El director está emocionado. Recién termina el ensayo de la obra y atiende el teléfono. La voz vibra de manera particular: “Esto ha estado girando en mi cabeza desde hace unos meses, y de pronto la ves entera, como me sucede hoy. Es un trabajo muy personal, porque tiene que ver con una serie de reflexiones. La obra no cuenta una sola historia sino muchas, pequeñas y variadas; cada una de ellas mira hacia adelante y hacia atrás. Es una obra de algún modo muy emotiva, la acabo de ver y tiene mucha fluidez. Así que estoy muy contento, hacía mucho que no sentía que tenía una obra así. Será que con los años uno va teniendo más afinada cierta intuición”, comenta Rody Bertol a Rosario/12.
El director teatral estrena Un niño asustado (en cualquier foto vieja lo verás) –hoy (y todos los domingos de junio) a las 19 en La Orilla Infinita (Colón 2148)–, producción de Esse Est Percipi y Rosario Imagina, con las actuaciones de Gustavo Di Pinto y Santiago Pereiro. La emotividad que traslucen las palabras de Bertol se corroboran desde las líneas que siguen.
-Se te nota muy sensibilizado.
-La verdad que sí, porque es una obra que escribí en la primavera del año pasado, y es uno de esos textos cuya idea y puesta surgieron, como algunos dicen, a mano alzada. Fueron tres noches así, de las que surgió la obra entera. Después, en los meses siguientes, fue corregir, reorganizar y ensayar.
-La fotografía elegida para el cartel, en donde los rostros de los actores aparecen fundidos, ya dice algo sobre lo que se verá.
-Claro, está diciendo que en realidad se trata de un solo personaje pero en dos tiempos muy distintos, casi siderales: un tipo ya maduro, ni veterano ni viejo, sino sesentón; y un tipo treintañero. Uno le habla al otro y eso es lo interesante, porque uno reinventa al otro. De alguna manera, como decía Strindberg, somos niños, somos viejos, pero lo que somos en el medio no lo sabemos. Eso es muy hermoso y es casi la tesis de la obra, de este strindbergiano texto.
-Esos reencuentros con uno mismo, con quien uno ha sido, deben darse, necesariamente.
-Sí, porque si esos reencuentros no se dan uno se iría transformando con los años en alguien más desconocido, como sucede en esa obra de Beckett, La última cinta de Krapp, en donde un hombre escuchaba su propia voz, pasados varios años, y no se reconocía. El personaje de la obra dice que habla con aquel que fue para hoy poder entenderse, como si el pasado se mirara apasionadamente en el futuro. Es eso. En la obra, la acción dramática inventa su propio tiempo y habla de un momento particular, cuando las primeras luces de la mañana se desparraman y la máquina de la crueldad –digo yo; bah, dice el personaje– que es una ciudad, todavía no ha empezado a funcionar. Se puede sentir que la existencia de los seres humanos tiene mucha inocencia, porque todavía no se ha cargado del rencor y de la culpa, y en esa inocencia también se puede ver que, en definitiva, uno está solo, y por otro lado, cargado de sentido. Todos necesitamos generalmente ponerle mucho sentido a nuestras vidas: en los proyectos, en el amor, en la amistad. Y eso es una carga, ¿no? Hay una frase de Fito Páez en “Al lado del camino” que va por la misma punta, cuando dice “vivir atormentado de sentido, creo que esta sí es la parte más pesada”. En definitiva, la vida se sucede en ese misterio, en cómo va llegando esa pasión, ese tiempo, esa acción. Y uno se sigue preguntando de dónde viene, a dónde se va, y qué es la muerte. Por eso el teatro, decía un maestro, no ha cambiado nada, sigue siendo un ser humano frente a otro ser humano, y el ser humano se sigue preguntando lo mismo que los griegos: de dónde vengo, a dónde voy, qué es la muerte.
-La elección de los actores es siempre determinante, pero lo pregunto por el tipo de obra que es, intimista y personal.
-El gran primer movimiento de un director es definir a los actores, creo que ahí se va una parte del destino de la obra y de la suerte y la posibilidad. En este caso he podido trabajar mucho y muy bien con dos actores que capturaron la idea desde el principio y la trabajaron. Son dos personas también con una diferencia de edad, que en estos años se han convertido en dos grandes actores de Rosario. Además, Di Pinto también es director. Han hecho un trabajo de muchos meses. Y eso se suma al trabajo de imágenes fotográficas que tiene la obra, por parte de Maximiliano Conforti; el de la vestuarista, Liza Tanoni; y el de Ignacio Almeyda en la escenografía, quien con los años se ha convertido en un verdadero artista. Necesitábamos en Rosario de quien sepa hacer una escenografía y trabajar de manera integrada el espacio y la luz, y hemos dado con Ignacio. Contar con un equipo como éste es una suerte, porque hacés algo que visualmente está más logrado. He tenido un equipo impecable.