A las tres de la tarde, los rayos de sol atraviesan los cristales gigantescos del techo circular y caen directamente sobre las mallas y los gorritos blancos de las nueve nadadoras que flotan en la cúpula del Borges. La luz baña la superficie acuática y los escalones de mármol sobre los que la gente se sienta para descansar un rato, pero sobre todo para registrar con sus cámaras esa obra imponente desde todos los ángulos posibles. Cada visitante que llega a la Plaza de las Artes ubicada en el segundo piso, abre la boca y balbucea: “¡guau!”. Esa es la reacción que despierta Fulguraciones, la instalación de Renata Schussheim que puede verse de miércoles a domingos, de 14 a 20, con entrada libre y gratuita en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525) hasta el 2 de julio.

La muestra no sólo se compone de estas nueve nadadoras. En el Pabellón II se exhiben tres piezas más generadas con 3D, una ola colosal proyectada en video y 22 fotografías en blanco y negro intervenidas por la artista. El resultado se parece menos a una muestra de artes plásticas que a una experiencia teatral, porque involucra varias disciplinas que habilitan el viaje introspectivo. La sala funciona casi como un oasis en medio del caos del Microcentro, una dimensión alternativa gestada en la cabeza de Schussheim y materializada gracias al trabajo de un equipo que ella misma se encarga de destacar cuando entrega la postal donde figuran todos sus nombres: Romina Del Prete en la producción ejecutiva, Mario Astutti como realizador de las esculturas en 3D, Hernán Giagante a cargo de la impresión fotográfica, Damián Laplace (su hijo) en la composición de la banda sonora, Roberto Traferri a cargo de la iluminación, Matías Otalora en video y Martín Gorricho en diseño gráfico.

¿Qué hay en esa dimensión paralela y alucinada? Nadadoras que vuelan o bailarinas que nadan, esferas suspendidas que podrían ser burbujas, pelotas o planetas, pero también viejas fotos que retratan a varias familias posando junto a osos polares, osos que en realidad no son animales sino hombres disfrazados que intentaban ganar algo de dinero durante la guerra. En diálogo con Página/12, Schussheim dice que su obsesión por las nadadoras precede a la fascinación por los osos y cuenta que el gran disparador de la muestra fue el espacio: “Cuando Ezequiel Grimson [director del Borges] me invitó a exponer, me mostró la sala y después la cúpula. Inmediatamente pensé en hacer algo aéreo, por consecuencia tenía que ser liviano, entonces imaginé a estas nadadoras flotando en el aire”.

En realidad se trata de una única nadadora –la bailarina Lucía Bargados– replicada nueve veces con tecnología 3D. Cuando se le pregunta por la exploración de ese recurso, asegura que fue “un viaje sin retorno” y destaca no sólo las nueve piezas de la cúpula sino también las reproducciones en miniatura que pueden verse en la sala: “Es una delicia. Yo la tenía en mi casa mientras la estaba pintando. El día que se la escaneó a Lucía en el taller de Mario Astutti, le prometí que íbamos a regalarle una esculturita hecha por Mario y pintada por mí, así que estamos en eso: se tendrá a sí misma sentada en un estante de su casa”. La ternura cristalizada en esas esculturas diminutas y en los infantes de los años 40 se cruza con ese tono macabro y un poco espeluznante alojado en el brillo diabólico de los ojitos de estas criaturas, o en las manchas de sangre de las intervenciones. Ambos polos conviven en el mundo Schussheim.

La artista cuenta que sus conocidos le mandan registros de su propia muestra y ella se asombra porque “siempre son buenas fotos, salen bien desde todos los ángulos, incluso desde la planta baja de las Galerías Pacífico”. Schussheim dice que cada instalación es una experiencia particular y a la hora de montarla se detiene en todos los detalles: la ambientación, las luces, la música, la pintura del piso o las paredes. “En este caso, la sala era blanca y tenía tabiques porque suele haber muestras fotográficas. Acá se transformó: la pintamos de gris y hay mucho oxígeno. Quedó espectacular, parece una sala de Nueva York. También me mandé a pintar la pared, así que agradezco que me lo hayan permitido”, dice entusiasmada.

“Fulgurar: resplandecer, despedir luz o brillo intenso”, informa la postal. Hay obras de arte que fulguran, y también personas que con su presencia generan un destello en los lugares que habitan. No es fácil que Renata pase inadvertida; su cabello rojo fuego resplandece bajo el sol intenso que atraviesa la cúpula. Varios trabajadores del Borges la identifican y se acercan para saludarla con una mezcla de afecto y admiración, la gente le pide fotos con sus nadadoras de fondo y alguien le comenta que los alumnos de una escuela de fotografía que la conocieron hace poco en ese mismo espacio todavía se acuerdan del encuentro con la artista. Renata –como su obra– fulgura, resplandece.

