Herencias no son sólo dineros, también son memorias que se pasan o se traicionan. En las librerías de viejo suelen aparecer cajas y cajas de libros con algún ex libris, alguna firma, algún sellito con el nombre de un lector o un coleccionista. Esos libros fueron una biblioteca y fueron vendidos o malvendidos por herederos que no tenían interés en el tema. En los setenta apareció en librerías y barata, coquetamente identificado con un ex libris en cuño seco, la biblioteca entera de un historiador. Los libreros contaban, resignados, que sus hijas la habían vendido por kilo, como una venganza. Y se preguntaban qué habría sido del archivo del autor.
Por suerte para nosotros, los Beruti se llevaban mejor.
Juan Manuel Beruti es un desconocido por el delito de portación de hermano famoso, el Antonio Luis que repartió las cintas patrias el 25 de mayo de 1810 en compañía de French. Nacido en 1777, resultó un aburrido con una compulsión fabulosa por escribir diarios y una cosa rara para la época, una longevidad a prueba de antibióticos que lo llevó a ver buena parte del siglo siguiente. La entrada más vieja que conservamos es de 1790, cuando el pibe de trece años anotó cuidadosamente la lista de vecinos que integraban el nuevo cabildo de ese año.
El Beruti diarista siguió llenando cuadernos en el Colegio de San Carlos y en 1817 se conchabó en la Aduana ejerciendo la profesión más aburrida creada por la humanidad, la contaduría. Se pasó la vida ahí, pacífico burócrata apolítico y cauteloso, anotando lo que iba pasando en la provincia de Buenos Aires y su entonces capital, la única geografía que le interesaba. En la pila de cuadernos que nos llegó casi no hay referencias al resto del mundo, excepto cuando éste llegaba a nosotros. Como era bastante beato, hay una colección interminable de descripciones de pompas religiosas, misas por lo alto y procesiones. Hasta dibujaba los ornamentos, con mala mano y peor arte.
La revolución lo va cambiando y el diarista se empieza a definir como un patriota opuesto al "tiránico gobierno español" pero no muy impresionado por los nuevos gobernantes, algunos de los cuales conoce demasiado de cerca. Por ejemplo, admira al conservador Liniers y lamenta su fusilamiento, como admira a Alzaga, "el verdadero padre de la patria", también fusilado. Saavedra le resulta un tirano, algo más comprensible porque exilia a su hermano y a varios amigos. San Martín es el más elogiado de la época, sin retaceos ni peros.
Funcionario de carrera, Beruti vio todos los cambios políticos de la época y se fumó lo peor que tenía para ofrecer el rosismo. Se sabe que sufrió un allanamiento de la Mazorca, pero parece que fue meramente administrativo. Le rompieron unos muebles y le cortaron en tiras un estuche con sus cosas de afeitar que cometió el pecado de ser verde y no rojo punzó. Pero a él no le hicieron nada. No sabemos más del período duro del federalismo bonaerense porque uno de sus hijos se llevó el cuaderno correspondiente a 1830/1843 para que no se lo encontrara la policía o la Mazorca y es probable que lo haya quemado. El tomo posterior recoge escándalos de Manuelita, como haber comido con unos monjes franciscanos, rumores de corrupción de la familia Rosas y después de Caseros una larga lista de abusos y crímenes de su gobierno. Lo único que le reconoce es la Vuelta de Obligado, la defensa de la soberanía.
Pero el fuerte de estos diarios, como los del inglés y nada pacato Samuel Pepys un par de siglos antes, es el chiquiteo. Hay crímenes pasionales, como el del marido que visita a su mujer en el hospital, la mata a puñaladas y se degolla a sí mismo. Hay curiosidades, como el de la cuarentona aparentemente estéril que un buen día tiene cuatrillizos. Hay asesinatos, como el de un ama de llaves que mata a su patrona, el del comerciante asesinado por un hijo de Alzaga y dos cómplices, o el inexplicable caso de un monje franciscano que apareció muerto en su celda. Y no faltan excentricidades como la del preso que se suicida antes de que lo fusilen pero lo fusilan igual, muerto y atado a un poste, o el de la tucumana nacida sin brazos que teje ponchos usando los pies.
También se le va notando la edad al autor, que rezonga contra los malos modos "libertinos" de los jóvenes y especula con que la causa es "la libertad de cultos" que le aflojó la cincha al catolicismo oficial. Ni hablar de su opinión sobre ese deporte argentino, la remarcación de precios, que lo pone de muy mal humor.
Beruti es un ferviente creyente en el futuro de su patria chica y anota cada obra pública y cada novedad tecnológica que llega, como el primer barco a vapor, el inminente ferrocarril, el alumbrado público y la fotografía, a la que se sometió medio perdido y acompañado de un nieto. Están los nombres nuevos de calles viejas, fundaciones de pueblos, idas y venidas en la frontera con los indios, granizadas, inundaciones, plagas de langostas. La última entrada del último cuaderno es de octubre de 1856 y es una tontera: arreglaron el reloj de la torre de San Nicolás, la que fue demolida para construir el Obelisco, y por fin da bien la hora. Tres meses después está muerto.
Y ahi viene nuestra suerte de que este Beruti no fuera un padre tóxico, porque sus hijos conservaron en familia los diarios del padre. En 1869, uno de los hijos se los regaló a Dardo Rocha, futuro fundador de La Plata, al que seguía en política. No se sabe si Rocha los leyó, pero los archivó y preservó con cuidado, como se hacía en esa época en que todavía había familias fundadoras del país en apenas su segunda o tercera generación.
En 1945, uno de los hijos de Rocha tomó los diarios y los donó a la Biblioteca Nacional, que publicó un artículo y algunos extractos en su revista. En 1960 se publicaron completos en la Biblioteca de Mayo que publicó el Senado como uno de los festejos del 150 cumpleaños del país. Son veinte tomos con el zoncito título de Memorias Curiosas. En librerías circula una compilación del mamotreto.
Un tesoro, aunque le falta algo en comparación al charleta, politiquero, trepador y ambicioso de Pepys, que también escribió sobre política, escándalos, curiosidades y crímenes en una época todavía más agitada que la de Beruti. Al inglés le gustaba la noche, y sus diarios permiten calcular en detalle cuánto costaba una salida al teatro, con cena, tragos y alguna actriz de buen ver para pasar la noche...