No es una novedad que el miedo es una herramienta para controlarnos, pero, ¿cómo funciona? De muchas formas, claro. Y también bajo el sistema “pudo ser una gran tragedia”. Este sistema está practicado por enemigos, amigos e idiotas útiles. Pasen y vean…

Un tren atropella el coche de Raúl, que cruzó con la barrera alta. Raúl sabía que era un error, pero ese día se sentía con suerte, el horóscopo le daba la razón y es de los que creen que las cosas feas les pasan a otros. Entonces cruza la barrera y el tren lo atropella. Es una tragedia con suerte. Raúl sigue vivo. Nada que lamentar demasiado. Pero de pronto llega el movilero del canal de noticias. Entonces la cosa cambia.

Jorge, el movilero, debe hablar treinta minutos o una hora (en segmentos durante todo el largo día) de lo que pasó. ¿Qué pasó? Nada. Un accidente más. Apenas una anécdota insignificante en la historia de un país. Entonces, ¿cómo hablar veinte minutos de nada? Es simple: no diciendo lo que pasó sino lo que pudo pasar.

Raúl pudo haber muerto, es cierto. Y pudo haber más muertes si ese día Raúl iba con su mujer y sus hijos. Poco importa que Raúl no tenga hijos y que esté divorciado o que su esposa esté en el trabajo en la otra punta de la ciudad. Estadísticamente, existe la posibilidad de que viajara en ese auto que el tren acaba de atropellar.

La cosa se pone más peligrosa. Es que a pocos metros del accidente hay una carnicería donde veinte hacen cola. Así, Jorge encuentra una forma de hablar y hablar de un miserable accidente sin muertes. Habla de la tragedia que pudo haber sido si el tren hubiera descarrillado y arrasado con toda esa gente…

Ahora viene la parte curiosa. Antes, esto lo hacían los canales que jugaban contra nosotros, la gente. Los medios de comunicación que detestan el país, sobre todo si es un país peronista o algo así. Quieren que sintamos que en la calle nos van a robar, a matar y luego nos va a atropellar un tren que pudo haber descarrilado cuando estábamos comprando asado.

Pero ahora también son los canales amigos los que se la pasan metiendo miedo. No sé si trabajan de incógnito para el enemigo o simplemente no tienen capacidad de producir mejores notas. Entonces van a lo obvio: el choque miserable y la tragedia que pudo ser. O quizá están oficiando de idiotas útiles, sin espíritu crítico. O no lo ven. Pero, si lo veo yo es porque es evidente. A veces parece una competencia de ver quién es más cómplice del miedo.

Otro tema aleatorio de “la tragedia que pudo ser” es que casi siempre se da en Buenos Aires. Al interior vienen a contar los muertos, y sólo si murieron de forma fotogénica. Pero, nobleza obliga, la tragedia que pudo ser funciona mejor en CABA, sobre todo en Palermo o Barrio Norte.

Esto es lo que siento cuando pongo la tele para ver qué sucede en el país. Pero resulta que ese día dos taxistas chocaron en la esquina del canal y el país desaparece. Desde ahí en más será la historia de dos taxistas que terminaron a las piñas, y de la tragedia que pudo ser si uno de los coches se subía a la vereda y atropellaba a los chicos que iban camino a la escuela.

¿Qué sucede con ese miedo? Se esparce como reguero de pólvora. Si uno recorre pueblos del interior (mi pueblo, por ejemplo), verá casas enrejadas por lo que sucede (y podría haber sucedido) en CABA.

El miedo se volvió un capital. Y, como todo capital, nunca es manipulable por los ciudadanos de a pie. Al miedo, como a todos los capitales, los controla el poder económico y el poder comunicacional. Y funciona con la nafta de la inseguridad, del precio del dólar, de la meteorología (la sequía que se viene), o de la política.

Nada más fácil de manipular que alguien con miedo. Y nosotros, por mucho que entendamos la manipulación a la que somos sometidos, también evitamos las calles oscuras a partir de cierta hora. Por eso es una herramienta perfecta de control. Por eso es más doloroso que los nuestros también se sumen a meterle miedo a la gente.

El accidente de Raúl es apenas un eslabón de la historia, pero sirve para entender cómo se usa el miedo. Historia que va de los inexistentes Protocolos de Sion, la pandemia que vendría después de la pandemia, ¡el microchip que te iban a poner con la vacuna!, gente huyendo por la fallida transmisión de La guerra de los mundos en la voz de Orson Wells, marcianos que podrían tomar la tierra, marcianos que se resignifican en los extranjeros que vienen por tu trabajo y tu casa, y así hasta muchos ejemplos de histeria colectiva.

Curiosamente, el miedo es global y a la vez local. Esa es una novedad, se diría. Global porque hoy todo se sabe. Local porque el miedo a que te robe el negro que vive en la villa de la vuelta de tu casa no se compara al miedo a los africanos que vienen por tu bienestar, realidad ajena a este país. El que ejerce el miedo sabe qué decirle a cada uno. En eso nunca falla.

Más claro que lo dijeron Deleuze y Parnet: “los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos (…) administrar y organizar nuestros pequeños terrores íntimos”. Qué raro, ¿no? La modernidad nos iba a traer soluciones y remedios que iban a erradicar el miedo a la mayoría de las cosas: enfermedades, hambre, etc. Bueno, no sucedió.

 

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