-¿Cómo diste con esas fotos de hombres disfrazados de osos?

-Las encontré en Internet y enloquecí. La idea de que estos hombres se disfrazaran de osos para sacarse fotos y ganar plata me pareció de un surrealismo inimaginable. Una situación loca, tremenda, trágica y humorística. Se percibe cierta incertidumbre porque eran tiempos de guerra. Hay muchas fotos que no usé porque había militares: las tapé y generé espacios vacíos. Esto se suma a la fascinación que siempre tuve por los osos polares. Me dio mucho placer pintarlas y fue un trabajo físico increíble del que necesito recuperarme.

-Siempre hay una dimensión física en el trabajo artístico, aún con la mediación de tecnologías, ¿no?

-Sí, hace poco hablábamos con dos amigas de esto que apareció ahora: la realidad virtual, la inteligencia artificial. Me decían que en pocos meses nos va a cambiar la vida, pero después hablaba con otros amigos y uno de ellos, que es dentista, nos decía: “Yo la muelita la sigo cambiando”. A veces la tecnología da un poco de miedo, pero creo que el arte pasa por otro lado. Siempre fui anti tecnología porque no tengo paciencia con esas cosas, aunque puedo estar 17 horas haciendo un dibujo minucioso. Esto del 3D me resulta maravilloso porque lo aplico a mis deseos y es fascinante, no pierde la magia.

-Decís que el arte pasa por otro lado. ¿Por dónde? ¿Cómo definirías la experiencia artística?

-Creo que tiene mucho que ver con lo emocional. Cuando hay una obra o un lenguaje que emociona, cuando contás algo, cada uno puede editar su propia película. Un día encontré en la muestra a un señor grande absolutamente conmovido: estuvo parado frente a la ola no sé cuánto tiempo y me dijo que se había emocionado porque le recordaba el momento en el que se fue de su casa y cruzó la Antártida en barco. Eso me parece maravilloso. Muchas veces te preguntan qué es lo que quisiste decir y quizás ni uno mismo sabe. Lo que importa es qué dispara en los demás.

Como espectadora Schussheim busca que una obra la emocione, la conmueva o la divierta. “Cuando voy al teatro tengo todos los vicios, pongo el ojo en todo –confiesa–. Hace poco vi una obra que me pareció fantástica, La traducción (Matías Feldman). Disfruté, me reí y me quedé pensando durante varios días en lo que había visto. Me encanta esa libertad, esa frescura. En un momento pensé que me iban a echar de la sala porque no podía parar de reírme”. Cuando habla de arte, sus ojos se encienden y recomienda cosas con la misma devoción que los visitantes manifiestan ante las nadadoras: menciona PaRDeS: el jardín del tiempo suspendido de Nicola Costantino, la muestra Belleza marrón de la fotógrafa Alejandra López (recién inaugurada en el Borges) o la obra de la pintora Inés Vega. “Hay mucha gente que me estimula”, afirma.

Schussheim es una artista multifacética y anfibia. Ahora tiene esta muestra en el Borges con sus nadadoras y sus osos polares, y mientras tanto prepara otra en el Recoleta que inaugurará en septiembre, donde cruzará teatro, rock y plástica. Esos tres ejes atraviesan la obra de esta artista nacida en 1949 que empezó a exponer individualmente a sus 16 años y que a lo largo de su trayectoria exhibió en las galerías más importantes del país y en ciudades como París, Lille, Nápoles, Torino, Ginebra, Ciudad de México, Río de Janeiro o San Pablo. Travesía, Nave y Epifanía son trabajos icónicos que expuso en Recoleta. De los primeros dos Schussheim dijo alguna vez que eran “un viaje por el mundo anímico de las formas”.

Un año después del retorno a la democracia, Travesía desplegaba en salas, pasillos y patios del por entonces llamado Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires una exhibición que incluía dibujo, escultura, fotografía, danza, video, performance y música con computadoras. Los espectadores podían encontrarse con una galería de fotos de varios amigos de la artista –entre ellos Jean François Casanovas, Oscar Araiz, Charly García o Luis Alberto Spinetta– y con bailarines contorsionándose en cápsulas de acrílico que funcionaban como una suerte de peceras. Cada espacio proponía una aventura distinta y un clima particular.

