fernández, donde los médicos evitaron que se lo llevara el Ejército. Pero no pudieron hacer más: en ese nosocomio perdió las dos piernas y un brazo, y el miércoles 13 de junio falleció. Su cuerpo desapareció durante tres meses, hasta que sus compañeros lo encontraron en los galpones del ferrocarril.

A Alvedro no le fue mejor. Tras el fracaso de la operación en la escuela de Avellaneda, fue tomado prisionero, trasladado junto a sus compañeros a la Unidad Regional de Lanús y acribillado a balazos, como los demás. “A eso de las diez de la noche, mi tío llamó a mi madre y le contó que había escuchado lo de la revuelta por Canal 7, y que habían tomado prisionero a mi padre, entre otras personas. Fue un momento tremendo”, recuerda Carlos, que tenía apenas seis meses cuando Rojas & Company le mataron al padre. Pero pudo reconstruir su historia a través de relatos de su madre, de sus abuelos y de allegados a su familia. “Mi padre era muy trabajador. Había estudiado y era dueño de una pequeña empresa que durante el peronismo, dado el auge del mercado interno, había tenido mucho trabajo... pero abandonó todo por sus ideales políticos. Creo que fue un idealista, porque dejó todo por el movimiento peronista”.

Miguel Ángel Mauriño.

A Miguel Mauriño, en cambio, le costó más reconstruir las historias de su abuelo y de su padre Rubén Sebastián, que también estuvo implicado en la patriada de Valle y Tanco. “En mi familia no se habló del tema durante mucho tiempo”, asegura Mauriño hijo y nieto. “Lo que me enteraba era porque iba a un acto o me lo contaba algún amigo de un amigo de mi viejo. Así fui sabiendo que mi abuelo y mi padre estaban peleando contra los verdaderos subversivos, porque habían subvertido ellos el orden constitucional”.

Rubén, el padre de Miguel Ángel, tenía entonces 15 años, militaba en la resistencia peronista pegando carteles y su rol en la insurrección pasó por trasladar el trasmisor que Alvedro y sus compañeros tenían que instalar en el colegio. “Mi viejo me había dicho que dejara el equipo y me fuera a casa, pero me tenté, entré a la escuela y me quedé (...) me mandaron a la terraza a colocar una antena y cuando yo estaba arriba, se metió la policía. A mí me bajó un comisario a las patadas”, recordaría Rubén --ya fallecido-- en el libro La resistencia y el General Valle, de Enrique Arrosagaray. “Lo que sé es que le pegaron un poco y, cuando le tomaron los datos, le dijeron 'Ah, ¿vos sos Mauriño?, ahora matamos a tu viejo'. Incluso alguien sugirió que lo liquidaran a mi padre 'así no quedaba semilla', pero lo dejaron porque era un pibe”.

Los demás no correrían la misma suerte. Alvedro, junto al teniente coronel José Albino Irigoyen, el capitán Jorge Miguel Costales, los hermanos Clemente y Norberto Ros, Dante Lugo y Héctor Joffre, todos los que entraron a la escuela para llevar a cabo la Operación Comando, fueron detenidos sin oponer resistencia y trasladados primero a la seccional 1 de Avellaneda, y luego a la Unidad Regional II de Lanús, donde los esperaba el Capitán de Navío (Alberto) Salvador Ambroggio, subjefe de la policía provincial.

Mientras Mauriño atravesaba su calvario y los seis detenidos en Avellaneda eran ametrallados sin juicio previo en Lanús, el general Valle bajaba la guardia y daba por terminado el intento. No había chance. Y confusión, mucha... A las 4 de la mañana del 10, los cuerpos de los fusilados en Lanús yacían inertes, uno arriba del otro, en el patio interno de la Regional. Se había consumado otra injusticia.

 

Fragmento de "Junios Violentos", libro del autor próximo a publicarse en la editorial Mil Campanas.