“Creo que hoy la gente está mucho más abierta. Se habla de multimedia, performance o instalación, pero cuando hice todo eso en el Recoleta hace mil años todavía no tenía un nombre –explica–. En ese momento decía: ‘Quiero poner gente con música de Satie en un cubo de acrílico’, pero la palabra videoclip no estaba en el radar, ni siquiera existía MTV. Por lo general buscan encasillarte: artista plástica, de pared, que va a la vernissage. Nunca tuve ese tipo de problemas, a mí siempre me gustó romper con eso y poner música, iluminar: utilizar lo teatral en pos del clima para darte un poco más de alimento cuando entrás a la muestra. Ahora está todo mucho más mezclado y menos rígido en cuanto a cómo te juzgan, porque cuando no te pueden encasillar se ponen nerviosos”.

En el recorrido de esta creadora aparecen listas de lugares, eventos y nombres ilustres. Fue invitada al Festival de Nantes para presentar su instalación Homenaje a Carlos Gardel y al Festival de Teatro de Caracas para exhibir su expo-performance Confidencial. También diseñó en varias ocasiones la puesta de los shows de Charly García (Bicicleta, Piano Bar, Ferro y Líneas Paralelas en el Colón) y trabajó junto a artistas de la talla del bailarín Julio Bocca, el actor francés Jean François Casanovas (que residió en Argentina hasta su muerte en 2015), el músico ruso Mstislav Rostropovich, la bailaora flamenca Sara Baras o los directores españoles Lluís Pasqual y Emilio Sagi.

A fines de los 60 Oscar Araiz la acercó a otro universo: a pedido del coreógrafo realizó su primer diseño de vestuario para Romeo y Julieta, estrenado originalmente por el Ballet del Teatro San Martín. Este año varios proyectos llevan su sello: el vestuario de un espectáculo de calle Corrientes como Tootsie (protagonizada por Nicolás Vázquez en el Lola Membrives), pero también producciones del Teatro Colón como el ballet Sueño de una noche de verano (que hizo tres funciones con alumnos de Danza del Instituto Superior de Arte) o la ópera El turco en Italia, que estrenará en septiembre. Renata destaca su experiencia con el ballet y cuenta que en esa producción participaron la Orquesta Académica, el Coro de Niños y alumnas de la carrera de Artes Escenotécnicas del Colón. “Fue una experiencia hermosa. La última función fue muy emocionante. Trabajar con gente tan joven y tan entusiasta fue divino; aún no están viciados y espero que nunca lo estén”.

Su mirada sobre la escena artística y las nuevas generaciones es optimista. Cuenta que participó de la Bienal Arte Joven y comparte un deseo que quedó en suspenso pero que quizás algún día se concrete: “En la plaza del Recoleta vi a unos personajes muy interesantes por su look: una mezcla de villa con sofisticación y glamour, muy disparados en sus ropas, sus tatuajes. Me hubiera encantado hacer esos retratos y titularlos Juventud divino tesoro, pero no los volví a ver. Eso quedó ahí, en el aire”. En el aire, en su cabeza o en el papel: Schussheim suele hablar de cuadernos repletos de obsesiones e ideas para nuevos proyectos. La artista vivió distintas etapas: la libertad de los años 60 con el estallido del Instituto Di Tella, la censura o el exilio de varios colegas durante la dictadura, y la escena actual que –según dice– está plagada de vitalidad: “Hay un movimiento que no se puede creer. A veces me cuesta ir al teatro porque vivo sentada en una butaca viendo ensayos, pero leo notas y hago recortes de todas las cosas que me gustaría ver”.

No se sabe bien cuántas horas tienen los días de Renata porque también habla de un libro de figurines que editará Ampersand junto a Eudeba, y de su participación en la colección Lector&s donde fue invitada junto al artista Luis Felipe Noé para escribir sobre su vínculo con la lectura. En relación a ese punto, cuenta que acaba de terminar Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez y ahora está fascinada con Édouard Levé, pintor, fotógrafo y escritor francés que se mató en 2007, poco después de entregarle a su editor el libro titulado Suicidio. Schussheim está leyendo Obras, un compendio con 533 ideas que Levé no realizó nunca pero que explica en profundidad, y en su mesita de luz tiene el libro Subrayados de su amiga María Moreno.

 

*Fulguraciones puede visitarse de miércoles a domingos de 14 a 20, con entrada libre y gratuita, en el 2° piso del Centro Cultural Borges (Viamonte 525) hasta el 2 de julio.